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jueves, 24 de enero de 2019

El valle de Ourika como matria o útero


 El valle del Ourika atrae como un imán, en el sentido magnético y también religante, porque imán o imam es asimismo el guía espiritual o religioso [musulmán] que dirige la oración.
Hay algo especial en este valle que, de un modo inevitable, me devuelve a mi matria, a mi útero, acaso porque ésta es tierra de cascadas [aseguran que hay siete, aunque si logras treparte a dos, date por servido] y de nueces. Exquisitas. Uno tiene la impresión de viajar a una tierra familiar y a la vez exótica. Como si de repente llegaras a un genuino Belén, con sus dromedarios y sus casas de adobe, con sus nopales y ese Atlas nevado al fondo, que se clava en tus entrañas. 
Y aun esas mujeres haciendo la colada en las aguas, frías en invierno, que me hacen recordar tiempos en que las mujeres en Noceda del Bierzo, incluso los hombres, lavaban las tripas del gocho [por esta época] en la presa de turno. Asimismo, las mujeres lavaban la ropa en el agua de los regueros, que eran abundantes en el valle nocedense. Por fortuna, en Noceda el agua sigue siendo aún un bien abundante. Y saludable. Ahí están las fuentes con propiedades curativas. 

En los últimos años el valle del Ourika se ha convertido en destino turístico, sobre todo para los marrakchíes, por la relativa cercanía del mismo, que buscan el frescor y la naturaleza, sobre todo en verano -cuando en la ciudad roja podrían alcanzarse, al menos rondar los 50 grados-, y por supuesto para los extranjeros, que acudimos a este sitio en busca de belleza natural y tranquilidad (esa templanza sagrada de la que nos hablaran los filósofos estoicos. me vienen a la mente las Meditaciones de marco Aurelio).

Y tal vez en busca de otro tiempo. El tiempo, bien lo sabemos, lo es todo, es sangre y oro. Acaso incienso y mirra.
Cada vez son más los puentecitos que existen a lo largo del valle [algunos de madera, como los que vemos en la ruta de las fuentes de Noceda del Bierzo] y los restaurantes a pie de río [butacones incluidos para sentarse como príncipes y reinas] y disfrutar de un té a la menta (el whisky bereber), unas brochetas de carne asada o un tajine. 

Pero quizá lo mejor es llegar hasta el final de la carretera, donde muere enfrente del imponente Atlas. Cruzar un puente, construido con madera, y adentrarse en esa aldea, Setti Fatma [Stti Fadma] en la que el tiempo se ha detenido. Y las gallinas corretean alegres por sus callejuelas de barro, mientras los rapacines y rapacinas te miran cual si fueras un extraterrestre que estuviera dispuesto a darles un bolígrafo o en el mejor de los casos diez dirhams si pretendes retratarlos. 
Ya se sabe, que el alma tiene un precio. Y fotografiar a alguien es en cierto sentido robarle el alma. En cualquier caso, no todo es dinero (ese significante que pudre cualquier significado). Y por fortuna, un señor, bien amable y hospitalario, te ofrece sus nueces para que las pruebes. Y de repente me viene el sabor de las nueces de mi tierra y el aroma de los nogales, otrora abundantes en el valle de Noceda. 
El valle del Ourika, que he visitado en algunas ocasiones y en diferentes épocas del año como si de un ritual se tratara (religado ya para siempre con el valle de Noceda), es un espacio al que espero volver.

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