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lunes, 2 de octubre de 2023

Lagos y lagunas que entrañan romanticismo

 Este verano, a finales de agosto y comienzos de septiembre, tuve la inquietud por acercarme a los lagos de Covadonga. 

Desde Arenas de Cabrales, de lo que ya hablé en otra entrada en este mismo blog, queda cerca. https://cuenya.blogspot.com/2023/09/el-latido-de-la-naturaleza-en-picos-de.html

Y tenía ganas de volver a ver estos lagos porque hacía, creo que unos treinta años, que se dice pronto, que no estaba en esta zona lacustre, plena de belleza romántica, máxime si el clima se vuelve brumoso, como me ocurriera con este aún reciente viaje, que ahora vuelvo a rememorar.

Y digo belleza romántica porque el mito de Frankenstein lo creó la escritora Mary Shelley a orillas del lago suizo de Lemán, en Ginebra, una noche tormentosa de verano, en concreto en el verano frío y lluvioso de 1816. Hace ahora algo más de doscientos años. Sobre esta apasionante historia he escrito en varias ocasiones. 
https://cuenya.blogspot.com/2010/01/versiones-cinematograficas-de.html

https://www.diariodeleon.es/articulo/filandon/laquo-frankenstein-raquo-mary-shelley-versiones-cinematograficas/201005230600001104334.html

El propio cineasta astur Gonzalo Suárez, a quien sigo recordando con cariño después de su paso como director honorífico por nuestra Escuela de cine de Ponferrada, hizo la película Remando al viento donde aborda la creación de este mito, que se me antoja fascinante.

https://cuenya.blogspot.com/2022/12/remando-al-viento-de-gonzalo-suarez.html Tal vez por eso nos ha quedado grabado en la memoria colectiva de que de los lagos brotan los monstruos. Como también se dice del lago Ness, situado a unos pocos kilómetros al suroeste de Inverness, que tuve la ocasión de visitar hace años en un viaje Inter-Raíl por Europa. Maravilloso tiempo de viajes no sólo por Escocia sino también por Gales (bueno, este fue otro viaje, ya que en aquel tiempo allí vivía el amigo Abel, en concreto en la bella población de Aberystwyth). 

Gales es asimismo una tierra hermosa de lagos y castillos, que también recuerdo por esa película emocionante de John Ford titulada ¡Qué verde era mi valle! sobre la minería. 

Los lagos de Covadonga me han llevado hasta las Altas Tierras escocesas y Gales. Recuerdo asimismo el lago y la población de Fort William, en Escocia, donde después de un tiempo en busca de alojamiento -era verano pero con clima frío-, logré alojarme en un hostel gracias a la amabilidad de un tipo que me llegó a decir que en Escocia a nadie se le deja durmiendo al raso. Me dio la vida porque todos los alojamientos allí estaban hasta los topes.

Una experiencia inolvidable. Entonces, uno, que era jovencito y valiente, viajaba por el mundo sin ningún tipo de angustia, con muchas ganas por descubrirlo. 

Ahora que lo repienso, el paisaje de esta parte de Asturias, donde se hallan los lagos glaciares de Covadonga a más de mil metros de altitud, tiene un gran parecido con los que viera y sintiera en Gales y en Escocia hace años. Y por supuesto este grandioso paisaje astur nada tiene que envidiar a otros lugares del mundo. Eso me dijeron, más o menos, dos mujeres hispanoamericanas con quienes coincidí un rato, que estaban entusiasmadas con la visita a este espacio montañoso y lacustre en los Picos de Europa.

A decir verdad, me encontré con mucha gente, plagado que estaba el sitio de visitantes a pesar de esa bruma que hizo que los lagos de Enol y la Ercina quedaran casi sepultados bajo la misma como si fuera invierno. Esto me hace pensar en volver a los mismos, tal vez en la próxima primavera, cuando se tercie, en todo caso, porque hay que volver a ver en verano lo que se vio en invierno, y de día lo que se vio de noche, como nos dijera el Premio Nobel portugués Saramago en su maravilloso libro Viaje a Portugal. 

