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lunes, 6 de abril de 2020

Modernidad líquida

Ya hace años que el sociólogo y pensador de origen polaco Bauman nos habló de la modernidad líquida, la sociedad líquida, consumista, incluso del amor líquido, para referirse al fin de una era, la del compromiso mutuo. Y en esas andamos. 
Una sociedad ensimismada, individualista, que busca la inmediatez, la satisfacción urgente en medio de un capitalismo voraz, sujeto a modas, a cambios permanentes, un capitalismo salvaje que nos usa y nos tira al basurero. 
Bauman


Nos creemos que podemos conseguirlo todo, que tenemos todo al alcance de la mano (a través de las tecnologías... la Red, las redes sociales... han alimentado o han contribuido a alimentar esa idea) pero en realidad es tan sólo una ilusión, algo virtual, nada tangible y palpable. Porque ya no tenemos a qué agarrarnos (ni siquiera a un clavo ardiendo, es un decir, ahí siempre podríamos agarrarnos, con todo lo que ello supondría), todo se nos escurre como agua entre los dedos, todo se esfuma (incluso nuestros ideales, nuestra ideología), y lo que se nos esfumará de un plumazo a raíz de esta crisis vírica (también se están yendo al traste nuestros horizontes y esperanzas). Nada es sólido. Ni siquiera el amor. Ni tampoco nuestras relaciones personales. 

Todo resulta provisional, pasajero, precario, incierto, inseguro. Tenemos trabajo basura, comida basura (no se extraña uno de que nos ataque la hipertensión, el colesterol malsano, la obesidad. Y todos aquellos problemas que de éstas se derivan). 
Tenemos una televisión basura (todos esos programas ponzoñosos, que nos intoxican con sus mentiras y sus postureos, que además nos desequilibran con su griterío), políticos inservibles (que en vez de solucionar asuntos, los enrevesan, intentando vendernos su moto), gente que no aporta realmente nada a la Humanidad (quizá entretenimiento y circo a la población, acaso para tenernos dormidos y durmiendo el sueño de los imbéciles). No obstante, a los gobiernos (en su mayoría, por no decir todos) les vienen de perlas estas adormideras, estos chutes psicodélicos, para tener calmadas a sus poblaciones. 
Sartre
Personal que nada aporta a la Humanidad pero que cobra salarios estratosféricos, mientras que, quienes realmente deberían estar valorados cual se merecen, no lo están. Y así en este plan. Con lo cual, así nos luce la sesera. Y ahora, que han venido mal dadas con esta absurdez vírica, nos hemos dado cuenta de la realidad. Espero que nos demos cuenta. Y comprendamos que todo este mamoneo no nos conviene. 

"Resulta prácticamente inevitable que respiremos una atmósfera de desasosiego, confusión y ansiedad y la vida sea cualquier cosa menos agradable, reconfortante y gratificante", nos alerta Bauman en Retrotopía, ya que vivimos en una sociedad dopada a base de tranquilizantes y antidepresivos, que, además de aliviarnos, también nos ponen una venda en los ojos ante la naturaleza real del padecimiento, lo que nos impide erradicar las raíces mismas del problema. 
A ver si logramos repensar la irrealidad en la que hemos estado inmersos, y descubrimos a qué podemos asirnos, agarrarnos con uñas y dientes a la realidad, a la vida natural, a la vida saludable, a sabiendas de que necesitamos estar más y mejor preparados en sanidad (aunque la nuestra no sea de las peores del orbe, antes al contrario). Y por supuesto necesitamos más investigación, más educación, más cultura. Y muchos menos políticos y políticas que chupen del bote, del erario público. 
Lacan
Vivíamos y seguimos viviendo en una modernidad líquida, con el encefalograma plano, con el pensamiento débil (la derrota del pensamiento, según el filósofo Finkielkraut) o directamente con una gran falta de pensamiento (bueno, pensar siempre pensamos, aunque sea en las facturas de la casa, que siempre son excesivas). Con una gran falta de compromiso. Y un exceso de individualismo. De egocentrismo. Seguimos viviendo en compartimentos estancos, como nos dijera el filósofo Ortega. Cada cual en su universo. Con nuestra ceguera moral. Hace unos días, nomás, recordaba ese extraordinario Ensayo sobre la ceguera de Saramago. 
Y ahora, más que nunca, debemos fomentar la unidad, la solidaridad, la fraternidad, el pensamiento fuerte, la reflexión profunda, el análisis realista. 
La inseguridad y incertidumbre nos pueden y eso nos genera una gran angustia, una angustia existencial, que nos deja fuera de juego. Este no saber qué va ocurrir, este desconcierto y desorientación, ahora más que nunca, nos vuelve angustiados. La angustia como algo inquietante, siniestro, algo ocurrirá. Siempre ocurren cosas. Pero ahora nada sabemos acerca de lo que nos espera con este virus (salvo los contagios y las muertes), a la espera (valga la redundancia) de que tengamos lista una vacuna. Entonces, sólo entonces, se nos despejarán nuestros miedos y nuestra incertidumbre. 
Freud
Cuánta más es la incertidumbre, mayor es nuestra angustia, que a menudo se traduce en sudoración excesiva, temblores y sensación de opresión en el pecho o falta de aire (algo que a menudo se da cuando uno contrae el Covid-19). 
Además, en la angustia, que está relacionada con un miedo irracional,  se dan síntomas como desesperación, dificultades para dormir (ansiedad nocturna), imaginación de escenarios catastróficos, fatiga...

