Hace la friolera de casi diez años, que
se dice pronto, el profesor y escritor Alfonso Fernández Manso se planteaba: "¿A
qué temperatura arde la libertad? ¿Y los ecosistemas? ¿Y la dignidad?".
Y creo que ahora es el momento de
plantearse, aunque sea de un modo metafórico, con cierta saña: ¿A qué
temperatura podría arder el Coronavirus? ¿No sería magnífico que este puto
bicho ardiera de una puta vez en los infiernos? Disculpad mi cabreo. Pero, con
la que está cayendo, a uno también le entra la mala leche. No obstante, procuro
mantener la calma. Permitidme, no obstante, desahogarme. Que también resulta
catártico, al igual que escribir, como necesidad vital, con el fin de
entender dónde estamos parados, como dicen en Hispanoamérica nuestros hermanos
y hermanas del alma.
Quizá podría quemarse el bichito (sobre
todo este año que no pudieron celebrarse las fallas valencianas) como se queman
nuestras ilusiones.
Hornos crematorios en Auschwitz. Foto: Cuenya |
El fuego, que también puede ser purificador,
da miedo, asusta, sobre todo después de tantos incendios intencionados que se
han producido en España, en el Bierzo, en el mundo entero. Jugar con fuego
puede quemarnos. Y nuestra Madre Naturaleza ya ha sufrido demasiados incendios.
Así que dejemos el fuego en paz.
En todo caso, este bicho vírico no
soporta al parecer bien las altas temperaturas. Así que, con un poco de chance,
podríamos hacer que desapareciera a altas temperaturas. Qué nos llegue el
calor, ahora lo necesitamos más que nunca, ese sol que nos procura vitamina D,
tan importante para fortalecer nuestro sistema inmunológico. Y además nos haría
un gran favor de cara a eliminar el virus.
Manso, que es un analista de la realidad
de nuestro tiempo y aun un filósofo de trans-modernidad, llegó a
interrogarse asimismo acerca de "¿a qué temperatura se destruye el
espíritu humano?", lo que nos devuelve, de un modo inevitable, a la
barbarie cometida en Auschwitz, que sigue azotándonos con su
recuerdo-pesadilla, y en cuyos hornos crematorios se calcinó el alma-cuerpo de
muchos seres humanos, lo que nos sigue produciendo espanto, ¡el horror, el
horror!, lo que nos hace repensar, una vez más, la bestialidad del ser
humano. Y todo aquello que hemos hecho mal, el cual se ha convertido en estos
momentos en un virus hiper-contagioso y arrasador.
Ya sé que los virus no son una novedad
en nuestras vidas. Pero este, en concreto, nos está volviendo locos perdidos.
Así que pongamos algo de cordura. Y al mal tiempo buena cara. Aunque la
procesión vaya por dentro. Incluso pasada ya la Semana Santa, que este año
tampoco pudo celebrarse.
No sólo necesitamos una buena
temperatura ambiental, superior a los treinta grados centígrados, eso dicen los
expertos, sino una temperatura afectiva que nos permita re-ligarnos (y aun
amorosarnos, la ternura, ay, la ternura) con el fin de sobrellevar esta cruz
pandémica. Qué vaya cruz. Y vaya utopía la mía, el pensar que los seres humanos
encontraremos esa temperatura afectiva que nos permita sobrevivir a cualquier
tempestad, incluso vírica. Todos unidos, todas unidas, lo vamos a parar, se
dice. Pues todos a una. Como los mosqueteros.
Vaya utopía la mía. Si cada cual mira
para su propio ombligo (vivimos en compartimentos estancos, según el filósofo
Ortega), y la Unión Europea es una auténtica Desunión, sólo sostenida por
intereses económicos, capitalistas.
El capitalismo salvaje como farsa con la
que nos han camelado. Y nos siguen camelando. La Gran Farsa. El gran teatro del
mundo. El paripé servido en bandeja de oro 24 quilates, oxidada, herrumbrosa en
cuanto te descuidas y te da por voltearla.
