En el 2007 el Diario
de León publicó un coleccionable de 56 capítulos titulado Las edades del Bierzo, en
el cual se recogen, entre otros asuntos, leyendas, historias, dichos, refranes
y tradiciones en nuestra comarca leonesa.
http://www.diariodeleon.es/noticias/contraportada/el-bierzo-memoria-y-leyenda_349815.html
http://www.diariodeleon.es/noticias/contraportada/el-bierzo-memoria-y-leyenda_349815.html
Ahora me piden, para el 25 de este mes de octubre, que haga una exposición (creo que al final será un debate entre tres personas) en la Casa de la cultura de Ponferrada sobre estos asuntos.
Por tanto, mi intervención en
esta Primera Jornada sobre leyendas y tradiciones en el Bierzo versará, de un
modo breve y sintético, sobre lo que publicara
en aquellos fascículos bajo el nombre de Las
edades de Bierzo.
Procuraré centrarme sobre todo en algunos aspectos del Bierzo Alto, poco o nada conocidos, como los dichos e historias que contaba Pachín, Nilo, Idro o las peripecias de una pastora.
Vayan aquí algunos dichos e historietas:
*En una ocasión un tal Don Antonio, cura parroquial de un
pueblo del Bierzo Alto, le preguntó a un hombre cuyo alias era Pachín:
-Pachín, dime, ¿cuántos cestos de tierra hay en este corón?
-Pues depende Don Antonio -respondió con audacia y cierto
relativismo galleguista el bueno de Pachín-, pero si el cesto es más grande que
el corón le aseguro que no hay ni uno.
*"Estos fillos de mío no están deseando más que me muerai pa’
dejalles el capital, pero si supierai el día en que d’ibai a morrer, empleabai
el capital en cristales pa’ cuando fuerai a estirar la pata, pegáballes una
patada y rompíalos todos, que no quedara ni uno vivo”, se le ocurrió decir con
cierta saña a un señor, suponemos que en un momento de euforia.
Este mismo hombre que, a lo que parece estaba obsesionado con
su capital, llegó a decir lo siguiente:
“Dábayes las viñas a los míos fillos pa’ que las cavaran y
las disfrutaran, y dijéronme que no las querían, que si se las dabai que
vendíanlas, pues entonces véndolas you”.
*Un tipo, al que llamaban Idro (deformación fonética de Isidro), gustaba contar historias
increíbles, aunque él parecía convencido y seguro cuando las narraba.
“El otro día fui a cazar y alcontreime con dos ‘onejos -Idro
era tartaja y no pronunciaba la “ce”-, uno venía de un lado y otro del lado
contrario. Le disparé a uno y aunque no me salió el tiro, vino el otro ‘onejo,
se ajuntaron las cabezas y murieron instantáneos los dos”.
“Bajé a Bembibre a comprar un cocho y lo traje caminando a mi
lado, como si fuera una persona. Cuando llegamos a casa comimos los dos en la
mesa, y luego fuimos a apañar castañas. Creerás que el cerdo apañaba más que
yo, por cada castaña que apañaba yo, el cerdo apañaba tres”.
*Y finalizo con esta magnífica historia, Las ovejas
en el trigo, cuya protagonista es una pastora del Bierzo
Alto.
Cabanillas de San Justo
San Justo de Cabanillas
Consuelo, la hija de Santiago T., estaba con el rebaño
de ovejas en una zona de San Justo de Cabanillas. Al mediodía se puso a comer,
y luego se echó una siesta. Cuando se despertó las ovejas estaban en un campo
de trigo haciendo una auténtica escabechina. Con la ayuda de dos perros
consiguió sacarlas del trigo y alejarse del lugar para no dejar pistas que la
delataran. Al oscurecer llegó a casa con las ovejas como si nada hubiera
pasado, y nada ocurrió ni nada dijo a su padre. Al día siguiente, bien
temprano, aparecieron en casa de Santiago T. los dueños del trigal. “Os
vamos a meter en justicia, que nos habéis destrozado el trigo”, gritaron los
amos del trigal mientras golpeaban en la puerta de Santiago.
Consuelo, al
escuchar los gritos, le confesó a su padre lo que había ocurrido y se declaró
culpable. Pero Santiago, que era un hombre despierto, buscó una rápida,
inteligente y favorable solución. “Cuando yo te pregunte por lash ovejash -le
dijo Santiago a Consuelo-, tú di que no sabesh nada” (Santiago, al hablar,
pronunciaba una suerte de hache en las palabras cuya terminación era en “ese”).
Santiago les abrió la puerta con serenidad y mandó entrar a
los dos dueños del trigal en su casa. Antes de nada, puntualizó: “la pastora
dice la verdá, vamosh a preguntarle”. Entonces, Santiago se dispuso a
interrogar a su hija:
-Consuelo, tú di la verdá, es cierto que las ovejas entraron
en el trigo.
-No, padre -contestó categórica la pastora.
-Fuera de aquí, ladronesh, hijosh de puta, que venís a
robarme a mi casa.
Y de este modo, tan singular y amañado, Consuelo, la hija de
Santiago T., quedó libre de toda culpa.
Así funcionaba en aquel tiempo la
justicia en algunos pueblos del Bierzo.
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