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viernes, 17 de abril de 2020

¿A qué temperatura podría arder el maldito Coronavirus?

Hace la friolera de casi diez años, que se dice pronto, el profesor y escritor Alfonso Fernández Manso se planteaba: "¿A qué temperatura arde la libertad? ¿Y los ecosistemas? ¿Y la dignidad?".
Y creo que ahora es el momento de plantearse, aunque sea de un modo metafórico, con cierta saña: ¿A qué temperatura podría arder el Coronavirus? ¿No sería magnífico que este puto bicho ardiera de una puta vez en los infiernos? Disculpad mi cabreo. Pero, con la que está cayendo, a uno también le entra la mala leche. No obstante, procuro mantener la calma. Permitidme, no obstante, desahogarme. Que también resulta catártico, al igual que escribir, como necesidad vital, con el fin de entender dónde estamos parados, como dicen en Hispanoamérica nuestros hermanos y hermanas del alma. 
Quizá podría quemarse el bichito (sobre todo este año que no pudieron celebrarse las fallas valencianas) como se queman nuestras ilusiones. 
Hornos crematorios en Auschwitz. Foto: Cuenya
El fuego, que también puede ser purificador, da miedo, asusta, sobre todo después de tantos incendios intencionados que se han producido en España, en el Bierzo, en el mundo entero. Jugar con fuego puede quemarnos. Y nuestra Madre Naturaleza ya ha sufrido demasiados incendios. Así que dejemos el fuego en paz. 
En todo caso, este bicho vírico no soporta al parecer bien las altas temperaturas. Así que, con un poco de chance, podríamos hacer que desapareciera a altas temperaturas. Qué nos llegue el calor, ahora lo necesitamos más que nunca, ese sol que nos procura vitamina D, tan importante para fortalecer nuestro sistema inmunológico. Y además nos haría un gran favor de cara a eliminar el virus. 
Manso, que es un analista de la realidad de nuestro tiempo y aun un filósofo de trans-modernidad, llegó a interrogarse asimismo acerca de "¿a qué temperatura se destruye el espíritu humano?", lo que nos devuelve, de un modo inevitable, a la barbarie cometida en Auschwitz, que sigue azotándonos con su recuerdo-pesadilla, y en cuyos hornos crematorios se calcinó el alma-cuerpo de muchos seres humanos, lo que nos sigue produciendo espanto, ¡el horror, el horror!, lo que nos hace repensar, una vez más, la bestialidad del ser humano. Y todo aquello que hemos hecho mal, el cual se ha convertido en estos momentos en un virus hiper-contagioso y arrasador. 
Ya sé que los virus no son una novedad en nuestras vidas. Pero este, en concreto, nos está volviendo locos perdidos. Así que pongamos algo de cordura. Y al mal tiempo buena cara. Aunque la procesión vaya por dentro. Incluso pasada ya la Semana Santa, que este año tampoco pudo celebrarse. 
No sólo necesitamos una buena temperatura ambiental, superior a los treinta grados centígrados, eso dicen los expertos, sino una temperatura afectiva que nos permita re-ligarnos (y aun amorosarnos, la ternura, ay, la ternura) con el fin de sobrellevar esta cruz pandémica. Qué vaya cruz. Y vaya utopía la mía, el pensar que los seres humanos encontraremos esa temperatura afectiva que nos permita sobrevivir a cualquier tempestad, incluso vírica. Todos unidos, todas unidas, lo vamos a parar, se dice. Pues todos a una. Como los mosqueteros. 
Vaya utopía la mía. Si cada cual mira para su propio ombligo (vivimos en compartimentos estancos, según el filósofo Ortega), y la Unión Europea es una auténtica Desunión, sólo sostenida por intereses económicos, capitalistas. 
El capitalismo salvaje como farsa con la que nos han camelado. Y nos siguen camelando. La Gran Farsa. El gran teatro del mundo. El paripé servido en bandeja de oro 24 quilates, oxidada, herrumbrosa en cuanto te descuidas y te da por voltearla. 

