¿Alguien se atreve a discutir esta frase con argumentos sólidos?
Si es así, encantado de que alguien arroje luz sobre el mundo sombrío en que vivimos. Con algunas luces, supongo, en algunos puntos del Planeta.
Ahora más que nunca necesitamos luz, luz solar, luz racional, luz pictórica, iluminación fílmica, iluminaciones al estilo Rimbaud, que embellezcan el rostro cadavérico de cada día. Esa luz que ilumine la caverna, nuestra caverna de osos en hivernación. De osos amorosos.
Alguien voló sobre el nido del cuco |
Me dice el amigo Javier Sotuela, con sano humor, que él está tan a gusto en su cueva que ni le apetece salir.
Qué maravilla, Javier, que te sientas en paz y en armonía con tu ser y tu paisaje gallego, tú que también eres berciano de adopción. Y tuviste la ocasión de bautizar a ese gran humorista que es Leo Harlem en Matarrosa del Sil.
El humor, siempre el humor, como terapia a nuestros desvelos.
Confieso (no lo hago delante del párroco de mi pueblo desde que era un rapaz) que, en cuanto ingresé en la Academia platónica, en realidad en la Academia del maestro Bueno, se me fue al traste la fe. Y me volví descreido, escéptico y hasta nihilista.
Agnóstico y sin dioses. Ni santos de palo ni vírgenes de escayola.
Aunque creo que sigo conservando una cierta espiritualidad, que me ayuda a continuar creyendo en la vida. Sólo sé que soy un ser espiritual, social y emocional.
Si no tenemos salud, nada somos, nadie somos, porque ahí reside nuestro motor vital, el que nos guía, el que nos hace superar obstáculos y hasta atarvesar muros, si ello fuera necesario.
Nadie somos (ni siquiera sabemos quiénes somos) cuando se apodera de nosotros el Alzheimer, o una demencia senil avanzada, entre otras muchas enfermedades o desequilibrios que nos dejan para el arrastre.
Me sugería el amigo Juan Carrete, que anda por ahí entrevistando a gente en su emisión de radio de San Miguel de las Dueñas (gracias, Juan, por la entrevista), que escribiera algo sobre los enfermos mentales. Gran tema, sin duda. Y sobre todo ahora, en esta situación convulsa, llena de miedos e incertidumbres, con un virus que nos ha trastornado, que sigue campando a sus anchas por el mundo, aunque la mayoría de las personas sigamos confinadas.
Pronto veremos la luz, parece ser, aunque el virus corona seguirá en nuestras vidas por tiempo (y continuará mutando, el muy pendejo), hasta que no se encuentre el antídoto eficaz, que lo combata de un modo firme.
Si no tenemos salud física tampoco tendremos salud mental, psíquica, porque ambas están interrelacionadas.
8Cuerpo-mente-alma es un todo.
Mens sana in corpore sano, según Juvenal.
Pedid un alma fuerte que carezca de miedo a la muerte. Porque el miedo, bien lo sabemos, no es buen consejero. Sobre todo el miedo irracional. El miedo nos paraliza. Nos mete malos pensamientos. Nos hace actuar de un modo poco o nada acertado. Como ya hemos dicho en otras ocasiones. Por eso debemos cuidarnos, protegernos, encontrar el equilibro, el justo medio, emocional, corporal, que nos permita conducirnos en plenitud por las veredas de este mundo.
El virus corona, ya lo hemos apuntado, causa y causará, aparte de estragos varios en la economía y aun en otros aspectos de nuestras vidas, múltiples trastornos mentales, con desequilibrios en el sueño, en nuestro sueño diario.
La ansiedad ya está haciendo mella en mucha gente. Y de la ansiedad a la depresión hay un pasito. Pasito a pasito.
Y los suicidios (tema tabú) se multtiplicarán.
¿Pero qué estarán pensando de todo esto los enfermos mentales, las enfermas de la psique? ¿Cómo les afectará, a sus ya afectadas vidas, el virus? ¿Lo verán como un Anticristo? El Anticristo de El día de la bestia. O el Anticristo de Nietzsche. O mismamente el de Lars Von Trier, que ha sido calificada como obra maestra de lo grotesco.
¿Podrán volar del nido del cuco? Sobrecogedora sigue pareciéndome esta película dirigida por el genial Milos Forman (el director de Amadeus, Valmont o Los fantasmas de Goya) e interpretada por el loco Nicholson. Me refiero, claro está, a Alguien voló sobre el nido del cuco, que nos muestra un escalofriante manicomio.