Hace años que vivimos, en vez de en un mundo utópico, en un mundo distópico, que se revela como una utopía perversa, inversa, castradora, que es todo lo contrario a una sociedad ideal, feliz, tal como nos propusieran, desde Bradbury, con su Fahrenheit 451 (451º F, temperatura a la que arden los libros, que Truffaut adaptara al cine) hasta Huxley, con su Mundo feliz (sobre el que he escrito en este mismo blog), pasando por 1984 de Orwell (al que he hecho también mención en varias ocasiones) o Moore, con su Fahrenheit 9/11 y aun el propio Zamiatin, con su Nosotros, que tanto influyera en Orwell, ese Gran Hermano que nos vigila, la telepantalla que nos apantalla y nos vuelve a todos monos de feria, peleles, marionetas al servicio del todopoderoso Dios-sistema-financiero. Y es que todo lo manda el dinero, como nos dijera el lúcido Valle-Inclán en Luces de bohemia.
Por una parte, tenemos a ese Gran
Hermano que nos vigila sin descanso, mientras los primates siguen luchando a
muerte para lograr su premio, con el confesionario, el súper... la comuna
contracultural, el hippismo reinventado, el moderno convento mixto, con matices
incluso de clausura mediática... la telepantalla enchufada día y noche a
nuestras intimidades... los polvos entre los simios encerrados en el zoo humano
(un guiño al genial Desmond Morris).
Encerrados, confinados en esta primavera
vírica, que sigue brotando en nuestros corazones angustiados, con el alma en
vilo, confinados a la espera de una vacuna, una esperanza que nos devuelva la
esperanza y la confianza en la ciencia, en la buena gestión de nuestros
científicos, en los seres humanos en general, que algunos, cierto es, se están
dejando la piel para que podemos salir a flote de este mar revuelto en el que
estamos... en el mismo barco (o en diferentes, pero en la misma mar)... a la
deriva (espero y deseo que al final alcancemos la orilla, toquemos tierra),
náufragos bombardeados por un sin fin de noticias, a veces
contradictorias.
¿Adónde ha quedado nuestra libertad? ¿Y
qué ocurrirá con nuestra supuesta libertad cuando el bicho comience a irse de
nuestras vidas? ¿Seguiremos de algún modo confinados después de este tsunami
vírico? ¿Volveremos los españolitos a relacionarnos como lo hacíamos antes de
que nos llegara este diabólico huésped?
¿El mundo conocido seguirá igual que fue
antes? ¿Habrá un antes y un después? ¿Nuestra libertad, ya quimérica de
por sí, y los libros, desde hace tiempo virtuales, serán definitivamente
sustituidos por una narcótica felicidad?
¿Nuestro supuesto bienestar de Primer
Mundo se transformará en un malestar, el malestar de la cultura?
¿Sobreviviremos a las consecuencias del virus? ¿Seguiremos asentados en los
cimientos fangosos del soma? Ese soma del que nos hablara Huxley en Un mundo feliz.
¿Nuestro Primer Mundo se re-construirá
sobre las inhibiciones del intelecto y de las emociones? ¿Perderemos
definitivamente la ternura, tan escasa en la actualidad? ¿Viviremos en un mundo
sin sexo y sin amor? ¿O bien viviremos
en un mundo con sexo acristalado y sin amor? ¿Podremos sobrevivir sin contacto y
sin afectos? ¿Nos seguirán chutando, desde las altas esferas, con adormideras
psicodélicas, capaces de aletargarnos para siempre? Esas adormideras entre
las que no sólo están las religiones, en todas sus vertientes y variantes, como
opio del pueblo, sino el fútbol mediático, incluso el cine, la televisión...
tal y la conocemos, con esos programas chillones, puritito basuramen? ¿Nos
seguirán inflando a hostias, perdón, inflando con subcultura/incultura, tal
como nos la venden los medios de comunicación de masas, que se encargan de
decidir lo que nos gusta y lo que deseamos?
Revisemos, leamos y releamos, por favor,
algunos libros como Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco,
o bien El mito de la cultura, de Gustavo Bueno.
Ambos volúmenes podrían arrojar luz a las tinieblas que nos envuelven con su
manto vírico, cuasi medieval, cual si de repente hubiéramos viajado a otra
época, la de la peste (colosal Camus con su libro ambientado en la ciudad
argelina de Orán, infectada por las ratas), época de apestados y apestadores o
intoxicadores, la nuestra, época de chivatos, que nos delatan por saltarnos la
normativa o, lo peor, por creer que nos la saltamos. Chivatos propios de un
sistema totalitario. El miedo al Otro circula también con la velocidad de la
pólvora, o del virus Corona, que es en verdad muy contagioso. Y ahora no paran
de salir casos positivos, resistiéndose la famosa curva a doblegarse.