Hace años que vivimos, en vez de en un mundo utópico, en un mundo distópico, que se revela como una utopía perversa, inversa, castradora, que es todo lo contrario a una sociedad ideal, feliz, tal como nos propusieran, desde Bradbury, con su Fahrenheit 451 (451º F, temperatura a la que arden los libros, que Truffaut adaptara al cine) hasta Huxley, con su Mundo feliz (sobre el que he escrito en este mismo blog), pasando por 1984 de Orwell (al que he hecho también mención en varias ocasiones) o Moore, con su Fahrenheit 9/11 y aun el propio Zamiatin, con su Nosotros, que tanto influyera en Orwell, ese Gran Hermano que nos vigila, la telepantalla que nos apantalla y nos vuelve a todos monos de feria, peleles, marionetas al servicio del todopoderoso Dios-sistema-financiero. Y es que todo lo manda el dinero, como nos dijera el lúcido Valle-Inclán en Luces de bohemia.
Por una parte, tenemos a ese Gran Hermano que nos vigila sin descanso, mientras los primates siguen luchando a muerte para lograr su premio, con el confesionario, el súper... la comuna contracultural, el hippismo reinventado, el moderno convento mixto, con matices incluso de clausura mediática... la telepantalla enchufada día y noche a nuestras intimidades... los polvos entre los simios encerrados en el zoo humano (un guiño al genial Desmond Morris). 
Encerrados, confinados en esta primavera vírica, que sigue brotando en nuestros corazones angustiados, con el alma en vilo, confinados a la espera de una vacuna, una esperanza que nos devuelva la esperanza y la confianza en la ciencia, en la buena gestión de nuestros científicos, en los seres humanos en general, que algunos, cierto es, se están dejando la piel para que podemos salir a flote de este mar revuelto en el que estamos... en el mismo barco (o en diferentes, pero en la misma mar)... a la deriva (espero y deseo que al final alcancemos la orilla, toquemos tierra), náufragos bombardeados por un sin fin de noticias, a veces contradictorias. 
¿Adónde ha quedado nuestra libertad? ¿Y qué ocurrirá con nuestra supuesta libertad cuando el bicho comience a irse de nuestras vidas? ¿Seguiremos de algún modo confinados después de este tsunami vírico? ¿Volveremos los españolitos a relacionarnos como lo hacíamos antes de que nos llegara este diabólico huésped? 
¿El mundo conocido seguirá igual que fue antes? ¿Habrá un antes y un después? ¿Nuestra libertad, ya quimérica de por sí, y los libros, desde hace tiempo virtuales, serán definitivamente sustituidos por una narcótica felicidad? 
¿Nuestro supuesto bienestar de Primer Mundo se transformará en un malestar, el malestar de la cultura? ¿Sobreviviremos a las consecuencias del virus? ¿Seguiremos asentados en los cimientos fangosos del soma? Ese soma del que nos hablara Huxley en Un mundo feliz. 
¿Nuestro Primer Mundo se re-construirá sobre las inhibiciones del intelecto y de las emociones? ¿Perderemos definitivamente la ternura, tan escasa en la actualidad? ¿Viviremos en un mundo sin sexo y sin amor? ¿O  bien viviremos en un mundo con sexo acristalado y sin amor? ¿Podremos sobrevivir sin contacto y sin afectos? ¿Nos seguirán chutando, desde las altas esferas, con adormideras psicodélicas, capaces de aletargarnos para siempre? Esas adormideras entre las que no sólo están las religiones, en todas sus vertientes y variantes, como opio del pueblo, sino el fútbol mediático, incluso el cine, la televisión... tal y la conocemos, con esos programas chillones, puritito basuramen? ¿Nos seguirán inflando a hostias, perdón, inflando con subcultura/incultura, tal como nos la venden los medios de comunicación de masas, que se encargan de decidir lo que nos gusta y lo que deseamos? 
Revisemos, leamos y releamos, por favor, algunos libros como Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, o bien El mito de la cultura, de Gustavo Bueno. Ambos volúmenes podrían arrojar luz a las tinieblas que nos envuelven con su manto vírico, cuasi medieval, cual si de repente hubiéramos viajado a otra época, la de la peste (colosal Camus con su libro ambientado en la ciudad argelina de Orán, infectada por las ratas), época de apestados y apestadores o intoxicadores, la nuestra, época de chivatos, que nos delatan por saltarnos la normativa o, lo peor, por creer que nos la saltamos. Chivatos propios de un sistema totalitario. El miedo al Otro circula también con la velocidad de la pólvora, o del virus Corona, que es en verdad muy contagioso. Y ahora no paran de salir casos positivos, resistiéndose la famosa curva a doblegarse. 
Mientras tanto, seguiremos preguntándonos: "a qué temperatura arderá el Coronavirus?" en este mundo uniformado, unidimensional (guiño al filósofo Marcuse), con su pensamiento ramplón, único (qué grande Platón, que empleó la dialéctica, convencido de que la res pública debería estar en manos de filósofos). 
¿Adónde han quedado los filósofos y la filosofía? Si hasta se han cargado la filosofía de la educación. O esa es al menos su intención. 
¿Dónde está el pensamiento crítico, la ciencia, la investigación en este mundo globalizado y ahora vuelto del revés? El tremendo revés o trallazo que nos ha metido el virus, que no es otro que el revés que nos ha dado nuestra propia incapacidad para prever el desastre que se avecinaba. Y además estar preparados para ello. 
¿Os dais cuenta de que lo que se ha globalizado es, en vez de la libertad y la dignidad, la miseria y un virus corona? 
¿Os dais cuenta de que seguimos y seguiremos esclavizados a las técnicas y tecnologías, serviles al sistema caníbal, que funciona como una apisonadora?
Tanta técnica y tecnología punta, tanto avance, para que un simple bichito ponga en cuestionamiento todo nuestro sistema, nuestra salud... nuestra enseñanza... pues ni siquiera estamos preparados para una buena enseñanza on line. Si es que como lo presencial no hay nada. 
La robótica no puede desplazar, no debería desplazar a los seres de carne y hueso. Lo virtual no puede sustituir la sensorialidad humana: oler, gustar, tocar, ver, escuchar, sentir con la piel, con el alma. Con todos los sentidos. 