¿Qué pensarían acerca del coronavirus Antonin Artaud y Leopoldo María Panero? Dos grandes poetas que sufrieran trastornos mentales en forma de psicosis.
Panero con sus poemas de la locura (colosales poemas audiovisuales son los que le dedica, a él y su familia, Chávarri, con El desencanto, y Ricardo Franco con Después de tantos años).
Lepoldo María Panero en El desencanto |
Por su parte, Artaud, con su locura a cuestas, le dedica algunos pasajes a la peste: "...Ya los muertos obstruyen las calles en pirámides ruinosas, y los animales mordisquean los bordes. El hedor sube en el aire como una llama. El amontonamiento de los muertos bloquea calles enteras. Entonces las casas se abren, y los pestíferos delirantes van aullando por las calles con el peso de visiones espantosas. Otros apestados, sin bubones, sin delirios, sin dolores, sin erupciones, se miran orgullosamente en los espejos, sintiendo que revientan de salud, y caen muertos con las bacías en la mano, llenos de desprecio por las otras víctimas...".
Todos en verdad somos algo locos. Y todos, en nuestra época, llevamos el estigma del loco que somos y no somos, por decirlo en palabras de Foucault, autor de Historia de la locura. Esa escisión (desgarramiento) en la que nos movemos entre el yo y el no yo, entre una realidad aparente o irrealidad y una realidad esencial.
Sea como fuere, en la gente afectada por una patología mental, sobre todo en casos de psicopatologías graves como pueden ser las esquizofrenias o las psicosis, se dispararán sus niveles de ansiedad, de estrés. Y se acentuará la paranoia.
Los delirios y alucinaciones (de todo tipo, ya sean visuales, auditivas o táctiles...) se incrementarán, viviendo un terrorífico escenario.
Algo debería de saber acerca de la psicopatología, pues, aparte de haberla cursado como materia, tuve la ocasión de realizar cursos de doctorado en salud mental en la Universidad de Salamanca. Y luego en la Universidad de Borgoña y aun en el hospital de la Chartreuse de Dijon (Francia), donde, como stagiaire, me familiaricé con la población psicótica y el arte terapia.
Qué tiempos aquellos de juventud, divino tesoro... Cuando quiero llorar, no lloro/ y a veces lloro sin querer.
A veces lloramos sin querer, que es cuando se nos amontonan demasiados pensamientos contadictorios, cuando no logramos vislumbrar una salida al final del túnel. Y nos sentimos desbordados por lo que estamos viviendo. Por eso es tan importante mantenerse firmes (la vida firmeza), en equilibrio, con espíritu de templanza. Pero, como no somos realmente dueños de nosotros mismos, ni vivimos en una burbuja de ensueño (somos nosotros y nuestras circunstancias), nos resulta complicado en ocasiones mantener la calma.
¿Cómo estarán, qué sentirán esos enfermos mentales a la intemperie, por ejemplo en una ciudad monstruo como Nueva York? ¿Qué sentirán aun en otras ciudades y lugares del mundo?
Por eso, la salud, la salud mental es tan importante, primordial en un ser humano, porque sin salud estamos perdidos, al raso de las adversidades y contratiempos. Quizá no haga falta estrujarse mucho la sesera para darse cuenta de esta verdad, que, por lo que sea, a veces la pasamos por alto, como si tener salud fuera algo normal, que nos viniera dada de balde. Por obra y gracia del Espíritu Santo. Amén.
Sólo cuando la perdemos, cuando enfermamos, entonces nos damos cuenta de su valía. Y se nos viene el mundo encima como una apisonadora.
Deberíamos ser más conscientes de nuestra salud, de todo lo que nos rodea. Deberíamos vivir más despiertos, más atentos. Deberíamos vivir de claridades y lo más despiertos posible, nos alertaba hace tiempo el gran filósofo Ortega, que además era un excelente literato.
Ahora ando releyendo pasajes de El espectador, conformado por artículos y/o ensayos diversos de un gran valor.
Después de esta cruda lección que nos está dando el virus, los gobiernos de todos los países deberían apostar por la salud, tambien por nuestra salud mental, que es la que nos permite vivir en paz, en equilibrio. Nuestra salud. Y la salud de la Naturaleza, a sabiendas de que el mal vírico proviene a buen seguro del maltrato que infringimos a nuestra Tierra, a los animales (no nos olvidemos de las vacas locas, la peste porcina, la gripe aviar...).
