El maestro Gustavo Bueno se acerca al Bierzo por segunda vez, al menos que uno sepa. A lo mejor ha venido más veces y no nos hemos enterado.
En cualquier caso, la primera vez dio una conferencia en la Uned de Ponferrada nos dijo, entre otras muchas cosas, que tenía orígenes bercianos. Algo curioso y sorprendente porque, durante el tiempo que me dio clase en la Universidad de Oviedo, nunca me enteré de tal asunto.
La segunda vez, ayer mismo, me lo perdí, al tener que estar en León, en la presentación de mi libro El Bierzo y su gastronomía.
Es una pena que no haya podido acompañar y arropar al gran filósofo español, uno de los pensadores más lúcidos que ha dado nuestro país. Y al que no se le tiene muy en cuenta. Me da la impresión.
Vaya aquí un texto en homenaje a Bueno, que disertó sobre el mito de la cultura ayer en la capital del Bierzo.
¿Qué se entiende por cultura, sobre todo, en estos tiempos de embrollo y barbarie? Tiempos propicios para meter gata por coneja, en la que todo, o casi todo, sirve y se utiliza. Pues la idea de cultura lo mismo vale para un roto como para un descosido.
Las temporadas de teatro, las presentaciones de libros o los festivales de música folk, por poner sólo algunos ejemplos, acaban siendo actos rutinarios. La repetición nos aniquila. Y el engaño reside, una vez más, en que tanto la élite como el pueblo creen realizarse, qué cándidos y qué probines, que diría un astur, mediante la participación en esas culturas. Una realización que es ciertamente ilusoria, puro espejismo de la persuasión.
No hay que olvidar que cultura es represión de los instintos pecaminosos, según Freud, que era un gran conocedor de las pulsiones, pues ésta reprime la libido que mueve la vida. Casi nada.
Cultura es también Reino de la Gracia y brebaje espiritual que sume al pueblo en un estado de abombada ensoñación. Hay que dar esperanzas y proporcionar ocupación inofensiva, pero eficaz, al personal. Sobre todo en época de incertidumbres, crisis y desempleo. Como lo es nuestra época.
Por una parte, la élite se administra a sí misma dosis de cultura teatral, literaria, cinematográfica (adormideras psicodélicas, o sea) para mantener su fantasía de minoría despierta, elegida y consciente.
Por otra parte, al vulgo se le administra cultura de consumo para mantener su esperanza de libertad activa, de rebeldía suprema, de entusiasmo.
El consumidor medio consume su mentira, escribe Umberto Eco en Apocalípticos e Integrados. Y todos estamos en el desagüe cultural, cloaca de ruindades.
Al final, sólo nos queda tomar el barco y huir, a vela despegada, de cualquier forma de cultura. Hay que huir de la cultura, tal y como nos la venden, cual si fuera de la peste bubónica.
Se me antoja que podríamos largarnos a la Sierra Tarahumara (México), en busca de espiritualidad y belleza, como en tiempos hiciera el visionario Antonin Artaud.
En El mito de la cultura, Gustavo Bueno hace un análisis ingenioso y demoledor sobre la idea de cultura. Es este un ensayo que no tiene una intención desmitificadora inmediata, añade el autor, porque "¿qué capacidad desmitificadora podría tener un libro que no va a ser leído precisamente por quienes están envueltos en el mito al que el libro se refiere?".
Habría que redefinir esta idea, porque lo mismo se habla -siempre con elegancia y chulería- de la cultura de las tarjetas de crédito como de la cultura de la coca-cola, la cultura del ocio, la cultura de la corrupción administrativa o la cultura de las trangalladas. Parece que suena a chiste. Pero nada de eso. Aunque resulte cínico dicho así, cultura es aquello que cae bajo la jurisdicción de los Ministerios de Cultura.
Aquí, en este Bierzo mágico, la naturaleza en sí misma se torna cultura, y a partir de una escombrera se puede construir y levantar un templo de sapiencia, o un estadio olímpico -como en la monumental ciudad de Delfos-, aunque luego no se escalden ni gatos. Una escombrera es un poema tanto como una ristra de versos líricos. ¿Quién lo pondría en duda?
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