Esto escribía y publicaba hace algo más de diez años.
No hay nada más saludable que
desenchufarse de la televisión durante las vacaciones de verano. Es como si te
transformaras en otro ser, acaso más dinámico, dispuesto a saborear una
realidad o ficción cercana, tu propia realidad, y no esa fantasía televisiva
que te embrutece y te ayuda a envilecerte como persona. También resulta muy
sano alejarse, unos días al menos de la tierra, incluso del país, porque eso te
permite tomar conciencia de quién eres y dónde vives. A menudo tendemos a
creernos el ombligo del mundo, que vivimos en el mejor de los sitios posibles.
Vayas donde vayas, si te mantienes despierto, descubrirás cosas buenas y
nuevas. En la medida de lo posible uno debe quedarse con lo bueno. Es por ello
que viajar a otros lugares y aun a otros países nos invita a conocernos más y
mejor. Viajar es no sólo una forma de conocer a los otros sino de conocerse y
aun reconocerse. Uno descubre que no necesita la televisión para sobrevivir en
este universo cainita, ni siquiera es necesario leer periódicos para estar al
día. Basta con vivir esa realidad o aventura vacacional, que por lo demás es
breve como el sueño de un pajarito en trance de vuelo. No es que uno sea un
adicto a la televisión, mas cuando estás en casita, también enciendes la
teletonta para ver lo que está ocurriendo en el mundo entorno, porque quieres
estar en la onda. Y si uno no está en la onda, no participa en el banquete.
Llegado el caso -y esto no es ninguna tontería- se puede utilizar la televisión
como narcótico, más que nada cuando a uno le resulta difícil dormir.
Durante
veintisiete días he tenido la ocasión de desenchufarme de la televisión, la
prensa diaria y todo aquello que se vuelve
rutina y vicio malsano, lo cual me ha dejado como nuevo. Durante estos días no
he vivido ni sufrido, felizmente, una contaminación “massmediática”. Me ha
bastado con viajar de un lugar a otro y leer, a través de las ventanillas de
muchos trenes, las páginas de los paisajes. Y sobre todo conversar con gente de
diferentes culturas y lenguas en trenes, estaciones de tren, ciudades.
Resulta
bien estimulante viajar por esta Europa nuestra, tan variopinta, partiendo,
cómo no, de Ponferrada en dirección a los Países Bajos, para luego darme una
vuelta por Praga, Bratislava y Budapest hasta llegar a Bucarest.
Esto es lo que
tiene un viaje inter-raíl, que te permite hacer el draculín durante unos días
en Transilvania, y, como si de un sueño se tratara, a los pocos días ya estás
paseando por el Trastevere o visitando el Centro Sperimentale de Cinematografia
de Roma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario