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martes, 21 de abril de 2020

Rojo sangre en el calendario

Hoy, 21 de abril, ha quedado grabado a fuego en mi calendario particular, tatuado en mis entrañas con el rojo sangre de la herida y las lágrimas derramadas del dolor.
Tal día como hoy, hace exactamente cuatro años, mi padre nos decía adiós para siempre. Y eso se me ha clavado en el corazón, en el alma, ya de por vida, mientras me quede un triste aliento o resuello en mis pulmones. 
Mi hermana mayor, Merce, me insinuó esta mañana si iba a escribir algo sobre nuestro padre. Y le respondí que, en estos momentos, tal vez no convenía hurgar en el dolor, porque escribir sobre esto produce dolor, mucho dolor, el saber mismo produce un inmenso dolor. A lo cual ella me respondió con templanza y cariño, entendiendo por supuesto mi postura. 
Al final, no he podido contenerme, contener lo que a todas luces no se puede contener, como tampoco se puede contener un río desbordado, enfurecido, ese río que va a dar a la mar, que es el morir, como sabemos por las desgarradoras y bellísimas coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. "Ved de cuán poco valor/ son las cosas tras que andamos/ y corremos,/ que en este mundo traidor/ aun primero que muramos/ las perdemos". 
Mi familia (foto del neorrealismo español, que me resulta entrañable)

Acaso lo mejor sería no saber, no darse cuenta, pasar página, como dicen ahora, hacernos los güeyes y pendejitos, los mensitos y pelotudos nomás. Pero esta página de la libreta, este papel del calendario (aun pudiendo arrancarse) no puede borrarse, por más años que transcurran, al menos mientras a uno le quede una gota de sangre en las venas. 
El dolor, ahora y siempre, forma parte de nuestras vidas (quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, en todo caso que la arroje lejos, no vaya a atizarnos una pedrada en la sesera. Y se monte el cirio pascual). 
La vida, aun siendo bella (la vita è bella), también es dolor. Y absurdo. Nos ponen en el mundo y tenemos que componerla como buenamente podemos, porque cada cual vive su propia vida. Y muere su propia muerte. Vaya obviedades. ¿Verdad? 
Cada cual es hijo, no sólo de su madre y de su padre, sino de sus obras. De lo que es capaz de hacer para salir adelante, para poder encarar la vida/muerte con entereza, con dignidad, con pasión, también.
Nadie más puede vivir ni morir por nosotros, aunque en ocasiones creamos o nos sintamos en la necesidad de hacerlo. Puro existencialismo. De Kierkegaard a Sartre pasando por Albert Camus, que nos dejó ese libro La peste, que tanto nos hace recordar la situación actual. https://cuenya.blogspot.com/2020/03/la-peste.html
Lo mismo ocurre con la soledad. Por muy acompañado que uno esté, o así se sienta, siempre estará solo, solo con sus pesares a cuestas, también con sus placeres, solo sobre todo en los momentos más dolorosos, en los momentos más crueles, porque la muerte es sin duda la más cruel de las certezas (como el título de un libro de aforismos del amigo Mario Pérez Antolín).  
No sólo hoy, por ser un día tatuado a fuego en mis entrañas, sino todos los días, llevo conmigo a mi padre, como un ángel, según mis hermanas y mi madre, como un recuerdo que me da fuerza y me alumbra con su candil por la senda de la vida, de esta vida que nos ha tocado vivir, en este primer mundo, en este Occidente o Poniente (como dijera otro de nuestros padres espirituales, el maestro Antonio Pereira), que ahora sufre una pandemia que ha trastocado, está trastocando nuestro estado de bienestar, nuestra vida al aire libre (a libre valer), y sobre todo nuestra psique, que intenta, a marchas forzadas, recomponerse, recolocarse, por los muchos fallecidos que cada día nos comunican desde los medios. Por la incertidumbre y el miedo que genera el bicho corona, que acabará matándonos del susto... del susto de la falta de libertad, del susto de la ansiedad, la angustia. Y todas las patologías que de ahí se derivan y podrían derivarse. 
Pero mi padre, por desgracia, ya no está para dar fe de esta barbarie vírica, que si viviera el pobre, según era, ya con cierta edad (este año cumpliría 92 años, nació en el 28, como él siempre decía) le daría un yuyu. 
Que él, que viera la guerra incivil siendo un niño, y una posguerra terrible, se quedaría fuera de juego en esta partida de naipes o de ajedrez, con pocas fuerzas y nulas ganas para aguantar el envite. Que a menudo lo decía, al paso que va el mundo, algún día, no tardando, se juntara el cielo con la tierra (plástica y sobrecogedora imagen) para decir, en definitiva, que el Planeta se iría (o se irá) a la mierda. 
Creo (más bien quiero creer, como un buen feligrés, como dijera el bueno de Unamuno) que aún no llegará el fin de la Tierra ni la extinción de la Humanidad, aunque sí estoy convencido (sin querer alarmaros, bajo este Estado de alarma) de que estamos en un escenario pre-bélico perfecto (ya lo anticipé en algún texto anterior publicado en este blog en tiempo de confinamiento: https://cuenya.blogspot.com/2020/04/cultivar-los-afectos.html), un terreno sustanciosamente abonado para que se produzca algo que no quisiéramos ver ni vivir. Ojalá, insahllah, que no se junte el cielo con la tierra. Y el virus nos acabe dejando vivir en paz. Aunque ya nada vuelva a ser como antes en este primer mundo hipercapitalista y falto de valores éticos, morales, en el que los ricos serán aún más ricos y todopoderosos, y los pobres aún más miserables. 
Si mi padre volviera a vida, y viera en que lides nos hallamos, a buen seguro le daría un patatús. 
Hoy, 21 de abril, ni siquiera podré ir a visitar su tumba (la verdad es que las veces que he ido, que no son muchas, la verdad, me da un vuelco el corazón y se me estremece el alma). Pero él sabe que lo llevo conmigo como un ángel de la guarda. Como un dios, pues él era un dios humano, como escribí en el libro Del agua y del tiempo. Un dios que me protege y me da energía para seguir adelante en este huerto de los afectos, que procuro cultivar con esmero y todo mi amor. El amor por mi padre. Y también por mi madre y mis hermanas. Por toda mi familia, y esas personas especiales que tienen cabida en el mapa de mis afectos.  

