Recupero este texto que escribiera con motivo del pregón que diera en la localidad berciana de Turienzo Castañero este año, sábado 14 de febrero de 2015
Buenas noches,
Agradezco a la Asociación de Turienzo Castañero que me
haya invitado como mantenedor en esta edición del Botillo. Y en concreto quiero
darle las gracias a vuestra Presidenta, Vanesa Núñez Tercero, por haber pensado
en mí, por haber creído en gente de la tierra, pues a menudo resulta difícil
ser profeta en el propio terruño. Por tanto, es para mí un honor, un placer y
un orgullo estar hoy aquí. Y espero y deseo que esta sea una velada agradable.
Seguro que lo será.
Tiene mucho mérito
crear una Asociación, que realice actividades, reuniendo a las personas, ya sea
para celebrar o acordar algo, para llevar a buen puerto algún proyecto.
Como
mantenedor botillero
Como anécdota, os diré
que esta no es la primera vez que ejerzo como mantenedor de un Botillo en el
Bierzo, y ojalá no sea la última.
Hace ya un montón de
años me invitó la Asociación de San Román de Bembibre (donde se me ocurrió que
se le podría hacer un monumento al botillo, y, transcurridos los años, parece
que alguien escuchó mi voz y se construyó uno en Molinaseca). También estuve
como mantenedor en Losada (que es como una prolongación de mi pueblo) y en Albares
de la Ribera, de donde era originario mi abuelo materno, Antonio el Sastre, y
donde nacieran buenos amigos y cineastas, como lo son Chema Sarmiento, conocido
sobre todo por su película El Filandón,
y Gabriel Folgado (Beli), quien fuera mantenedor aquí mismo y alumno mío en la
Escuela de cine de Ponferrada, cuyo último trabajo documental hasta ahora, Ancestral Delicatessen, es una maravilla
sobre las castañas. A este respecto, recuerdo haber estado en Turienzo, en
vuestro pueblo, gracias a la invitación que me hicieran el alcalde Román y la
concejala Pepi para presentar Paisajes
interiores de Gabriel Folgado, un trabajo audiovisual emocionante sobre la
minería, que os recomiendo su visionado. Por cierto, en la secuencia inicial de
este documental vemos a una familia comiendo botillo.
Boltillo,
plato estrella
Dicho lo cual, le entro
ya al botillo, el plato estrella que nos ha congregado hoy aquí a todos y a
todas. Y al que rendiremos pleitesía llevándolo a la boca. Como berciano del
Alto, en concreto de Noceda del Bierzo, conozco esta vianda desde que era
pequeño pues en casa de mis padres también hacíamos matanza y el botillo era el
alimento por excelencia en la fiesta de los Reyes Magos.
La curiosidad también
me ha llevado a escribir sobre el botillo, tanto en algunos certámenes
literarios (véase el de Bembibre), como en un libro titulado El Bierzo y su gastronomía, editado por
Everest, ahora de capa caída, por desgracia. Y es que vivimos, como bien
sabéis, una época de crisis no sólo económica sino espiritual, una crisis de
valores, que se traduce en una corrupción al por mayor, cortes y recortes,
desahucios, desempleo bestial, desánimo, descreimiento en la política y los
políticos... reflejo por supuesto de nuestra sociedad. Pero sobre esto prefiero
no ahondar, al menos ahora, porque deseo que tengamos una comida en paz y en
armonía, aunque es obvio que no podemos ni debemos –eso creo- hacer la vista
gorda ante tamaños desaguisados políticos, económicos, sociales.
El asunto es que
en aquel libro, en el que abordaba la gastronomía del Bierzo, aparecía, cómo no
podía ser de otro modo, el Botillo, cuyos orígenes podrían remontarse a la Roma
Imperial, aunque en el Bierzo tenemos constancia de que fue una creación de los monjes, incluso de
los caballeros templarios. En realidad, la teoría más aceptable, me da la
impresión, es que el botillo fue un invento de las amas de casa, de las mujeres
que, con esfuerzo, mantenían y siguen manteniendo a la prole. Y se las
ingeniaban para dar de comer a sus retoños con los huesos sobrantes, que
embutían en pellejo de cerdo, como bien sabéis. Por tanto, el botillo comenzó
siendo comida hecha por mujeres y para gente humilde. Entonces, era habitual
conservar algún botillo, incluso rancio, hasta la época de la cava de las
viñas. Un auténtico festival. En la actualidad, y desde hace ya algún tiempo,
el botillo se ha convertido en una de nuestras señas de identidad y una delicia
para cualquier paladar, que vende mucho y bien en toda la geografía española.