Esto dejé escrito en mi muro de Facebook en su día, en este hasta ahora mi último viaje a los lagos de Covadonga, como así se les conoce a los lagos de Enol y de la Ercina: 

De los lagos y lagunas, en vez de monstruos, brota la niebla, que compone cuadros vaporosos y espejismos con aroma a verde que te quiero verde.
Y es que los lagos y lagunas entrañan mucho romanticismo, lo que enciende la imaginación del visitante.

Los lagos de Covadonga, así son conocidos, porque el santuario de Covadonga queda cerca. Aunque en esta ocasión no lo visité. Y me quedé a comer en un garito, atestado de visitantes, a los pies del lago Ercina, que hasta me parece que desprende más encanto que el lago Enol.

Poco más de veinte kilómetros separan los lagos de Cangas de Onís, población donde se cuenta que el rey Don Pelayo creó el Reino de Asturias, conocida asimismo por su exquisita gastronomía, entre la que está el queso Gamonéu, el descenso internacional en canoa del río Sella, que, como ya he apuntado en alguna ocasión, por ejemplo en El verde aroma del Noroeste, nace en la Fuente del Infierno, en Oseja de Sajambre, provincia de León.
Cangas

Resulta agradable, incluso bajo el orbayu, caminar por el centro histórico de Cangas, acercarse al edificio de la Oficina de Turismo, aunque no se necesite información, pues se trata de una bella casa, la casa Riera, de estilo indiano, que está en las inmediaciones del Puentón, al que los oriundos llaman puente romano, aunque sea un puente medieval.
Conviene subirse al Puentón, que es todo un símbolo de Cangas, para contemplar el discurrir del Sella.
En un próximo viaje estaría bien visitar alguno de los miradores como el conocido mirador de El Fitu. Siempre hay un motivo para volver a aquellos lugares que a uno lo han dejado cautivado.
Asturies siempre en el corazón del viajero, que se despide de su viaje dando una vuelta por Oviedo, la ciudad donde estuviera en los años ochenta como estudiante universitario.
El Puentón
Años que te dejan huella, sin duda porque comienza una vida de descubrimientos, de aprendizaje.
Y me despido con estas palabras que dejara escritas en su momento en mi muro de Facebook, que ahora le sirve a uno como diario de bitácora, cuaderno o libreta donde se anotan impresiones, recuerdos... todo aquello que al final nos hace ser quienes somos:

Sueño que regreso a la Vetusta de Clarín. Y lo hago desde el presente para encontrarme con el pasado, cuando aún era un joven estudiante en su universidad, con las ilusiones intactas y todo un porvenir. Qué dulce la juventud.
Sueño que vuelvo a Oviedo a estudiar, como cuando era un rapaz, con todo el futuro por delante. Y eso me produce desasosiego, porque ya tengo una edad -la edad de la madurez-, y no me apetece volver a estudiar, aunque uno siempre ande entre libros.
De repente, despierto y me hallo literalmente delante de la estatua de Ana Ozores, la Regenta, con el fondo de la catedral. Y desde aquí, como en los sueños, donde se produce una ruptura espacio-temporal, también puedo ver casi toda la ciudad, por la que deambulo en busca tal vez del mozo que fui y ya nunca más seré.

Callejeo por aquellos sitios que tan familiares me resultan, incluso sigue en pie el letrero del Tsaciana, aquel garito del Antiguo regentado por Pío -qué será de este hombre-, al que solía ir en fines de semana y alguna fiesta de guardar. Dicho así, parece que estuviera todo el día de farra. Nada de eso. Había que estudiar. Y uno se lo tomaba en serio.
Estaba soñando con la Vetusta de Clarín y de repente sonó el himno de Asturias y las campanadas de la media tarde.
Pasado y presente en un mismo plano de realidad.

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