Sin la presencia del
gran Juan Goytisolo, la Xemaa o Jemaa el Fna ya no es lo mismo, aunque siga estando
poblada de juglares y buscavidas en un intento por sobrevivir a la intemperie
de las estrellas.
Si es que la vida, en lo esencial, sigue igual que hace siglos. Los poderosos frente a los débiles. Los que mandan y atizan estopa y quienes están a verlas venir. Y encima aguantan como pueden los golpes que les asestan. Qué crueldad. ¿Por qué no vivimos en un mundo más igualitario, más fraterno, más solidario, donde todos nos ayudemos? En el fondo todos navegamos en el mismo barco, pero hay clases.
Y el clasismo es algo horrible. Unos pocos tan ricos riquísimos, con el privilegio del poder
y el dinero [a menudo van de la mano] y otros muchos tan estrellados. Qué mal
repartida esta la tierra en este Planeta Tierra. De momento, es lo que tenemos, al menos hasta que no sea posible habitar otro planeta.
La Jemaa, sobre la que tanto y tan bien escribiera el maestro Goytisolo, que hablaba un perfecto árabe en su dialecto marroquí, es un universo en sí mismo, un teatro al aire libre, el gran teatro de la vida, donde todo se compra y se vende (no olvidemos que vivimos en un mundo mercantilista, acá y acullá, no nos engañemos).
Un universo colorido y pintoresco, sensorial por todos los poros de sus entrañas, donde se mezcla la modernidad y lo medieval (ahí continúan los juglares y vendedores de sueños e ilusiones en forma de cuentos, los cuentos de las mil y una noches, arábigas en su sensualidad), donde conviven propios y extraños, turistas y oriundos. Uno no se cansa de visitar y pasear a lo largo y ancho de la Jemaa, de leer en sus páginas historias engatusadoras.
Ahora que Goytisolo nos ha dejado, el mítico café de France parece otro, un café huérfano, aunque siempre atestado de turistas y viajeros, que se trepan a sus terrazas en busca de esa estampa que quedará grabada en las retinas de sus memorias afectivas. Allí, en el café de France, hace ya unos añitos, llegué a conversar con el gran escritor. Y es un recuerdo que siempre estará conmigo.
Son muchas las terrazas-miradores que existen en extraordinaria plaza de la ciudad roja, entre ellas Argana o L'adresse, pero las del café de France tienen la huella de uno de nuestros mejores escritores en lengua castellana, ahora enterrado en el cementerio de Larache, junto a su amigo Jean Genet (el autor de Diario de un ladrón). Algún día tendré que visitar su tumba. Mientras, seguiré rememorando bellos momentos en Al Magrib.
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