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martes, 22 de enero de 2013

Viaje marroquí

Breve e intenso, placentero y emocionante fue el reciente viaje a Marruecos, con motivo de la presentación de mi fragua en el Cervantes de Marrakech/Marrakesh. 

Con Vicente Mora, el director del Cervantes de Marrakech
Con Antonio Vañó y Vicente Mora en el Cervantes de Marrakech

Viajar, por lo general, siempre resulta estimulante. Viajar, según el escritor Céline, es muy útil, hace trabajar la imaginación. Y este viaje, en buena y generosa compañía, me resultó muy agradable.

Ahora me siento como morriñoso, con la nostalgia colgándome del alma. Pero se me pasará, claro, qué remedio. Y sé que volveré, inshallah, claro que volveré. 

El Atlas al fondo
Ahora miro al Morredero, cubierto de nieve (está nevando como si nunca antes lo hubiea hecho), y sigo viendo el Atlas. 

Cascada del Ourika

Qué delicia, adentrarse en el Atlas, en el valle del Ourika, en busca de una cascada que inevitablemente me devuelve a mi tierra, la ruta de las fuentes en Noceda, a la cascada de la Gualta, tan parecida, aunque ubicada en otro paisaje, que ya forma parte de mi memoria, incluso de mi memoria afectiva.


Herrero en el valle de Ourika
Qué amable y curiosa coincidencia, ir a presentar mi fragua al Cervantes de Marrakech y al día siguiente toparme con un forgeron (qué bonito nombre en francés), un herrero, o sea, en el valle del Ourika, dándole candela al hierro en su fragua-herrería. 

Rumbo a Setti Fatma
El valle del Ourika, situado a unos 30 kilómetros de Marrakech, es un lugar fresco y tranquilo (bueno, en la actulidad parece invadido por el turisteo andante), que en verano (incluso en invierno) sirve como jardín de las delicias o huerto de la amistad (y el amor) para refugiarse del calor extremo de la ciudad roja, cuyo termómetro puede superar los 50 grados. Un buen lugar, Ourika, para que los jóvenes enamorados marroquíes se vayan a pasar el día en busca de arrumacos, mientras se pierden montaña arriba, por entre las cascadas.

Carnicería en Setti Fatma
Merece la pena darse una vuelta por el Valle del Ourika, y llegar hasta Setti Fatma, donde se encuentra la ruta de las siete cascadas, aunque lo habitual sea visitar nomás la primera. Bueno, con tiempo y ganas se podría continuar la ruta, aunque me temo que debe ser algo complicada, salvo que te guíe un rapaz. Incluso para visitar la primera cascada, siempre te encontrarás con alguien que te ofrezca sus servicios. En este caso, me/nos tocó Youssef, un chaval con muy buen rostro y buenos hechos, el cual tuvo la amabilidad de prevenir y avisar en todo momento (aunque esto no es nada habitual) de andarse al quite con los vendedores que quieren empaquetar, a los turistas, con sus productos a precios más que "doblados". Una gran labor la de este muchacho, que de este modo se ganó la simpatía de los viajeros, obsequiándole con una buena propina. 

Setti Fatma
Setti Fatma es una aldea de adobe, en la que crecen nopalitos, y por la que corren alegres las gallinas. Los niños y niñas siguen siendo reacios a que se les retrate. Es probable que estén hartos de tanto turista osado. Y no les falta razón. Mientras, las mujeres siguen aprovechando el agua del río para hacer su colada.  

Río Ourika
Restaurante en Setti Fatma
En la actualidad, Setti Fatma ha cambiado su rostro de aldea perdida, en un supuesto estado natural, prístino, es un decir (no queda ya ni un solo espacio virgen en la tierra), por un pelaje algo más moderno, lo cual le resta encanto.  Ahora, aparte de más cemento, han decidido deliberadamente montar terrazas a orillas del Ourika, dentro del río, incluso, para que los turistas y viajeros se sientan más a gusto. Supongo. O supondrán los oriundos. Lo mejor, si uno quiere comer bien, es comprar carne, en alguno de los puestos carniceros en los que se exhibe el cordero y la vaca al aire libre, y pedirle a algún "restaurante" que te la haga a la brasa. Te rechuparás los dedos de las manos. 
 
Bab Agnaou en Marrakech
Para llegar a Setti Fatma desde Marrakech puedes embarcarte en la aventura de coger un autobusín (como mi primera y segunda vez), una camioneta que va hasta las trancas, atestada de gente y macutos por doquier, y luego hacer trasbordo, en el primer pueblo del valle, para tomar un taxi colectivo que te lleve directamente a Setti Fatma, o bien contratar un taxi colectivo, en la estación próxima a Bab Agnaou (una de las 19 puertas de entrada a la impresionante medina de la ciudad amasada con la textura del barro rojo), que te llevará hasta donde desees, con paradas en puntos de interés, que tú mismo decidas. Bueno, eso si te toca un Mohamed, abierto y hospitalario. Un tipo que resultó un gran fichaje, el cual fue asimismo el conductor de nuestros sueños e ilusiones a lo largo del valle de Imlil, y el que nos devolvió a la Menara, el aeropuerto de Marrakech. 

A menudo los taxis colectivos o compartidos (que suelen ser Mercedes de los años setenta, algo escacharrados, al menos en su interior) acogen en su seno a seis pasajeros, dos adelante, al lado del chofer, y cuatro atrás (véase una lata de sardinas) pero también cabe la posiblidad, si viajas en compañía, de pagar por todas las plazas (esto es, las seis) y viajar confortablemente. No resulta nada caro, esa es la verdad, aunque tengas que pagar tu plaza y aun la de otra persona. Por unos 300 dirhams (DH), incluso menos, se puede hacer una excursión (ida y vuelta) desde Marrakech a la aldea berebere de Setti Fatma. Para no perdérsela.

El viaje continuará por Asni e Imlil... 

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