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martes, 22 de enero de 2019

Swira, joya blanquiazul


Desde el desierto y las mil y una kasbahs al mar Atlántico. 
Mogador se muestra como un blanco lleno de pureza y un azul celeste, en este caso también comestible. 


Adentrarse en la medina de Essaouira (Swira) es una experiencia sin igual, te empapas de sensorialidad, con su colorido llamativo, sus aromas a especias, incluso sus hedores a pescado y aun a otros olores penetrantes, con el graznido de las gaviotas y el muezzín (almuecín) resonando en tu interior cual si te cantaran una por bulerías, con el sabor del pescado asado aún en la boca mezclado con un zumo de mandarina y una temperatura ambiental que invita a darse un chapuzón en la playa mientras cae la tarde anaranjada, con el gusto de una vitamina cítrica.

Portuaria, pictórica y musical, Sawira atrapa al viajero o turista [que dificil ser viajero en tiempos globalizados, vestidos con el uniforme de lo mediático y trillado] por su excelente clima, su colorido vibrante y sus músicas del mundo: los gnaouas, que también vemos en la Jemaa el Fna de Marrakech, nos hipnotizan con sus sonidos redundantes, latiendo con un corazón acelerado. 


Sawira, Esauira o Mogador, que de estas tres formas se conoce, es también escenario cinematográfico.

El gran Orson Welles, que cuenta con una plaza [lástima que ya no se vea su estatua-rostro], filmó Otelo en la Skala del puerto, con esos cañones apuntando, desafiantes, al poniente rosa de las ilusiones. 

Portuguesa y marroquí, esta joya blanquiazul, con el dorado vistoso de sus fortificaciones, amerita no sólo de una sino de varias visitas. El invierno aquí es un sueño placentero iluminado por algún duende cariñoso y amable. 

Una puesta de sol en Sawira/Swira es un verso hermoso de un gran poema, que se escribe por sí solo, como la vida misma. Es tarea vana intentar escribir sobre una puesta de sol porque se trata de una realidad universal que supera cualquier ficción, acaso artificial y hasta poco creíble y emocionante. Si bien debo confesar que se me erizan todos los huesitos de la alegría al contemplar el ocaso de la tarde desde el malecón. Me procura serenidad. Me arrulla. 


Las puestas de sol continúan desde este espacio portuario, con la ilusión de un nuevo amanecer. Y sí amanece. Entonces, rememoro el sobrecogedor poema de Toño Llamas, No amanece.

A determinada edad, cuando uno ya ha superado el medio siglo, cada día es una fiesta, que debemos celebrar. Con salud y el afecto que procuran los seres queridos el mundo es más habitable, incluso más bello, con esa belleza que nos mantiene firmes en el camino de la vida. 

El sentido filosófico y metafísico de esta vida [recordad que sólo tenemos una y es sagrada] lo encontramos en la naturaleza, en la pureza de los sentimientos, en una puesta de sol. 

Hoy, como ayer, doy gracias a las diosas y los dioses que en los cielos reinan [de repente me siento tocado por lo espiritual] por poder disfrutar de estas pequeñas grandes cosas que nos ofrece la madre naturaleza.


Swira como escenario musical, lugar de encuentro de nuevas músicas. Encontrar la templanza o el trance que nos permita vivir en paz consigo mismos y por ende con el mundo entorno. Respirar belleza, esa que engendra amor. La música como arte sublime. Hubo una vez en que Jimi Hendrix tocó en este tranquilo y hermoso lugar. Y Cat Stevens, ahora Yusuf Islam, vivió en esta ciudad pesquera. Hasta Edith Piaf nació y residió en Essaouira.
Eso me cuenta un lugareño, Ahmed, quien fuera navegante. Todo un sueño. Surcar los mares en busca de aventuras, islas paradisíacas, tiempos estimulantes. En cualquier caso, la gran cantante Edith Piaf figura como nacida en París, eso sí, con un bisabuelo marroquí, bereber, Said Ben Mohamed, originario de de esta perla del Atlántico, que mira hacia el Nuevo Mundo desde su atalaya musical, con su oleaje rítmico y su luz de eterna primavera.

Prosigue esta aventura por este país de contrastes, donde los ricos son muy ricos y los pobres muy pobres, camino que seguimos en el resto del Planeta, uniformados por abajo, esclavizados al poder imperante, devorador, caníbal. Pero dejemos la reflexión para seguir enganchados a lo sensorial, a los sonidos que nos procuran entrar en trance, como la música gnaoua, las especias que nos nutren con sus aromas, el delicioso zumo de mandarina, el aceite de argán como bálsamo, comestible y embellecedor. Los vendedores y vendedoras de argán (sorprende, en un país como éste, ver a tantas mujeres encargadas de negocios de este tipo, aunque algunas otras, con sus molinos de piedra, también son artesanas en moler y extraer el aceite) ofrecen, habitualmente tras una sonrisa hospitalaria, sus elixires a los viajeros. Huele riquísimo, como a almendra, tanto el comestible como el embellecedor, que para ambas cosas puede servir y sirve. Swira es el reino del argán, cotizado a precio de oro. 

Prosigamos en esta senda luminosa, con la alegría, siempre pasajera, de soñar con un mundo mejor, con la ilusión [la ilusión, ay, es lo último que debiéramos perder] de volver a mirar el mundo como niños o niñas con todo el futuro por delante.

De camino a Swira hasta podrías toparte con el circo de las cabras acróbatas, cual monos que improvisaran piruetas, en verdad circenses (pura pose teatral, quizá) encima de las ramas de algunos árboles, mientras el pastor contempla, impasible, es discurrir del día. De repente me asalta la imagen del tío loco de Amarcord, esa película de la vida, que nos impregna de humor, de amor, de fantasía. Pues sigamos soñando. Aunque quizá convendría vivir de claridades y lo más despiertos posible. 


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