La canción de las cerezas es una emocionante novela de Blanca Riestra. Hacía tiempo que no leía algo tan bueno.
La escritora coruñesa nos cuenta una historia que da la impresión de que fuera autobiográfica, existencialista hasta hacer que vomitemos la vida de puro engaño.
La escritora coruñesa nos cuenta una historia que da la impresión de que fuera autobiográfica, existencialista hasta hacer que vomitemos la vida de puro engaño.
“Tengo náuseas. Pero las náuseas son un compañero de viaje con el que me he acostumbrado a convivir”.
“Hay que aprender a vivir sola, todos estamos solos frente a la muerte”.
Blanca Riestra arremete contra la pijería y las convenciones establecidas. Y lanza dardos contra una España verbenera. “La visión de lo que soy, de la miseria en que estoy imbuida, de la mediocridad de mis propósitos, de la mediocridad de mi vida se me hace tan insoportable que el vómito acaba por resultar necesario, imperioso. Vomito asqueada de mí misma. Me horrorizo, me asqueo, me repugno”.
“Bien es cierto que todos somos una mierda, que el mundo es un cambalache, que nos aguarda la tumba”.
“La idea de trabajar, para cotizar, para comer, para seguir, a fin de cuentas, trabajando para seguir comiendo se me antoja absurda”.
“Cuando uno está solo, el dolor se convierte en un solidario compañero de viaje”.
Es sin duda una historia autobiográfica. Siento un cariño especial por los escritores capaces de desvelarnos sus propias intimidades, de relatarnos sus propias experiencias y observaciones del mundo entorno.
Uno de mis escritores preferidos es Henry Miller. Y Blanca Riestra parece haber leído mucho a Miller.
“Yo no he elegido esta historia de ojos que se abren. La historia me eligió a mí”, nos dice Blanca Riestra como dándonos a entender que la historia debe ser contada.
Una historia que esta joven escritora sitúa en el París de la Cité Universitaire, en la ciudad de la luz, ciudad laberinto de rayuela, escenario de novelas de Miller, entre otras de Trópico de Cáncer, que se desarrolla fundamentalmente en la capital francesa, aunque también dedica unas páginas a la ciudad de Dijon, donde uno estuviera como Erasmus. Y donde también estuviera Blanca Riestra, aunque no llegáramos a coincidir. Lástima.
El París que nos presenta Blanca se parece mucho al de Miller. “París había dejado de ser una fiesta para convertirse en un enorme y esplendoroso vertedero”.
“La realidad de París no deja de ser un simulacro, un espejismo incorpóreo, alucinante, cotidiano”.
Viví durante algún tiempo en la capital francesa y la descripción que hace Blanca de esta ciudad me parece brillante, extraordinaria.
“París es el no lugar, la carta no marcada dentro de un póker aparentemente dominado por la trampa”.
Casi todos vamos a París huyendo, huyendo de nuestro país, huyendo de nuestra vida mediocre y pobretona, en busca de un camino que podría antojársenos artístico, bohemio quizá.
Luego de vivir unos meses en el París de los poetas, uno se da cuenta de que la rebeldía no es más que una pataleta vana en nuestro camino hacia la tumba, porque en el fondo todas las ciudades son la misma ciudad, y París no es más que un viejo pensamiento, un mito, un mito perfumado con el aroma de la libertad.
Uno llega a París para salvarse a uno mismo de sí mismo, para dedicarse a ser uno mismo, incluso para destruirse, como me dijera un amigo catalán.
Luego de vivir unos meses en el París de los poetas, uno se da cuenta de que la rebeldía no es más que una pataleta vana en nuestro camino hacia la tumba, porque en el fondo todas las ciudades son la misma ciudad, y París no es más que un viejo pensamiento, un mito, un mito perfumado con el aroma de la libertad.
Uno llega a París para salvarse a uno mismo de sí mismo, para dedicarse a ser uno mismo, incluso para destruirse, como me dijera un amigo catalán.
París ha dejado de ser un mito para convertirse en hermoso cementerio, donde están enterradas grandes glorias del arte. Por ejemplo el cementerio de Père Lachaise, donde Oscar Wilde y Colette comparten su última morada con Jim Morrison.
“Todos los que allí vivíamos éramos en cierto modo fantasmas... que viven perpetuamente entre paréntesis”, muertos quizá.
“En la vida, como en los libros, desde la primera página podemos averiguar el desenlace... Tan sólo hay que saber leer entre líneas”.
La vida, como la literatura, no es más que un largo epílogo superfluo. Todo es tan fugaz, como si la vida fuera un canto fúnebre a destiempo. Qué breve es el tiempo de las cerezas.
“La literatura sólo sirve para amueblar el vacío, para permitirnos creer aunque sea por un momento que podremos burlar a la muerte”.
“París es una ciudad con mal carácter que no respeta las leyes de la lógica”.
“El París de las postales encubre sin demasiado esmero un París grosero, militante, gamberro, labrador”.
“En París conviven lo esplendoroso y lo infamante, el lujo y la lujuria, la felicidad y lo cotidiano”.
“Cuánto más dulce es escuchar las historias de los otros, y olvidarse de vivir”.
Gracias, Manuel, menuda lectura has hecho de la Cancióndelascerezas... te linkeo en mi blog... me has hecho feliz.. un beso
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