Con salud podemos disfrutar de la vida, de cada instante, de cualquier cosa. Y por ende podemos conseguir cosas, que en el fondo tampoco es lo que nos procura felicidad (hablo en nombre propio, claro).
En el fondo, un ser humano no necesita casi nada (muy poco, al menos este menda lerenda) para sobrevivir, incluso en este mundo consumista, hipercapitalizado, donde todo se compra y se vende, donde hasta los seres humanos somos moneda de cambio, qué terrible, incluso en este mundo vuelto del revés, explotado, saqueado, maltratado, un ser humano no necesita más que salud (física y mental, que es toda una, porque a menudo, casi siempre somatizamos lo psíquico) y afecto (querer y ser queridos).
Conviene matizar que los psicópatas no necesitan afecto. Y la salud psíquica la tienen harto deteriorada.
Debemos ser conscientes de que nos han engañado con tantos asuntos. Pues nos han hipotecado para toda la vida (somos tan ingenuos que nosotros mismos nos hemos metido hasta las trancas en el barrizal).
Nos han agarrado del narigón, como dicen en mi pueblo que se agarran a los xatos, para tenernos estabulados como a ganado, en este caso como a ganado parlante.
Somos rebaño. Y hasta tenemos moral de rebaño.
Somos esclavos de nuestro tiempo, esclavos de nuestras estrecheces, también mentales, habida cuenta de que no encontramos tiempo ni siquiera para descansar... para descansar en paz (demasiado insomnio y pastillamen, demasiados desvelos).
Todas son prisas, todas son urgencias en un mundo en exceso apresurado, esquizofrénico.
Con salud, caminantes, se hace camino al andar. No olvidemos que ahora el corona nos está golpeando con fuerza pero tampoco debemos olvidarnos que la muerte convive con nosotros, aunque sea invisible como el virus, y nosotros seguimos muriendo de muchas otras enfermedades, esas que figuran en el subconsciente colectivo de la población.
Qué tema más interesante y preocupante el de la salud mental y, por ende, la salud general, porque sin la metal nunca podremos tener ninguna salud cuales quiera. Cualquier persona con sensibilidad humana te crea gran dolor, tristeza y compasion ver las escenas de un semejante con estos trastornos y patologías tan crueles de las que nadie estamos a salvo de esa desgracia que, normalmente, suele ocurrir en los seres más vulnerables, aunque muchas personas debido al frenesí y al estrés de estos tiempos de explotación y consumismo, egocentrismo e insolidaridad, te puede también ocurrir. En alguna ocasión la mayoría de ciudadanos hemos tenido episodios de encenderse la luz roja y hemos tenido la suerte de tener la ayuda de la familia, amigos y no ha llegado a más, pero otras han caído en el pozo y están vagando por los suburbios de las ciudades o en centros tortuosos mentales como si de una condena perpetúa se tratara para toda la vida sin haber cometido ningún delito ni crimen. Así de cruel es la realidad de esa satánica (por poner una referencia bíblica que no tiene nada que ver con lo religioso) enfermedad que da escalofríos pensar en ella. Siento una enorme tristeza, pena e impotencia de ver y contemplar esos semejantes. Y ya que el tema va de la pandemia y esa patología, vemos como en las grandes ciudades, y más en los suburbios (como en Nueva York y otras) estos seres desahuciados y desprotegidos, además de los mayores, son los más vulnerables que se los lleva por delante y a nadie les importa.
ResponderEliminarConozco dos casos de personas con trastornos psíquicos que lo han estado pasando muy mal con el encierro. Una niña de 13 que lloraba con frecuencia por no poder ver a sus amigas. Y una adulta de 45 a quien logré convencer para que diera vueltas a un terreno de su casa de pueblo hasta cansarse, y así conciliaba mejor el sueño. También un hombre de 71 con complicaciones coronarias y que le entra pánico pensar en salir (aunque ya le dejen a partir de mañana), porque fue muy advertido del extremo peligro que correría sólo por salir a comprar pan, algo que consultó para ver algo más que las paredes de su piso pequeño e interior. Son ejemplos de personas que no seguirán indemnes de esta situación, aunque no se infecten del virus. Y no menciono la incalculable población de mayores de 60, y/o hipertensos y/o diabéticos que no han podido aplicarse la mejor medicina que tenían prescrita: salir a caminar. En fin, que moriremos de la cornada o bien porque se nos hunden las gradas del tendido en el coso taurino
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