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viernes, 20 de octubre de 2023

En busca de sentido a través de un viaje iniciático

¿Qué os parece este título En busca de sentido? 

Playa de Luaña, Cóbreces

Pues está tomado de un archiconocido libro del psiquiatra y filósofo austriaco Viktor Frankl, que en mi opinión debería ser una obra de cabecera, donde el autor nos cuenta su terrible experiencia en campos de concentración nazis, entre ellos el espeluznante campo de Auschwitz (que visité hace años), de donde pudo salir vivo por fortuna para relatarnos en primera persona lo que allí sintió, sufrió... y cómo logró descubrir el sentido de la vida en una situación tan adversa como ésa. 

En busca de sentido, tal vez en busca de espiritualidad, a través de un viaje iniciático, es lo que viví y sentí el puente del pasado fin de semana en el monasterio cisterciense de Cóbreces, Cantabria, adonde he ido en diversas ocasiones desde que era un tierno adolescente. 

Un viaje magnífico, en el que se viaja no sólo al exterior sino al interior de uno mismo, en un viaje introspectivo que resulta del todo saludable porque ayuda a conocerse más y mejor, a darse cuenta, como en una sesión psicoanalítica o mismamente de psicoterapia existencial y/o logoterapia (por seguir recordando al fundador de la misma, esto es el doctor Frankl) de quién es uno. 

Cóbreces, al fondo, a la derecha, la abadía

Tarea complicada, en todo caso, que requiere de mucha reflexión, de autoconocimiento, cual si se tratara de un viaje iniciático. Como ocurre por ejemplo en la Odisea, de Homero, o bien en El Quijote, de Cervantes, entre otras grandes obras no sólo literarias sino también cinematográficas, véase asimismo la obra del cineasta alemán Wim Wenders, por ejemplo París, Texas

https://cuenya.blogspot.com/2013/11/paris-texas.html

Me apetecía mucho venir hasta Cóbreces, donde se halla el monasterio de Santa María de Viaceli, porque aquí está el padre Leoncio, originario de Losada, al que consideramos familiar, tío, un hombre bueno de verdad, un ser espiritual, un auténtico monje, al que le tengo cariño, todos en la familia le tenemos mucho afecto, incluso aparece como personaje en El verde aroma del Noroeste.
Este es el tercer año consecutivo que vengo hasta aquí. Una experiencia espiritual magnífica, porque uno se siente espiritual, aunque no religioso (no resulta contradictorio, ¿verdad?). El arte genuino es en sí mismo una suerte de espiritualidad. Estoy pensando por ejemplo en el Réquiem de Mozart o mismamente en el Salve Regina de Completas que se puede vivir y sentir en esta abadía cisterciense. Un chute de energía y buenas vibras sí estoy teniendo aquí, donde además respiro el mar Cantábrico desde el acantilado de El Bolao, que se ha convertido, desde que lo viera por vez primera siendo casi un niño, en un santuario de peregrinación, un lugar de culto. Por fortuna, aún sigo deleitándome con la belleza como si me asomara a ella, desde este acantilado, por primera vez.
Os dejo esta entrada al blog de hace dos años:

(estas palabras escribía en mi muro de Facebook con motivo de mi reciente visita al monasterio de Cóbreces)

En busca de sentido o viaje iniciático al corazón de Cantabria, visitando una vez más ese espacio cinematográfico que es Llanes, en las Asturies de los míos amores (me gusta más que decir de mis), que ya forma parte de mis mapas de los afectos, donde estuve nomás a finales de agosto, de lo que doy cuenta en otra entrada en este blog:

https://cuenya.blogspot.com/2023/09/la-belleza-infinita-en-el-oriente-del.html

Me fascina pasear por estos callejones con sabor a Medievo como si de repente el tiempo fuera otro. Y uno mismo se convirtiera en personaje de época.
Llanes
Me fascina volver a aquellos lugares donde he sentido la belleza que procura sanas vibraciones.

