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lunes, 13 de abril de 2020

El Bierzo en tiempos de vendaval vírico

Al parecer, en el Bierzo, que es un conjunto de pueblos (incluso a la capital, otrora pimentera, se le dice el pueblo, aunque supere con mucho los cincuenta mil habitantes) el Coronavirus no se ha extendido de forma abusiva, por fortuna, como en otros lugares de España (a sabiendas de que las datos que nos ofrecen son, como mucho, de quienes están hospitalizados. Y poco más). 
No sabemos a ciencia cierta el número exacto de infectados ni en el Bierzo, ni en España, ni en ningún otro lugar de la Tierra. En España hay millones de contagiados, seguro. 
Ponferrada. Foto: Cuenya

Y eso que a priori podría ser una bendición, que en el Bierzo no haya muchos infectados, que nos permita estar a salvo, al menos en el útero de Gistredo, no lo es tanto, si nos atenemos a lo que me cuenta el amigo Abel, que es físico y trabaja ahora como ingeniero en la Agencia Espacial Europea en la ciudad holandesa de Leiden (donde también estuviera el gran físico Einstein investigando), el cual está convencido de que cuanta más gente se contagie ahora, mucho mejor será para nuestro futuro (porque al final acabaremos contagiados la mayoría, no nos alarmemos tanto), algo por lo demás razonable, porque, de ese modo, quien se haya contagiado (y por supuesto haya sobrevivido a la infección, lo que deseamos por encima de todo) ya será inmune. Y la inmunidad es esencial, vital, para combatir a este monstruito, este dinosaurio sobre el que nos hablara tanto Kafka como Monterroso de un modo metafórico, literario, este bichito de mierda que ha llegado para trastocarnos, a la espera de encontrar una vacuna, o algo que lo neutralice. 
Leiden. Foto: Cuenya

También hemos conversado acerca de que este virus no es tan mortal como se dice (valgan mis sentidas condolencias para las familias de sus seres fallecidos) sino muy contagioso. Y eso nos produce inquietud, desasosiego, miedo incluso. 
Tampoco es cuestión de banalizar la dimensión de este o esta corona, entre otras razones porque nos pondrá (nos está poniendo) patas arribas nuestra economía, matará a demasiada gente (si nos tocara de cerca, que las diosas no lo quieran, entonces estaríamos aún más jodidos) y producirá trastornos varios de la psique, con lo que eso conllevará en el ámbito social.  
Después de este vendaval vírico, pues pasará, ya que no hay mal que cien años, aunque nos fulminará la primavera (espero que no todo el verano) tendremos, de un modo inevitable, que repensar todo, reflexionar acerca del mundo en que vivimos, asentado en principios que, como hemos visto, no se sostienen. Y sí podría sostenerse en una mejor sanidad, en más educación y cultura (a nadie de nuestros gobernantes parece interesarle la cultura, tal vez porque la consideren un mito, o nos cuelen cultura, esa es otra que tal baila, cuando en realidad no lo es, recomiendo la lectura de El mito de la cultura del maestro Bueno). 
Una sociedad cuyas bases sean la investigación, la ciencia, la filosofía, el arte como algo terapéutico, también. Vaya utopía la mía, cuando los gobiernos lo que buscan es en realidad la distopía, el engaño, la mentira, el tener sometida a la población, para que nadie se mueva. Todos uniformados como borreguitos hacia el patíbulo. Más Platón y menos prozac, más Nietzsche y menos faranduleo. Más ciencia y más filosofía, por favor. Más luz y menos sombras. Más amor y menos odio. Más paz y menos conflictos. 
Ayer domingo tuve la ocasión de volver a reencontrarme, vía Zoom, con dos buenos amigos, a quienes conociera en la ciudad universitaria de Salamanca (que hoy lunes podría estar celebrando el lunes de aguas, lástima) a principios de los 90: uno es Abel (gijonés-extremeño-salmantino-galés-alemán-holandés, que estuvo como estudiante posgraduado en Aberystwyth, postdoc en Newcastle e investigador en el Max Planck Institute en Jena) y el otro pibe es Agustín, de Oropesa (Toledo), ciudadano del mundo que ahora vive en Hoyos (provincia de Cáceres, Extremadura) y en tiempos viviera también en Salamanca, en la preciosa ciudad de Aberystwyth (Gales), en Inglaterra, en Segovia. 
Buenos muchachos. Con quienes he pasado momentos estupendos. 
Salamanca. Foto: Cuenya

Nuestra última quedada en vivo y en directo, dicho sea de paso, fue hace ya tiempo. En Segovia. 
El asunto es que yo venía a hablaros de los pueblos del Bierzo, como ya escribiera en una de mis últimas entradas en este mismo blog, haciendo referencia a mi útero de Gistredo y a algunas aldeas  del Bierzo Alto, por lo demás harto desconocidas, salvo para quienes vivimos en la zona (o eso me cuentan al menos algunos paisanos del Bierzo Bajo). 
Aldeas que, por el hecho de estar despobladas o casi despobladas, intuyo que el virus ni ha asomado el pescuezo. Aldeas que forman parte de mi mapa de los afectos. 
Noceda. Foto: Cuenya

