Como ya señalé, en un principio, a propósito de drogas en su relación con los trastornos de la psique, y en este caso como depresores del SNC (Sistema Nervioso Central) están, entre otros, el alcohol; el opio y sus derivados: morfina, heroína, codeína, metadona... y los tranquilizantes Mayores o neurolépticos, los tranquilizantes Menores (Benzodiacepinas...), grandes narcóticos (cloroformo, éter, etc.).
El alcohol (y en concreto el etanol o alcohol etílico), con el que la sociedad está tan familiarizada, aquí y allá, es una potente droga psicoactiva, cuyos efectos, sobre todo en alcohólicos crónicos, son demoledores (y esto no lo digo con afán moralista, claro está). Veamos a continuación algunos de éstos.
El alcohol crea, además de una dependencia psíquica, una gran dependencia física, manifestada a través del síndrome de abstinencia o mono, que se traduce en temblores, sudoración, taquicardia, ansiedad, irritabilidad, náuseas, vómito, falta de apetito, insomnio, incluso alucinaciones visuales o auditivas, como sabemos por el Delirium tremens, en el que se manifiesta una confusión de la conciencia y una desorientación espacio-temporal, acompañada por ilusiones y alucinaciones, sobre todo visuales, donde es frecuente la vísión de animales pequeños, o la enfermedad de Wernicke (aunque no sea exclusiva del alcoholismo), cuya psicopatología obedece a un cuadro confusional con componentes amnésicos, el primer estadio, en definitiva, de la enfermedad de Korsakov, que también se caracteriza por amnesia, en concreto e fijación (pues no es capaz de fijar ningún recuerdo después del inicio de la enfermedad), confabulaciones, donde las lagunas de memoria se tienden a rellenar con invenciones, falsos reconocimientos (reconocer a gente que no se conoce), alucinosis alcohólica (caracterizada por alucinaciones de tipo audioverbal, con voces que se refieren en tono acusatorio y amenazante al alcohólico), celotipia alcohólica (cuando el alcohólico sospecha o duda acerca de la fidelidad de su cónyuge, un auténtico delirio, o sea), esclerosis laminar de Morel (con un progresivo deterioro mental), atrofia cerebelosa o encefalopatía hepática, aguda y crónica (acompañada esta última por trastornos emocionales, intelectuales y de la personalidad, que en ocasiones evolucionan progresivamente hacia la demencia).
En un principio, el alcohol deshinibe y excita produciendo sensaciones de relajación, incluso alegría, luego resulta hipnótico y anestésico, y al final, cuando hay un consumo excesivo, puede llevarle a uno a la inconsciencia o la muerte por parada cardiorrespiratoria.
Sus efectos, en dosis elevadas o muy elevadas, son catastróficos en el individuo, porque se incrementa presión arterial y debilita la capacidad para bombear sangre, produce ardor de estómago, incluso úlceras y hasta cáncer, inflamación del esófago y el páncreas, diabetes, cirrosis. Asimismo, disminuye los azúcares en la sangre, lo que produce una sensación de agotamiento, inhibe la razón y la vasopresina, que es una hormona encargada de mantener el balance de los líquidos en el cuerpo. Cuando deja de funcionar la vasopresina, el riñón empieza a eliminar más agua de la que ingiere y hace que el organismo busque agua en otros órganos, lo que procura dolor de cabeza. Daña las células del cerebro, de modo irreversible. Altera los neurotransmisores, retarda los reflejos, disminuye el autocontrol, afecta a la memoria y la capacidad de concentración, inhibe la absorción de algunas vitaminas y en concreto disminuye la vitamina B1, lo que puede llevar a los trastornos de Wernicke y de Korsakov.
Por otra parte, el alcohol aporta abundantes calorías con escaso valor nutritivo, que a la larga puede generar desnutrición. Disminuye la libido y por consiguiente la actividad sexual. Incluso puede causar infertilidad en las mujeres, porque altera y trastoca el ciclo menstrual así como las hormonas femeninas e impotencia en los hombres. Y en las mujeres embarazadas, que abusan del alcohol, éste puede producir malformaciones y retraso en el feto. También inhibe la producción de glóbulos blancos y rojos.
La falta de góbulos blancos provoca un fallo en el sistema inmunológico, lo que aumenta el riesgo de contraer infecciones de bacterias y virus. Y en el caso de los glóbulos rojos, cuando son insuficientes para transportar oxígeno, sobreviene la anemia...
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