(esto escribía en mi muro de Facebook cuando visité recientemente Llanes)

Con tiempo también para dar un voltio por San Vicente de la Barquera, que es un sitio resplandeciente; Santillana del Mar, que siempre ofrece al visitante su rostro de villa medieval, y Comillas, con su belleza exótica, su monumentalidad, impregnada toda ella por el espíritu del genial Gaudí, quien también nos dejó una obra extraordinaria en León y en Astorga, aparte de sus creaciones en Barcelona. 

https://cuenya.blogspot.com/2010/03/gaudi-en-el-bierzo-en-astorga-en-leon.html

https://cuenya.blogspot.com/2019/08/de-la-ciudad-de-leon-la-barcelona-de.html

Su misterio, su fluidez, el encanto de la luz reflejada en un amanecer ensoñado, cautivan al viajero, que se siente en éxtasis, acaso místico, en este mundo polvorín donde, tras máscaras religiosas, étnicas... -cualquier pretexto pendejo sirve-, se desata la barbarie una y otra vez.
San Vicente
Ya hemos tocado fondo como especie humana-animal en varias ocasiones.
Mientras, uno sigue en pos de la belleza del mundo contemplándola con ojos de asombro, consciente por supuesto del Planeta en que vivimos...
San Vicente de la Barquera es una bendición para los sentidos, con su colorido y su aroma a marisma, con su gusto a marisco y sus barcas varadas en medio de un oleaje de ilusiones. Y también con su temperatura de otoño estival. Una belleza comestible, porque la belleza será comestible o no será, como dijera el paranoico crítico Dalí, que logró hacer una obra divina, todopoderosa.

(estas palabras escribía en mi muro de Facebook con motivo de mi reciente visita a San Vicente de la Barquera)

Sobre Cóbreces y su monasterio he escrito en más de una ocasión. Y por supuesto aparece en El verde aroma del Noroeste, que tendré el placer de presentar en la ciudad de León el próximo jueves 26 de octubre. 

En el monasterio de Viaceli de Cóbreces lleva desde que era un crío el bueno de Leoncio, originario de Losada, en el Bierzo Alto, al que toda la familia llamamos tío. Un ser espiritual, además de religioso, que también aparece en El verde aroma..., con buena salud a sus ochenta y nueve años, aunque él se siente ya muy cansado. Creo que anda algo deprimido. A ver si ahora, que vendrá al monasterio de Carrizo de la Ribera, logra elevar el ánimo. 

San Vicente

La experiencia en Cóbreces en esta ocasión ha sido estupenda. Allí he conocido a varias personas con quien entablé conversación, cada cual con su historia de vida, comenzando por Lucía, una mujer de Valladolid, con quien compartí mesa y mantel en el monasterio. Una chica de cincuenta y muchos años, según me dijera, que se mostró amable, buena conversadora a la vez que algo enigmática. 

Se me ocurrió preguntarle a qué se dedica -la curiosidad mató al gato- y ella contestó que eso qué más da. Y razón que tiene. Con lo cual me quedé como un tontín. Eso te pasa por preguntar. No se pregunta. Vuelve por otra. Quizá algún día, quién sabe, volvamos a reencontrarnos. Así es la vida. "Antes de un mes te llamaré", me dijo. Da como penita conocer a personas con las que a lo mejor nunca más volveremos a ver. 

En el Bolao

Con Lucía fui hasta el mítico acantilado de El Bolao, que es un sitio cargado de buenas vibraciones, donde algún día, tal vez, podría convertirse en el espacio idóneo para que depositaran mis cenizas. ¡En qué cosas piensa uno! Será la edad. A lo mejor me está ocurriendo como al tío Leoncio, que recordaba, acaso con nostalgia de un tiempo que fue, sus estancias en Roma, en Alemania... cuando era joven. 

¡El tiempo, el tiempo!

https://cuenya.blogspot.com/2013/08/el-tiempo-de-los-asesinos.html

Además de Lucía entré en contacto con otras personas hospedadas en el monasterio como un médico de Madrid, con quien tuve una charla harto sustanciosa, eso creo, un hombre de sesenta y pocos años, que se mostró descreído con el mundo en que vivimos, un mundo que dijo no entender. 