No es mi intención hacer un repaso de todos los pueblos del Bierzo, al menos en estos momentos, sólo deciros que en los pueblos, en esta España vacía y vaciada, tengo la impresión de que se vive con más templanza el virus. "Menos mal que vivimos aquí", me dice la amiga escritora Vanesa, que vive en la montaña central leonesa. 
O el menos convivimos con más espacio, habida cuenta de que normalmente nuestras casas disponen de jardín o huerto (el huerto epicúreo de los afectos, como ya dijera en otros textos), y aun otras cuentan con patios o terrazas, con vistas a la montaña, al campo. Y  ese sentir visual, ese sentir olfativo, aromático (la primavera ya ha llegado, en este caso mucho mejor que en el Corte Inglés, que perdonen mi osadía), nos colma de placer. 
Hasta podemos escuchar a los pajaritos (dejemos hablar a los pájaros y al viento, ¿verdad Eduardo?) y a las cigüeñas sobrevolando nuestras ensoñaciones, con cierta sensación de temperatura agradable, aunque aún no haya llegado el calorcito rico (que serviría también para contrarrestar a este demoi de virus). 
Dejemos hablar al viento, como el título de la novela de Onetti, y hagamos un esfuerzo más por sobrevivir a la incomunicación, a este mundo deshumanizado y vacío (como parece contarnos Onetti). Y por supuesto apaguemos la tele, el teléfono... desenchufémonos de la Red... para dejar que nos hablen los pájaros. Que nos hablen el lenguaje universal del vuelo, de la libertad. Casi nada. 
"Hasta los pájaros cantan ahora de otra manera", me recuerda Vanesa, quien a la vez me aclara, como hiciera Abel, que se desarrolla más inmunidad al virus en las zonas más infectadas. 
Por su parte, el amigo escritor Eduardo Keudell, con un punto de ironía,  me dice (en referencia a mi anterior texto acerca de los pueblos del Bierzo: el útero de Gistredo), que me olvidé de Viñales, "un pueblo tan floreciente", que es donde él vive. 
Viñales. Foto: Cuenya

Así que quiero rendirle homenaje a Viñales (donde otrora había muchas y buenas viñas, de ahí su nombre). Y por supuesto a Eduardo, que, gracias a su quincho (asador), hemos podido degustar en tiempos felices sabrosas carnes y exquisitas empanadas criollas. Y espero que volvamos a reencontrarnos pronto.
Que nuestra cofradía gastronómica (por ponerle un nombre semanasantero) o la hetería soteriológica a la que él mismo se refiere como Máster chef de cocina, con la inestimable ayuda del maestro Carretero, que también tiene "su horno salvífico, de Pereruela", añade Eduardo, vuelva a reunirse en paz y en armonía. 
Por cierto, un buen ejemplo de hetería soteriológica sería el jardín o huerto de Epicuro (al que he hecho mención en varias ocasiones y en varios textos), ese huerto en el que cultivamos la amistad, los afectos (mejor no cultivemos el afecto de la angustia, que también es un afecto, tal y como nos lo dijera el psicoanálisis) como cultivamos los tomates y los pimientos. 
Hortelano o campesino de los afectos me ha llegado a llamar, después de leerme, alguna amiga, incluso algún amigo, lo que me resulta magnífico y a la vez me devuelve a aquel Valle Inclán que, en un momento de su vida, pensó en dedicarse a la agricultura en Cambados, su terra galega. 
Gistredo. Foto: Cuenya

Valle Inclán siempre como luz. Qué grande era el tío. 
Por fortuna, en los pueblos del Bierzo, quien más, quien menos, tiene algún huertín en el que cultivar alguna hortaliza. Y eso también vendría muy bien en caso de que llegara a escasear la alimentación, en caso de que la situación por el virus corona se agravara, que las diosas no lo quieran (hoy me da por implorar a las diosas), aunque de momento, por fortuna, no estamos sufriendo ninguna guerra, como se encargan de decirnos. 
Ni imaginar quiero (mi madre da fe de la posguerra) las penurias y atrocidades que sufrieran quienes sí tuvieron que estar al frente en la Guerra Incivil, para más inri, entre hermanos, vecinos, compatriotas. Todo por un cainismo absurdo. 
Qué no vuelvan esos tiempos, aunque ahora (no lo quiero trivializar) se estén muriendo muchas personas. Y los paisajes desoladores llegarán después del vendaval vírico. 

1 comentario:

  1. Ahí en el Bierzo, en Noceda, si señor, que privilegio ver y escuchar a los estorninos, las tórtolas, los grajos, las urracas, los jilgueros y por supuesto las cigüeñas en las copas de los castaños o de las iglesias. Qué paisajes y panorámicas en este tiempo de pandemia.

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