¿A qué temperatura podría arder el maldito Coronavirus? 
¿Acaso podría arder un virus como arden los miles de muertos y muertas que se está llevando este maldito bicho?







3 comentarios:

  1. Muchas interrogaciones retóricas que quizá algún día dejen de serlo. Las preguntas nos ayudan a mover el intelecto. Empecemos por eso, por pensar,es el primer paso para actuar. ¿Se nos olvidará pasado un tiempo y volveremos a cometer los mismos errores? Interrogantes sin respuesta... Aunque el miedo y el dolor, sin duda, van a quedar en la memoria, en la individualidad y en la colectiva. Gracias por tus lúcidas reflexiones.

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  2. Este bicho que nos limita y nos llena de miedos e incertidumbres va a formar parte de nuestra vidas como un mantra, pero, en lugar de religioso o de meditación, como un mantra diabólico que nos dejará en el subconsciente la otra parte negativa de rechazo al abrazo y los besos (con lo cariñosos que somos los latinos y en concreto nosotros los españoles) que es una gran terapia llena salud. Claro que arderá y volveremos a respirar, vivir y sentir nuestras deseos y sueños como personas, pero algo más sensatas e inteligentes por lo aprendido, aúnque para ello, deberían hacer que en las escuelas se enseñe más a pensar y ese solo se hace con la filosofía. Todo forma parte de esta materia, pues ni la economía se entendería sin ella.

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  3. Se me ocurre que siempre hay que darle la vuelta a todo, y que la situación que nos ha creado este bicho -que ni siquiera es bicho- podría (los dioses así lo quieran) hacernos más empáticos con otras situaciones extremadamente más agobiantes que la nuestra: ciudades sitiadas por bombardeos despiadados, multitudes que echan su suerte a merced de los embates del mar para huir del negro caos de su país, etc. Quizá damos excesiva importancia a este bicho que no es bicho, porque llevamos décadas instalados en la comodidad, ese caldo de cultivo necesario para el gran consumismo de los países más ricos. Quizá podamos seguir viviendo sin que nos falten muchas cosas, y al salir miremos a un cielo lleno de paz porque hay menos aviones volcando en él su mierda (y hasta hemos podido tener una primavera más parecida a lo que describían los viejos refranes). Por supuesto, no hay que ser acomodaticios ante la privación de la sagrada libertad de podernos mover, pero quizá podemos ejercitar nuestra paciencia en nuestras mentes hiperactivas deformadas por el ritmo del sistema. Quizás.......

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