"Para lo que me queda aquí", llegó a decirme. "Bueno, seguro que aún te quedará mucho tiempo", acerté a responderle. Eso me hizo recordar a la enfermera que tuviera asignada en Ponferrada hace un tiempo en mi centro de salud, la cual me dijo -ella que ahorita debe andar por los cincuenta y poco-, que de vida activa tampoco le quedaba mucho (eso creo recordar, a lo mejor no fue exactamente así, ella me dirá si lee esto), lo que me llevó a una reflexión profunda acerca no sólo de la vida, cuánto vive uno sino cuánto vive uno de modo activo, con capacidad para manejarse por el mundo adelante solo, solito, solo. Ya sabes, Beatriz, que charlar contigo, aunque ahora estés en Gijón, tu tierra, es realmente estimulante. 

Asimismo, en el monasterio me encontré con Noelia, una chica entrañable de Toledo a la que a buen seguro siempre recordaré. Creo que algún día volveremos a vernos. Agradezco mucho, en todo caso, tu invitación para ir a Toledo, donde hace tiempo que no estoy y la verdad que tengo ganas de volver. 

Y al final de mi estancia en Viaceli puede charlar brevemente con algunas personas de Andalucía que se hospedaban en el monasterio porque habían viajado para asistir a la presentación -en otro lugar de Cantabria-, de un libro sobre un cura, Un cura de una vez, cuya autora es Francisca García Guirado, con quien he mantenido contacto telefónico. 

abadía cisterciense

Tampoco quiero olvidarme de Nieves, una profesora de Valladolid, quien dice sentirse sola en el mundo, porque, aparte del amor de Dios, no encuentra el amor en los seres humanos. Y, como el médico madrileño, no entiende este mundo. Amar y ser amados, lo mejor que pude ocurrirnos. Quizá no haya que entenderlo sino vivirlo y a ser posible disfrutarlo. Disfrutar de la playa de Luaña, por ejemplo, aunque sea bajo la llovizna. Y de todos los manjares y placeres, como el queso de esta abadía, que nos ofrece la vida. No me olvido ni de ella, quien se ofreció hospitalaria para que vaya a Valladolid, ciudad donde he estado en diversas ocasiones y donde viven amigos y amigas, ni de Mari Cruz, que se encarga con soltura de la hospedería, en realidad de toda la gerencia del monasterio, porque casi todos los monjes ya tienen una edad avanzada y necesitan de cuidados. Cada vez quedan menos. No en vano, Mari Cruz ejerció como enfermera durante años. 

Santillana, esto es Santillana del Mar, huele a sobao y quesada, sobre todo a quesada. Y eso abre el apetito al visitante, que se siente a su vez como en un decorado de cine, que lo es, con sus calles empedradas y toda esa monumentalidad medieval de casas y casonas solariegas, palacios, torres y la archiconocida colegiata, que es símbolo de esta villa cántabra, cada día más atestada de turistas.
Aunque uno haya paseado por este espacio en varias ocasiones, siempre alegra la vista, en realidad todos los sentidos, volver a la misma. Incluso descubrir que algunas de sus pastas o cremas de orujo llevan nombres curiosos, por decirlo de algún modo, supongo que como reclamo turístico.
(estas palabras escribía en mi muro de Facebook con motivo de mi reciente visita a Santillana)

Mari Cruz cuenta asimismo con la ayuda de Cristina, que se ocupa de la limpieza. "Ya me dijeron que tú eres profesor", me dijo la joven Cristina. Bueno, hago lo que puedo. Aunque lo que me gusta es aprender, sentir, sentirlo todo. Pero no se lo dije. ¿Qué tal estás aquí?, me atreví a preguntarle. Cristina sonrió y tras su sonrisa azul intuí que se encuentra bien en el monasterio. También lo expresó con palabras, en un buen castellano/español con acento. "Es que soy ucraniana", aclaró ella. 