2 comentarios:

  1. Qué foto más entrañable la que pones de la famia, una clásica de la representación de la época (en la que tú aún no habías venido al mundo pero estabas próximo, creo). Cuantos recuerdos me trae a mi esa época, siendo un año, creo, mayor que tú hermana Merce y buenos amigos desde niños hasta que emigre con 18 años a Barcelona. Y que decir de tu padre, Lucas, un ser maravilloso, noble, tierno, humilde, sencillo, entrañable y un sin fin de adjetivos tan justos y merecidos. Tengo recuerdos suyos que no se pueden borrar. Él siempre estaba junto a los niños: en el campo de fútbol, en el bar o cualquier otro lugar contándonos historias y andanzas, y que a nosotros nos hacía sentir importantes y mayores. Siendo un hobre que vivía en el pueblo, él siempre fue por delante de la mayoría: con una mente abierta, sensible, humana, sociable, cariñosa. Cuando me enteré de su muerte, sentí una gran pena y tristeza, la he sentido siempre por muchos del pueblo, pero tú padre era muy especial. A mí, siempre que he ido al pueblo me ha gustado hablar con los mayores, siempre lo he tenido presente como una norma de respeto, cariño y de aprendizaje por todas las cosas que te enseñan como grandes sabios de nuestra cultura, además de mi curiosidad y deseo de saber tantas otras cosas que un mayor te podía aportar hablándote de sus ancestros: abuelos, bisabuelos y demás, y así nos podíamos ir desde ese mayor que te sacaba 50 o 60 años, hasta sus antepasados que él conoció y ésos a los que ellos conocieron y nos vamos a doscientos o más años atrás, con lo cual, a mí me hacía volar y trasladarme a unas épocas que estaba viendo y viviendo como en tiempo real. Y tú padre si viviera, sería uno de esos a los que yo desearía acercarme, escuchar y charlar con él para compartir y disfrutar de esa clase que ninguna universidad te puede enseñar, si no es recibiendo ese olor y aliento a de esos hombres sabios y mayores de de pueblo. Gracias, Manuel, por escribir este artículo a tu gran padre y persona que yo he disfrutado mucho, y que, como bien dices, un ángel que a bien seguro nos estará alentando y protegiendo. Como tú, yo también tengo esa clase de ageles y angelitos que me inspiro y me ayudan.

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  2. Manuel, soy lector asiduo de tus notas, que es una manera que encuentro de acercarme al pueblo donde nací y a las personas que alli conocí y que no he vuelto a ver. Tu nota está escrita del modo que a mi me gustaría poder escribir, donde hablas del amor y la pérdida en la persona de tu padre. Yo perdí al mio hace treinta y cinco años sin haber cumplido los sesenta; mi madre lo sobrevivió por veinte años. Ambos fueron generacionales de los tuyos (eran del 25), se conocían, se trataban, y hoy al ver la foto que publicaste lograste iluminar mis recuerdos y alterar mis latidos. Hace años que tu y yo nos comunicamos por estos medios, sabemos de nuestros orígenes, algo de nuestras vidas: Lo que yo desconocía era quienes eran tus padres, que seguramente en alguna ocasión lo hayas expresado, pero que la distancia del tiempo hizo no reconocerlos u olvidarlos de mi parte. La fotografía me los trajo al presente; a ellos dos y a tus hermanas. A tus padres por sus rostros que al verlos renacieron en mi memoria; a tus hermanas por que creo recordar que en ese momento en el pueblo eran el único matrimonio con cuatro niñas. Nosotros viajamos a Argentina en noviembre del 62 y creo que por esa época naciste tu, que también fue noticia y alegría por el varón llegado al fin. Recuerdo haber ido alguna vez a la casa de tus padres, no me preguntes la razón, pero se que hable con tu madre. De tu padre recuerdo el nombre: Lucas, no era un nombre muy común entonces, podría ser el único del pueblo. Lo demás, son datos que muchas veces me trasmitían mis padres cuando hablábamos de Noceda y su gente. Gracias por tender este lazo y por el modo de recordar a tu padre, que es muy parecido a como siento y padezco la ausencia del mío. Fuerte abrazo.

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