País de las mil y una kasbahs, como las mil y una noches al calor del fuego sagrado de una lengua que nos hermana con nuestras alcazabas en un vinculo estrecho y familiar, país del adobe y los palmerales. Espacio donde lo tribal se vuelve real y tangible. Sensorialidad por todos los poros de su alma.
País de las mil y una kasbahs y aldeas bereberes que nos invitaran a soñar despiertos con un cielo poblado de estrellas iluminando la senda de la vida.
Las aldeas bereberes brotan de la tierra como palmeras en un oasis de sueño y fantasía. Las aldeas bereberes, construidas con adobe, son como camaleones que se mimetizaran con su propia tierra. Y el tiempo parece haberse detenido en un espacio vestido con el color de la carne.
Ouarzazate, la llamada puerta del desierto -aunque el Sáhara de dunas aún quede a algunas horas de viaje-, es el punto de partida asimismo hacia la ruta de las mil kasbahs, comenzando por la alcazaba Taourirt, construida también en adobe, con torres almenadas, como un castillo ensoñado de infancia y un hermoso escenario de cine, al igual que lo son los Atlas Studios, a las afueras de la ciudad de Ouarzazate (un lugar perfecto para relajarse, para descansar).
En este templo de la cinematografía universal aún pueden visitarse decorados de Gladiador, Kundun o Cleopatra, entre otros muchos. Merece la pena darse un recorrido por estos Studios (la Cinecittà marroquí).
Un baño de luz y azul comestible me introducen de lleno, por la puerta de los sueños, en el mundo del cine. Enfrente de la Kasbah Taourirt también nos recibe el museo del cine.
La belleza, como los tajines, será comestible o no será nada. Que esa luz radiante del sur marroquí nos siga nutriendo.
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