Hoy me apetece dar a conocer de nuevo este artículo que escribiera y publicara en Diario de León con motivo de la muerte de Hermógenes, el dueño de El Alto de San Bartolo, un lugar hermoso, mágico, que ahora tampoco existe, después del fuego que lo arrasara. Una pena, que la gente buena se muera y los espacios entrañables desaparezcan.
Acabo de
enterarme de la muerte de Hermógenes. Y eso me ha dejado como para el arrastre.
Así es uno, de naturaleza sentimental, acaso demasiado sensiblón. Se nota que
durante algunos días estuve fuera de juego, fuera del juego noticiero, alejado
de la cancha diaria, como perdido en una realidad fantasiosa, ilusa, novelera,
de cuento marino. Se nota que durante
varios días no leí la prensa ni asomé las narices a la televisión. Lo que me
sentó muy bien, todo hay que decirlo. Me parece que cuanto más sabe uno, o cree
saber, más infeliz se vuelve. Anduve desconectado del mundo entorno,
ensimismado en mis alucinaciones y delirios, que es una forma como cualquier
otra de alejarse de lo cotidiano perverso (valga la redundancia). A veces, casi
siempre, es mejor no saber nada de lo qué acontece en este mundo canallesco,
plagado de cabrones y pendejos. Pero este no es el caso de Hermógenes, un señor
al que conociera hace algún tiempo, y me produjera una grata impresión. Era un
tipo campechano, natural, acogedor, generoso y me atrevería a decir que una
gran persona. Al menos esta es la impresión que guardo de él. Hermógenes era el
dueño de El Alto de San Bartolo, un lugar espléndido para comer, restaurante con vistas al Valle de Finolledo,
un alto desde el que uno puede quedarse embobado mirando al paisaje, a la
hermosa naturaleza berciana. Mirar a la naturaleza siempre le procura a uno una
paz interior que es difícil conseguir en medio del asfalto, el ruido y la
polución. Tal vez es por esta razón que los eremitas prefieren vivir en medio
de la naturaleza para evitar las tentaciones. Recuerdo las copiosas y
exquisitas comidas en El Alto de San Bartolo, y a Hermógenes sirviendo a sus
clientes. Acostumbraba a gastarles bromas y se le veía con buen ánimo y sentido
del humor. Lo cual es fundamental de cara a agarrar al toro por los cuernos en
momentos de adversidad.
Sigo insistiendo en que no abunda la gente amable en
este mundo hecho de incertidumbre, guerra y muerte. Cada día estoy más
convencido de la imbecilidad humana y sobre todo de la brevedad de la
existencia. A menudo somos poco conscientes, o nada conscientes, de nuestras
limitaciones, de nuestra corporeidad mortal y rosa. Vivimos como de prestado, cuatro o cinco días, mal contados
en muchas ocasiones. Vivimos poco y con
muchísima ansiedad.
Valle de Finolledo desde Alto de San Bartolo
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