Mientras tanto, seguiremos
preguntándonos: "a qué temperatura arderá el Coronavirus?" en este
mundo uniformado, unidimensional (guiño al filósofo Marcuse), con su
pensamiento ramplón, único (qué grande Platón, que empleó la dialéctica,
convencido de que la res pública debería estar en manos de filósofos).
¿Adónde han quedado los filósofos y la
filosofía? Si hasta se han cargado la filosofía de la educación. O esa es al
menos su intención.
¿Dónde está el pensamiento crítico, la
ciencia, la investigación en este mundo globalizado y ahora vuelto del revés?
El tremendo revés o trallazo que nos ha metido el virus, que no es otro
que el revés que nos ha dado nuestra propia incapacidad para prever el desastre
que se avecinaba. Y además estar preparados para ello.
¿Os dais cuenta de que lo que se ha
globalizado es, en vez de la libertad y la dignidad, la miseria y un virus corona?
¿Os dais cuenta de que seguimos y
seguiremos esclavizados a las técnicas y tecnologías, serviles al sistema
caníbal, que funciona como una apisonadora?
Tanta técnica y tecnología punta, tanto
avance, para que un simple bichito ponga en cuestionamiento todo nuestro
sistema, nuestra salud... nuestra enseñanza... pues ni siquiera estamos
preparados para una buena enseñanza on
line. Si es que como lo presencial no hay nada.
La robótica no puede desplazar, no
debería desplazar a los seres de carne y hueso. Lo virtual no puede sustituir
la sensorialidad humana: oler, gustar, tocar, ver, escuchar, sentir con la
piel, con el alma. Con todos los sentidos.
¿A qué temperatura podría arder el maldito Coronavirus?
¿Acaso podría arder un virus como arden
los miles de muertos y muertas que se está llevando este maldito bicho?
Muchas interrogaciones retóricas que quizá algún día dejen de serlo. Las preguntas nos ayudan a mover el intelecto. Empecemos por eso, por pensar,es el primer paso para actuar. ¿Se nos olvidará pasado un tiempo y volveremos a cometer los mismos errores? Interrogantes sin respuesta... Aunque el miedo y el dolor, sin duda, van a quedar en la memoria, en la individualidad y en la colectiva. Gracias por tus lúcidas reflexiones.
ResponderEliminarEste bicho que nos limita y nos llena de miedos e incertidumbres va a formar parte de nuestra vidas como un mantra, pero, en lugar de religioso o de meditación, como un mantra diabólico que nos dejará en el subconsciente la otra parte negativa de rechazo al abrazo y los besos (con lo cariñosos que somos los latinos y en concreto nosotros los españoles) que es una gran terapia llena salud. Claro que arderá y volveremos a respirar, vivir y sentir nuestras deseos y sueños como personas, pero algo más sensatas e inteligentes por lo aprendido, aúnque para ello, deberían hacer que en las escuelas se enseñe más a pensar y ese solo se hace con la filosofía. Todo forma parte de esta materia, pues ni la economía se entendería sin ella.
ResponderEliminarSe me ocurre que siempre hay que darle la vuelta a todo, y que la situación que nos ha creado este bicho -que ni siquiera es bicho- podría (los dioses así lo quieran) hacernos más empáticos con otras situaciones extremadamente más agobiantes que la nuestra: ciudades sitiadas por bombardeos despiadados, multitudes que echan su suerte a merced de los embates del mar para huir del negro caos de su país, etc. Quizá damos excesiva importancia a este bicho que no es bicho, porque llevamos décadas instalados en la comodidad, ese caldo de cultivo necesario para el gran consumismo de los países más ricos. Quizá podamos seguir viviendo sin que nos falten muchas cosas, y al salir miremos a un cielo lleno de paz porque hay menos aviones volcando en él su mierda (y hasta hemos podido tener una primavera más parecida a lo que describían los viejos refranes). Por supuesto, no hay que ser acomodaticios ante la privación de la sagrada libertad de podernos mover, pero quizá podemos ejercitar nuestra paciencia en nuestras mentes hiperactivas deformadas por el ritmo del sistema. Quizás.......
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