En estos momentos, no estamos teniendo certeza de nada, salvo de la muerte. Desconfiamos incluso de los otros (no nos vayan a contagiar, o por qué esos pueden salir a la calle y nosotros no). Pero debemos mantener la calma, una vez más, debemos mantener el sosiego, la serenidad, la templanza, la ataraxia estoica, un punto de equilibrio. 
¿Cuál es la verdadera realidad que estamos viviendo? ¿Se trata ésta de una ficción? ¿Estaremos viviendo algún mal sueño? ¿El mundo seguirá siendo tal y como lo hemos conocido? ¿Toda esta situación que vivimos no será sino la apariencia de una realidad? Pongamos razón, cordura. Llegará pronto una vacuna que nos protegerá. Mientras, mantengamos esa calma necesaria, que nos ayudará a salir bien parados de esta situación, que es tan real como la vida misma. 

La angustia existencial
La angustia, que ha sido estudiada por la filosofía (Sartre en 'El ser y la nada', Kierkegaard y Heidegger, entre otros), el psicoanálisis (Freud, Lacan, en su seminario X,...), la psicología y la psiquiatría..., obedece a una señal de alarma ante un peligro exterior, que se convierte en un peligro real para quien la sufre. Que es más o menos lo que estamos viviendo y/o sufriendo todos ante este Corona-virus.  
El psicoanálisis nos habla de la angustia como un afecto, el más penoso e insoportable de todos los afectos, en el que el síntoma es lo más real que cada cual tenemos. La angustia como signo de lo real. Curiosamente, los no síntomas en el caso del Coronavirus también son lo más real porque contagian tanto como los síntomas. Y ahí que resulta complicado erradicar los contagios masivos. 
Al parecer, sin la angustia nada sabríamos sobre el deseo (el deseo del Otro) ni sobre el goce (el deseo del propio cuerpo). 

Para el filósofo Kierkegaard (el autor de Diario de un seductor, maravilloso libro) la angustia procede de la imposibilidad que tenemos los humanos de controlar nuestra vida. Nos han arrojado a este mundo en unas circunstancias, imponderables, que no podemos controlar. Y además debemos tomar decisiones, que nos obligan a renunciar a hacer otras cosas. Y eso nos produce angustia,  angustia existencial, angustia del devenir, ¿qué será de nosotros y de nuestro futuro?, nos planteamos, con miedo a equivocarnos, a no tomar la decisión adecuada, acertada. Por eso la angustia podría convertirse en "el vértigo de la libertad", según el filósofo danés. 
"Vivimos en un mundo en el que no estamos determinados y esto es lo que nos lleva a la angustia", proclama Kierkegaard. 
En todo caso, tomemos un camino, a riesgo de equivocarnos, y vivamos del mejor modo posible, como creamos que debemos hacerlo. Y disfrutemos, en la medida de lo posible, de la senda emprendida. 

Ahora, más que nunca, debemos ser conscientes del mundo que habitamos, cómo lo habitamos, qué rumbo debemos tomar cuando esta situación vírica se acabe, porque se acabará (no hay mal que cien años dure). Y volvamos a sentir la libertad o la quimera de la libertad, el fantasma de la libertad, la belleza del mundo, la sonrisa de un día campestre y primaveral, tal vez la sonrisa de una noche de verano bajo un firmamento estrellado y protector, bajo un cielo sólido al que agarrarnos, desafiando la modernidad líquida.  

Modernidad líquida
En esta modernidad líquida huelga decir que nadie se compromete con nada. Ni siquiera un contrato sirve para nada, porque éste se puede romper. Y todo se queda en palabra que se lleva el viento. 
En otra época, no tan lejana, los tratantes de feria, por ejemplo, se estrechaban la mano y el trato iba a misa, como suele decirse. No hacía falta ni siquiera un papel y unas firmas que lo avalaran. En cambio ahora, desde hace tiempo, todo se puede romper y se rompe. Todo se rompe y se corrompe. 
Nuestra sociedad es líquida, escurridiza, cada cual va a su puto rollo. Y a nadie le interesa si el vecino tiene o no para comer. Hemos vivido en un falso estado de bienestar, sin valores, sin ética, y ahora nos sale a relucir nuestro modo de vida falso con este virus maldito que nos está pulverizando. Que está demoliendo nuestro supuesto estado de bienestar. Nos creíamos invulnerables, inmortales, divinos, divinos de la vida, y ahora nos vemos expuestos a la enfermedad y la muerte. En realidad, que nadie se engañe, la enfermedad y la muerte siempre han convivido con nosotros, pero daba la impresión de la que las miráramos como si no fueran con nosotros. 
A partir de ahora tendremos que armarnos de valor, armarnos en valores (a ver si los gerifaltes guerreros dejan de invertir tanto en armamento, vaya utopía) y centrarnos en la realidad que estamos viviendo para, de este modo, salir de esta situación kafkiana. 


Lo lograremos. Todos y todas a una. 

3 comentarios:

  1. Buena y aguda reflexión... �� Plena de referencias a intelectuales que, en parte, son mías también.
    Un abrazo fuerte y cuídate, compañero.
    Matias

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  2. A veces me gusta leer recetas sencillas, y vuelvo a escuchar a Pepe Mújica, que no me dice nada que no sepa, pero me siento señalado por su dedo, o por sus ojitos de viejo sabio, y entonces los mapas del mundo vuelven a estar claros.

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  3. Estupendo escrito como siempre, Manuel. Grandes reflexiones sobre el egocentrismo egoísta del ser humano y por ende de la humanidad debido a la desidia y falta de valores y, aúnque este virus maldito que nos ha traído tantas muertes, miseria e incertidumbre, tambien no trae algo positivo que es humanizar y sensibilizar a las sociedades

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