El término Botellus,
así le decían los romanos, aparece reflejado en el Epigrama a Toranio, cuyo autor es el poeta hispanorromano Marcial (40-104
d.C.). Es bien sabido que los romanos tenían
fama de montar buenos saraos y comer como descosidos. Léase y véase asimismo
tanto el libro de Petronio, El Satiricón,
como la adaptación fílmica, harto libre, que hace el maestro Fellini.
El archiconocido periodista Luis del Olmo, el Club
del botillo y la Cofradía gastronómica del botillo del Bierzo se han encargado
de promover las excelencias del embutido rey por todo nuestro país, incluso
fuera del mismo, lo que es de agradecer.
El botillo es una delicia, siempre que esté hecho
con buenas carnes, aderezado con pimentón genuino, y bien cocido. Sin embargo,
no conviene abusar de este alimento, que requiere de vino y tiempo para su
adecuada digestión. En cualquier caso, el botillo es comida para gente
aguerrida, capaz de soportar fríos, nevadas y heladas como las vivimos en
invierno en el Bierzo, sobre todo en el Alto, porque sí es cierto que el Bajo
goza de un microclima algo más templado. Como me atrevo a contar en ese libro
titulado La fragua de Furil, que hoy
os he traído, por si a alguno o alguna le apeteciera hincarle el diente, porque
no sólo de pan y botillo vive el hombre y mujer sino de otros nutrientes acaso
más espirituales. Vaya pretensiones las mías.
En todo caso,
no me imagino a un latinoamericano comiendo botillo a ritmo de salsa en
medio de una playa de arena blanca y agua azul turquesa. Tampoco me imagino a
un berebere zampando botillo en el desierto, bajo una haima (jaima), o encima de un dromedario, más
que nada porque su religión, antes que su clima, se lo impide.
El
islam y la carne de cerdo
Sobre el islamismo y la carne de cerdo no conviene
hacer bromas ni chistes de mal gusto, en primer lugar porque hay que respetar
al prójimo, al Otro, y en segundo lugar porque no está el horno para bollos
preñaos, después de lo ocurrido recientemente en París con el asesinato de los
periodistas de ‘Charlie Hebdo’. Aunque si lo probaran, tanto el latinoché como el tuareg de marras, a
buen seguro que acabarían relamiéndose, como dicen que se rechupó los dedos el monarca Don Juan Carlos (bueno,
quien fuera rey hasta hace bien poco) a su paso por el Bierzo, cuando comió
botillo en Casa Salomé de Toreno. Que ya sabemos cómo se las gastaba el antiguo
Señor Rey en tratándose de fiestas y festivales, ya fueran del botillo o bien
otro tipo de juergas.
Los
zarramacos
Ahora que recuerdo, esta noche también está dedicada
al Carnaval, los zarramacos, que
decían en mi pueblo. Pues bien, como escribiera hace tiempo a propósito de esta
fiesta, que tanto gusta, por ejemplo, en Río de Janeiro, con sus sambas y
ritmos explosivos, capaces de hacer saltar por los aires cualquier norma o
reglamento convencionales y bien establecidos, creo que el genuino carnaval
debería apuntar a la verdadera igualdad de los seres humanos. Vaya utopía.
Igualdad al menos ante la ley, porque la justicia a menudo se resuelve en
injusticia y siempre o casi siempre pagan justos por pecadores. El caso
Bárcenas y tantos otros delincuentes son un buen ejemplo de lo que acabo de
decir. La justicia, al menos en este país de países (en realidad en todo el
orbe) parece estar hecha para los robagallinas,
no para los estafadores de guante blanco.
La comida, acto de amor
Para finalizar, deciros que tenemos la
fortuna de comer, hoy botillo, algo que a priori podría parecernos algo
natural, y que, sin embargo, no lo es en modo alguno, habida cuenta de los
millones de personas que se mueren en toda la Tierra por falta de alimentos,
desnutrición… Y que comer en compañía, en buena armonía, es -además de un acto
social, que se presta al intercambio de opiniones y pareceres- un acto de amor
donde priman o debieran primar los afectos sobre todo. Por cierto, puedo
aseguraros que he comido patatas de Turienzo (en afectuosa compañía) y están
riquísimas. Pues eso, comamos o cenemos con amor. Y qué este sea en verdad un
banquete platónico.
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