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viernes, 12 de marzo de 2010

A Delibes

Advierto que el teclado de este ordenada, de algun hotel ovetense, se empeña en no dejarme poner acentitos o tildes, luego escribire sin ellos. Y que nadie se sienta agredido por la falta ortografica.
Se veia venir, porque desde hacia años Delibes habia caido en la apatia y una especie de depre, aparte de su cancer, del que uno nunca se recupera del todo, al menos en lo psiquico, y sobre todo cuando uno ya es mayor, y al final se ha confirmado su fallecimiento.

Delibes fue, sigue siendo, a pesar de todo, uno de nuestros mas grandes escritores, sobre todo del siglo XX, junto a Cela y Umbral.

Eterno aspirante al Nobel, que nunca recibio, aunque lo mereciera con creces, nuestro premio Principe de Asturias de las Letras y Premio Nacional de Narrativa nos ha dejado una extensa y magnifica obra. Me quedo sin duda con libros como Las ratas, El camino, Los santos inocentes y ese soliloquio o monologo impresionante que es Cinco horas con Mario, o Menchu, que es una mujer clasista y muy conservadora, velando a Mario, un profesor con aires liberales, que en el fondo es como el alter ego de Miguel Delibes.

Valgan estas palabras de afecto por este colosal escritor castellano, aficionado a la caza y la pesca, comprometido con lo rural y los campesinos, gran conocedor de la naturaleza y buen viajero en sus tiempos de juventud, que me cautivo cuando me acerque a El Camino, que creo recordar fue lo primero que lei de el en la escuela, aquellos personajes algo golfillos y grotescos como el Mochuelo, el Moñigo y el Tiñoso o las Guindillas, a saber, la Mayor, la del Medio y la Menor. Las peripecias vividas, en definitiva, de un niño, Daniel el Mochuelo, que siente morriña por su tierra, su aldea, al tener que irse a una ciudad para estudiar. Un canto a la memoria y a la amistad. 
Tambien a la nostalgia por el "paraiso perdido" o la ruralidad ansiada, que da libertad para jugar a gusto y gana. Algo que algunos hemos vivido, de una u otra manera. Terrible se me hace la historia de aquellos rapacines cuyos padres enviaban a colegios que mas parecian presidios que instituciones educativas. Por fortuna, uno se libro de esto, y de tantas penurias.

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