31/01/2010 MANUEL CUENYA
Cuando era pequeño, y oía mencionar a El Alemán, se me abría todo un mundo atractivo y sugerente. Entonces, ya sentía la necesidad de ir más allá del propio entorno, de atravesar montañas, cruzar charcos y mares y viajar en busca de otros espacios. Suponía que este señor, al que llamaban El Alemán, debía ser uno de los muchos emigrantes españoles por el mundo adelante. A lo mejor por eso me gusta tanto el programa televisivo, Españoles en el mundo. Pasado algún tiempo supe que a Manuel Fernández Núñez le decían así porque había combatido como voluntario en la División Azul. ¿Qué era aquello de la División Azul? ¿Y cómo un señor de Noceda del Bierzo había llegado a enrolarse en este bando?, debí preguntarme, pero dejé que transcurriera el tiempo, con la incógnita sin despejar, acaso convencido de que algún día, en algún momento, llegaría a desvelar esta historia, en verdad, interesante.
Hace unos días, y por azares de la vida, como suele ocurrir a menudo, coincidí en Bembibre con Esther Fernández, su nieta, quien me refrescó la memoria, y me sugirió si estaba interesado en hacerle una entrevista a su abuelo. No lo dudé ni un momento. Concertamos cita. Y nos vimos, puntuales, en el barrio de Río, en Noceda del Bierzo, en la casa de Manuel Fernández Núñez, que me recibió con hospitalidad y los brazos abiertos. Allí, sentados a la puerta de casa, nos estaban esperando él y su mujer, Felicitas Uría Fernández.
A sus casi noventa años, El Alemán se muestra vital y con la energía suficiente para hilvanar historias y anécdotas de otros tiempos. Hablamos de muchos asuntos, todos ellos relacionados con la Guerra Civil/Incivil Española, su incorporación al servicio militar bien jovencito, con 17 años, y su participación en la batalla de Teruel bajo las órdenes del bando Nacional y posteriormente en la División Azul, en torno a 1943. Conviene matizar que El Alemán, a pesar de haber batallado contra Rusia, es y se siente profundamente de izquierdas, lo que resulta curioso, aunque no tanto, si tenemos en cuenta la época que le tocó vivir. Entonces, había que sobrevivir a como diera lugar, y él quiso probar experiencia, que a buen seguro le permitió viajar, salir de su pueblo, y de paso ganarse unos cuartos. Su mujer, que me mira con atención y se muestra desenvuelta y muy viva, está convencida de la inutilidad tanto de la Guerra Civil como de la Segunda Guerra Mundial. “La guerra habría estado bien en los infiernos”, dice con enfado. Y qué razón tiene. No en balde, nuestra guerra resultó fratricida y la Segunda convirtió a Europa en un gran cementerio. El Alemán tuvo la ocasión, mientras permaneció en Berlín, de asistir a algún mitin del Führer. Casi nada. Otros sólo podemos dar cuenta de Hitler a través de documentales como El triunfo de la voluntad o de alguna parodia como la que hace Chaplin en El gran dictador o Bruno Ganz en El hundimiento. A pesar de ser un macabro, a uno le hubiera gustado ver a este loco que metió al mundo en un puño y se ensañó sobre todo con la población judía de un modo atroz, inimaginable casi. “Después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie”, sentencia el filósofo Adorno. Cuando uno visita este campo de concentración, en Polonia, se le baja el alma a los pies, y acaba mirando el pasado con ojos lacrimosos. “Berlín –recuerda El Alemán- era una ciudad grande y bonita”. Nos imaginamos a Manuel, El Alemán, paseando por la Unter den Linden bajo un cielo plomizo en una, hoy, metrópoli multicultural y animada, en la que por lo demás está otro nocedense, Miguel Ángel García Rodríguez, como corresponsal de Televisión Española.
http://www.rtve.es/tve/informa/correspo/berlin_new.htm
“En Hof viví momentos divertidos –rememora-, como cuando intentábamos relacionarnos con chicas alemanas”. “¿Señorita, quiere venir mañana conmigo al cine? Fräulein will morgen mit mir zu dem Kino kommen?" De este modo, se expresaba más o menos nuestro personaje nocedense, que al parecer también compartió con otros paisanos, entre ellos Santiago Blanco y Tomás López, su paso por la División Azul. “Sólo fueron seis meses en la División Azul”, aclara, algo que reconfirma Felicitas, su mujer. Además de Alemania, también estuvo en Varsovia, donde recuerda haber comprado, en el tren, una docena de huevos a una señora, en Riga (Letonia), en Lituania y en Rusia, en concreto en la población de Nóvgorod, cercana a San Petersburgo, donde se le helaba la respiración a 35 grados bajo cero. “Hasta nuestros pasamontañas y los caballos criaban hielo”, añade. De repente, El Alemán se queda pensativo, como si estuviera visionando su historia de guerra, y trae a la mente el Volga, quizá porque el río, éste que él vio alguna vez, simboliza el flujo ininterrumpido de la vida, de su vida inagotable.
Me ha gustado mucho tu artículo dedicado a mi abuelo.
ResponderEliminar¡Gracias!