http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/olor-primavera_186586.html (inicialmente publicado en Diario de León, 2005)
En el Bierzo las estaciones del año están bien definidas. No hace falta fijarse en el calendario para saber en qué estación estamos. Sólo hay que arrojar un vistazo al campo, o darse una vuelta por la naturaleza. Lo mejor es adentrarse en las campiñas y en los montes para sentir el pulso vital de la madre naturaleza. Explicar y entender lo obvio no siempre resulta fácil.
En el Bierzo, y sobre todo en el Bierzo Bajo, las estaciones suelen coincidir en tiempo y forma con el calendario. En cambio, en el Bierzo Alto, y no digamos en la estepa maragata y en el resto de los páramos leoneses, las estaciones del año no se nos aparecen tan claras como en el Bierzo Bajo. Esta es una impresión, tal vez subjetiva, que podría tener como cierta objetividad.
En los páramos provinciales da la impresión de que se pasara del crudo invierno al verano torrador en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, en el Bierzo, y en concreto en el Bajo, uno ve con claridad el cambio y paso de una estación a otra. Más que verlo uno lo huele y lo siente en su sangre y cerebro. “¡Cómo siento dentro de mí la primavera!”, dice el personaje de la Gradisca en la película Amarcord de Fellini, mientras el gentío se dedica a encender una hoguera para quemar simbólicamente el invierno.
El otoño berciano es bien conocido por ese contraste de colores que nos invita a retratarlo cual si fuéramos pintores impresionistas. En realidad, el otoño berciano es una hermosa pintura impresionista. Un cuadro, acaso pintado por Auguste Renoir. Un desayuno campestre a la sombra de un castaño. O una merienda en medio de las cepas de una viña.
Pasado el otoño, y ya finalizado el invierno, que este año fue harto duro, según los paisanos y vecinos, ya estamos entrándole a la primavera, que huele a ramo florido y a almendro en flor. No obstante, el invierno, que es estación traidora, resurge cuando uno menos se lo espera. Y aun perfumados de primavera, puede el invierno darnos unos brochazos de blancura amarga que nos deja tiesos.
El invierno, incluso en el Bierzo Bajo, siempre duele porque el frío y la falta de luminosidad nos vuelven aletargados y morriñosos. La dureza del invierno reside más que nada en la falta de luminosidad, que nos vuelve depres y algo idos de la realidad.
Pero llegado el mes de marzo, que ahora está a punto de estirar la pata, los días se alargan y se hacen más luminosos. Hoy, en concreto, con el nuevo cambio de hora, hemos gozado de más luz, y eso se agradece.
Entonces, ya no importa que haga frío o nos caigan nevadas y centellas -como en Gistredo o La Guiana- porque comienza un nuevo ciclo vital. Y nos entran unas ganas enormes de salir al campo en busca de esos brotes de vida que nos alegran el alma y dan energía y sosiego al cuerpo. Como en el Corte Inglés, hace días que uno siente la sangre y savia primaverales, el aroma de esta estación vital.
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