Antes de dejar Cóbreces volví yo solito a El Bolao, tal vez en busca de sentido, el sentido de la existencia a través de un viaje iniciático que jamás olvidaré. Mientras, recordé a las amigas Piedad (Maripi) y Carmen, que conociera precisamente el pasado año en el monasterio cisterciense de esta localidad cántabra, donde los monjes cantan el Salve Regina en Completas, de modo que uno se queda literalmente en éxtasis místico. 

https://youtu.be/N-FQHA9ndYg

Y eso me hizo volar. 

Antes de regresar a la tierruca, a la matria, Comillas me esperó con la luz marina de la hipnosis, y es que esta villa arzobispal y pontificia (se nota que el monasterio de Cóbreces ejerció gran influjo en mí) es hipnótica. 

Paseé por el entorno del palacio Sobrellano (del marqués), de estilo neogótico, y el Capricho de Gaudí, que me trasladó directamente a las chimeneas de las hadas del valle de Göreme (Capadocia), que visité hace años. 

Recorrí el casco histórico, deteniéndome en la fuente de los Tres Caños. 

Subí hasta el mirador de Santa Lucía para arrojar los sentidos al puerto, al mar. Y entablé breve charla con un operario con acento cantabrico (cantábrico también), el cual echó pestes contra el expresidente Revilla, el cual, según este oriundo, fue nefasto para Cantabria y sobre todo para los ganaderos. No será para tanto, quise decirle. Pero el hombre parecía ensimismado y muy enfadado con la política ejercida por Revilla, quien por lo demás está casado con una berciana de los Ancares llamada Aurora. La verdad es que no le dije que Revilla me cae bien.  

Fuente Tres Caños

Descendí varios peldaños hasta el puerto. Y desde ahí me encaminé al cementerio gótico, presidido en lo alto por el ángel exterminador. Con vistas al mar Cantábrico. Y entonces rememoré mi visita en julio de este año al cementerio de Luarca, también con vistas al mar, donde están enterrados el Nobel Severo Ochoa y el doble premio Óscar Gil Parrondo, al que recordaré siempre con cariño, porque era un tipo entrañable. 

https://cuenya.blogspot.com/2016/12/un-garbeo-por-el-nilo.html

https://cuenya.blogspot.com/2023/07/de-ortigueira-las-asturies-de-los-mios.html

Tiene algo el viejo cementerio de Comillas que me hace recordar el camposanto de Santa Mariña de Cambados, donde están enterrados la actriz leonesa Josefina Blanco Tejerina, quien fuera la mujer del gran Valle-Inclán, además de un hijo de ambos llamado Joaquín. https://cuenya.blogspot.com/2023/09/en-tierras-valleinclanescas.html

Concluí la visita de Comillas yendo hasta el parque donde se alza el monumento al marqués de esta villa, que desde la distancia ya atrajo mi atención. Con la mala pata, nunca mejor dicho, de que, después de trepar como un cabrito campo a través, con el móvil en el bolsillo derecho del pantalón y a punto de aproximarme al monumento de marras, me di cuenta, cuando eché mano al móvil para sacar alguna fotina, de que la pantalla se había estallado, tal vez porque algún movimiento brusco lo había dejado fuera de juego. Así que me quedé sin móvil, que es como quedarse incomunicado. ¡Tanto dependemos de estos aparatos! Por fortuna, también llevaba cámara en ristre. Así que pude hacer algunas foticas. 

Monumento al marqués de Comillas

Lo cierto es que me quedé atolondrado. Y recordé que, otrora, la gente vivía sin móvil, sin ordenador, incluso sin cámaras. Sin nada o casi nada. Y vivían igualmente, sin generar ansiedad, sin prisas, porque lo deseable es encontrar el sentido de la vida, que ésta sí que es un genuino viaje.  

*He de confesar, como buen feligrés, que a estas alturas ya tengo teléfono móvil nuevo.

1 comentario:

  1. Manuel, viajero incansable, narrador extraordinario que me haces hasta oler el mar, ver colores y paisajes y hasta percibir la peculiaridad de las muchas personas con las que charlas en tus viajes. Haces de tus libros compañeros inseparables .

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