En estos tiempos carcelarios y coercitivos que vivimos, siempre la represión chingándonos, metiéndonos en vereda -por qué no podemos ser libres de verdad, aunque queramos serlo?-, siempre es sano y conveniente volver a Buñuel, a su cine, y también a sus textos, tan hermosos y revolucionarios, surrealistas y definitivos.
Luis Buñuel, Don Luis, como le decían su cuates, es sin duda lo más grande que ha dado el cine español hasta la fecha. Ni Almodóvar, ni Saura, ni siquiera Erice... -qué me disculpen todos ellos-, han logrado lo que hizo Buñuel, que además tuvo que ingeniárselas para filmar en México, ese país al que nunca pensó ir, pero que le sirvió para sobrevivir, luego de sus no demasiado buenas experiencias en Gringolandia, y que al final también le valió... madre... de morada, durante muchos años, México, tan lejos de Dios, y tan cerca de USA.
Luis Buñuel, Don Luis, como le decían su cuates, es sin duda lo más grande que ha dado el cine español hasta la fecha. Ni Almodóvar, ni Saura, ni siquiera Erice... -qué me disculpen todos ellos-, han logrado lo que hizo Buñuel, que además tuvo que ingeniárselas para filmar en México, ese país al que nunca pensó ir, pero que le sirvió para sobrevivir, luego de sus no demasiado buenas experiencias en Gringolandia, y que al final también le valió... madre... de morada, durante muchos años, México, tan lejos de Dios, y tan cerca de USA.
Me apetece mucho acercarme a Luis Buñuel, sobre todo ahora que se avecinan tiempos de santas y nazarenos, procesiones y redobles de tambor.
Los tambores de Calanda le ponen a uno la carne de pollo. Y los cristos que aparecen en sus películas, como ese que se ríe a carcajadas en Nazarín, te invitan a tomarte el mundo, cual si fuera un dry-martini, con sentido del humor. De lo contrario, estaríamos perdidos.
Buñuel ha significado mucho en mi vida, y mi admiración por él comenzó hace tiempo. Desde entonces he seguido muy de cerca el fantasma de su libertad, o ese oscuro objeto de deseo. Me he aproximado a sus obsesiones, sueños y pinceladas surrealistas. He visto una y otra vez sus películas. He leído su obra literaria, publicada en Ediciones de Heraldo de Aragón, 1982, y algo de lo que se ha escrito sobre su obra, que es muchísimo.
En cuanto a su literatura me quedo con ese texto sorprendente y feroz que es La descomunal batalla de las catedrales y las vagonetas, y ese poema dedicado a las hostias consagradas, que en tiempos leyera José Luis Moreno-Ruiz en su programa Rosa de Sanatorio de RNE, Radio 3. Lo que le valió algún disgusto.
Entre las obras que he leído de Buñuel, y que os recomiendo, está Mi último suspiro, un excelente libro de memorias que escribiera con la ayuda de su guionista Jean-Claude Carrière. Quien quiera acercarse a este cineasta debería leerse este librín.
También he visitado algunos lugares donde él estuvo o vivió como La Residencia de Estudiantes de Madrid (El Pinar, 21), el MOMA de Nueva York, algunos bares de Montparnasse y Saint-Germain en París, Ciudad de México, entre otros.
En la Cineteca de Coyoacán (Ciudad de México) hay dos placas donde aparece Buñuel entre los diez mejores directores de la cinematografía mexicana.
En una placa por Los olvidados, y en otra por El ángel exterminador.
En una placa por Los olvidados, y en otra por El ángel exterminador.
Érase una vez un hombre al que se pretendió encadenar, incluso aniquilar ¿Qué hubiera sido de mí, de no haberme escapado de España?, llegó a decirnos más o menos este humanista, que incendió con su cámara las subconsciencias, y transgredió los velos de la hipocresía, un hombre fuerte y socarrón que puso en evidencia los encantos de la burguesía, y nos erizó los pelos al encerrarnos en un espacio de ángeles exterminadores, a puerta cerrada, cargados de tequila y mezcal, tentados por un demonio con aspecto de querubín (Silvia Pinal o Catherine Deneuve, a vuestro antojito). Un día, hartos de ultrajes, decidieron subirse a la columna de Simón, que ahora está en el Paseo de Reforma de la Ciudad de México, en Mejiquito lindo y chingado, amoroso y brutal.
Esperanza, lucha y conquista son necesarias para alcanzar la belleza.
Busquemos la belleza, una y otra vez, porque acaso sea, como repitiera tantas veces Ramón Trecet en sus Diálogos 3 de Radio 3, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo, que en determinadas ocasiones se nos muestra aromáticamente atractivo.
Don Luis, como le decía el gran Paco Rabal, entre otros, da mucho de sí, y en otra ocasión volveré sobre él y su estimulante obra.
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