Desde el desierto y
las mil y una kasbahs al mar Atlántico.
Mogador se muestra como un blanco lleno
de pureza y un azul celeste, en este caso también comestible.
Adentrarse en la
medina de Essaouira (Swira) es una experiencia sin igual, te empapas de sensorialidad,
con su colorido llamativo, sus aromas a especias, incluso sus hedores a pescado
y aun a otros olores penetrantes, con el graznido de las gaviotas y el muezzín (almuecín) resonando en tu interior cual si te cantaran una por bulerías, con el sabor del
pescado asado aún en la boca mezclado con un zumo de mandarina y una
temperatura ambiental que invita a darse un chapuzón en la playa mientras cae
la tarde anaranjada, con el gusto de una vitamina cítrica.
Sawira, Esauira o Mogador, que
de estas tres formas se conoce, es también escenario cinematográfico.
El gran Orson Welles, que cuenta con una plaza [lástima que ya no se vea
su estatua-rostro], filmó Otelo en la Skala del puerto, con esos cañones
apuntando, desafiantes, al poniente rosa de las ilusiones.
Portuguesa y
marroquí, esta joya blanquiazul, con el dorado vistoso de sus fortificaciones,
amerita no sólo de una sino de varias visitas. El invierno aquí es un sueño
placentero iluminado por algún duende cariñoso y amable.
Una puesta de sol en Sawira/Swira es un verso hermoso de un gran
poema, que se escribe por sí solo, como la vida misma. Es tarea vana intentar
escribir sobre una puesta de sol porque se trata de una realidad universal que
supera cualquier ficción, acaso artificial y hasta poco creíble y emocionante. Si bien debo confesar que se me erizan todos los huesitos de la alegría al contemplar el ocaso de la tarde desde el malecón. Me procura serenidad. Me arrulla.
A
determinada edad, cuando uno ya ha superado el medio siglo, cada día es una
fiesta, que debemos celebrar. Con salud y el afecto que procuran los seres
queridos el mundo es más habitable, incluso más bello, con esa belleza que nos
mantiene firmes en el camino de la vida.
El sentido filosófico y metafísico de
esta vida [recordad que sólo tenemos una y es sagrada] lo encontramos en la
naturaleza, en la pureza de los sentimientos, en una puesta de sol.
Hoy, como
ayer, doy gracias a las diosas y los dioses que en los cielos reinan [de
repente me siento tocado por lo espiritual] por poder disfrutar de estas
pequeñas grandes cosas que nos ofrece la madre naturaleza.
Eso me cuenta un lugareño, Ahmed, quien fuera navegante. Todo un sueño. Surcar los mares en busca de aventuras, islas paradisíacas, tiempos estimulantes. En cualquier caso, la gran cantante Edith Piaf figura como nacida en París, eso sí, con un bisabuelo marroquí, bereber, Said Ben Mohamed, originario de de esta perla del Atlántico, que mira hacia el Nuevo Mundo desde su atalaya musical, con su oleaje rítmico y su luz de eterna primavera.
Prosigue esta aventura
por este país de contrastes, donde los ricos son muy ricos y los pobres muy
pobres, camino que seguimos en el resto del Planeta, uniformados por abajo,
esclavizados al poder imperante, devorador, caníbal. Pero dejemos la reflexión
para seguir enganchados a lo sensorial, a los sonidos que nos procuran entrar
en trance, como la música gnaoua, las especias que nos nutren con sus aromas,
el delicioso zumo de mandarina, el aceite de argán como bálsamo, comestible y embellecedor. Los vendedores y vendedoras de argán (sorprende, en un país como éste, ver a tantas mujeres encargadas de negocios de este tipo, aunque algunas otras, con sus molinos de piedra, también son artesanas en moler y extraer el aceite) ofrecen, habitualmente tras una sonrisa hospitalaria, sus elixires a los viajeros. Huele riquísimo, como a almendra, tanto el comestible como el embellecedor, que para ambas cosas puede servir y sirve. Swira es el reino del argán, cotizado a precio de
oro.
Prosigamos en esta senda luminosa, con la alegría, siempre pasajera, de soñar con un mundo mejor, con la ilusión [la ilusión, ay, es lo último que debiéramos perder] de volver a mirar el mundo como niños o niñas con todo el futuro por delante.
De camino a Swira hasta podrías toparte con el circo de las cabras acróbatas, cual monos que improvisaran piruetas, en verdad circenses (pura pose teatral, quizá) encima de las ramas de algunos árboles, mientras el pastor contempla, impasible, es discurrir del día. De repente me asalta la imagen del tío loco de Amarcord, esa película de la vida, que nos impregna de humor, de amor, de fantasía. Pues sigamos soñando. Aunque quizá convendría vivir de claridades y lo más despiertos posible.
Sin duda, Swira te inspira poesía.
ResponderEliminarOye, esas cabras en los árboles son reales ¿o es un timo turístico?. Eso he oído.
Reales, Blas.
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