La psicodelia, o sea, la manifestación del alma es algo que siempre me ha interesado, tal vez porque uno se siente espiritual, a pesar de todo, aunque conviene matizar que lo espiritual no debe ser entendido como religioso.
Las religiones, dicho sea de paso, me producen desazón, y me parecen una tomadura de pelo al personal, que acaba enganchado y sin posibilidad de abrir la mente a otros mundos. Prefiero la razón, el análisis de la realidad, el logos antes que el mito, aunque éste luzca vistoso y exótico.
El mundo no sería como es si la gente utilizara más el raciocinio. No obstante, lo contracultural, lo psicodélico funciona como válvula de escape en un mundo, por otro lado, encorsetado, aferrado a unas normas estrictas, a un sistema controlador -el Gran Hermano que nos vigila día y noche, en casa y en la calle-. Por eso nos atrae lo alternativo, lo que va contra lo establecido o normativizado, y aquí tiene su cabida el arte psicodélico, que se basa en una vuelta de tuerca al sentido espacio-temporal, un cuestionamiento a la propia identidad. Algo que se consigue a través de determinadas sustancias, incluso con la alteración de algunos neurotransmisores, nuestas drogas endógenas, a saber, la dopamina, serotonina, endorfinas, encefalinas, etc. Todo un mundo apasionante.
El arte psicodélico entronca con los viajes interiores, logrados a través de los ácidos y otras drogas. No es que a uno le gusten las drogas, sólo que me interesa mucho los efectos que éstas pueden llegar a provocar en los individuos, que ven alterado su estado de conciencia, como ocurre, por lo demás, en determinadas enfermedades o trastornos de la psique.
La literatura psicodélica es abundante, y hay buenos ejemplos, como Rimbaud, Blake o el propio Valle Inclán. La música también ha dado sus resultados, desde los Beatles, Hendrix o Jim Morrison, el gurú de The Doors, hasta el legendario grupo Pink Floyd, además de todos los movimientos de Acid House, Transe, Rock psicoácido, etc. Un mundo realmente atractivo, que nos devuelve a los paraísos artificiales con los que soñara Baudelaire y al florido y colorido mundo del subconsciente, explorado tanto por el doctor Freud como por los surrealistas y aun por los expresionistas, en todas las artes.
Las religiones, dicho sea de paso, me producen desazón, y me parecen una tomadura de pelo al personal, que acaba enganchado y sin posibilidad de abrir la mente a otros mundos. Prefiero la razón, el análisis de la realidad, el logos antes que el mito, aunque éste luzca vistoso y exótico.
El mundo no sería como es si la gente utilizara más el raciocinio. No obstante, lo contracultural, lo psicodélico funciona como válvula de escape en un mundo, por otro lado, encorsetado, aferrado a unas normas estrictas, a un sistema controlador -el Gran Hermano que nos vigila día y noche, en casa y en la calle-. Por eso nos atrae lo alternativo, lo que va contra lo establecido o normativizado, y aquí tiene su cabida el arte psicodélico, que se basa en una vuelta de tuerca al sentido espacio-temporal, un cuestionamiento a la propia identidad. Algo que se consigue a través de determinadas sustancias, incluso con la alteración de algunos neurotransmisores, nuestas drogas endógenas, a saber, la dopamina, serotonina, endorfinas, encefalinas, etc. Todo un mundo apasionante.
El arte psicodélico entronca con los viajes interiores, logrados a través de los ácidos y otras drogas. No es que a uno le gusten las drogas, sólo que me interesa mucho los efectos que éstas pueden llegar a provocar en los individuos, que ven alterado su estado de conciencia, como ocurre, por lo demás, en determinadas enfermedades o trastornos de la psique.
La literatura psicodélica es abundante, y hay buenos ejemplos, como Rimbaud, Blake o el propio Valle Inclán. La música también ha dado sus resultados, desde los Beatles, Hendrix o Jim Morrison, el gurú de The Doors, hasta el legendario grupo Pink Floyd, además de todos los movimientos de Acid House, Transe, Rock psicoácido, etc. Un mundo realmente atractivo, que nos devuelve a los paraísos artificiales con los que soñara Baudelaire y al florido y colorido mundo del subconsciente, explorado tanto por el doctor Freud como por los surrealistas y aun por los expresionistas, en todas las artes.
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