El Douro, el Duero es un río de vino, de vino dulce y antiguo. De vino y de oro. Un río grande que mira al océano Atlántico con su pupila dorada. Que nos devuelve una mirada de morriña, de saudade, bajo la bruma de un mundo añorado y el atractivo del Puente Don Luis I, la torre Eiffel portuguesa, porque Oporto es saudade, acaso embotellada con aroma a cepas viejas. Y es que esta vieja ciudad sabe y huele a vino y también a café y a mar.
Jueves 13 de octubre
Mirando al Douro, con su fluir sereno, poco antes de desembocar en el mar Atlántico.
Viernes 14 de octubre
El Duero cruza esta ciudad, donde he estado en diversas ocasiones -la penúltima justo antes de la pandemia, en el carnaval de 2020-, que vaya carnaval que se nos avecinó, aunque esto aún no lo sabíamos.
Oporto es familiar y al tiempo exótica, como de otra época, con su colorido y su aire de melancolía, con su decadencia y su olor a moho. Con sus estampas de ropa tendida por doquier y sus asadores de castañas. Con sus casas azulejadas y sus callejuelas empinadas.
Oporto/Porto es un sueño fluvial y marino, bajo ese moderno y monumental puente de Arrábida, que te deja boquiabierto, hipnotizado.
La ilusión viaja en tranvía por las calles de la vieja ciudad del vino. Hacia el océano.
Sigo imaginándome subido a un tranvía como un rapacín que disfrutara girando en un tiovivo. Uno de esos tranvías que te lleva desde la vieja ciudad hasta la ciudad moderna, donde desemboca el Duero.
Oporto, como Lisboa, es una ciudad mirador. Son tantos y tan espectaculares sus miradores, como el de los jardines del Palacio de Cristal, el jardín das virtudes, el de la Victoria, desde la plaza donde se sitúa la catedral Sé o desde lo alto de la torre de los clérigos (hay que subir 200 escalones hasta la cima), situada en el cerro de los aforcados, que uno acaba sintiendo que se vuelve mirador.
Oporto es una ciudad que sigue atrayendo a los visitantes, cada vez más numerosos a tenor de lo visto y vivido recientemente, el pasado fin de semana.
Sábado 15 de octubre
Torre de los Clérigos |
Hasta podría asegurar que esta capital está atestada de turistas. No hay más que acercarse a la mítica, neogótica y Art Nouveau Lello, con su peculiar escalera sinuosa de color carmín, una de las librerías más hermosas del mundo, eso dicen, situada en la rúa das Carmelitas, donde se forman colas cuasi interminables para poder entrar a esa bella librería, en la que otrora, tampoco hace tantos años, se entraba con facilidad y por supuesto sin pagar nada por la entrada. O bien las colas que se hacen para entrar en el legendario y patrimonial café Majestic, con sus espejos y su modernismo de estilo parisino, situado en la comercial y animada calle de Santa Catarina.
Majestic |
Oporto, con el transcurso del tiempo, ha ido trocando su imagen de ciudad decadente, adonde casi no iban turistas (esa es al menos mi impresión), en una ciudad cuidada. Véase lo que era otrora la rúa das Flores y lo que es ahora, por ejemplo. Y así tantos otros sitios como el mercado de Bolhao.
El Duero, como decía, surca la ciudad de Oporto para ofrecernos esa otra orilla de bodegas conocida como Vila Novoa de Gaia, desde donde también contemplamos el mundo, los barcos rabelo que navegan el río. Incluso uno puede darse un voltión en teleférico.
Recuerdo que Isabel, poeta portuguesa que vive en Oporto, me mostró ese mirador que es el hotel Yeatman. Inolvidable. Y también el palacio do Freixo. Con ella compartí momentos estupendos en Póvoa de Varzim, en el festival de Literatura conocido como Correntes d'Escritas.
Sao Bento |
La verdad sea dicha, me encanta regresar a aquellos sitios en los que experimento una sensación de cercanía. Y eso ocurre con Oporto, donde tengo la impresión de estar en Galicia, tal vez por su habla, aunque al tiempo sea tan diferente en tantas cosas. Esa Oporto incluso leonesa de la que hablara y escribiera en otro momento, como queda reflejado en ese espectacular mural de azulejos de la estación ferroviaria de Sao Bento donde se funden el Reino de León y el Reino de Portugal.
https://www.lanuevacronica.com/oporto-leonesa
En este viaje, que aún resuena como un latido amoroso en mi mente, me sentí realmente a gusto. Y disfruté de los paseos tanto por el casco histórico como por la ciudad moderna que se abre al mar, con sus playas y sus fortalezas como Sao Joao Baptista de Foz o el castillo do Queijo (Sao Francisco Xavier), que se alza en el extremo sur de la playa de Matosinhos.
Y me gustó degustar sus tripas, que son algo así como nuestros callos, en ese restaurante chiquito situado en el barrio de Miragaia, en una placita, en el número 127, creo recordar. Un sitio realmente estupendo para comer, ya que además dispone de terraza, y está retirado del bullicio. Un lugar al que espero volver.
Sábado 15 de octubre
oscurecida o a punto de oscurecerse. Desde el animado Horto das Virtudes, el huerto de las delicias, donde se trepa la juventud para tomarse unas birras y fumarse algunos canutos. Qué todo sea por la belleza que irradia esta ciudad fluvial y marítima.
Efectivamente, a pesar de los pesares, Oporto es una ciudad para visitar una y otra vez... ¡Qué le vamos a hacer!
ResponderEliminarNo conozco Oporto. Tus líneas me ha hecho pensar en un cercano recreo por ahí. Los azulejos de Sao Bento me han hecho recordar los de algunas casas en la América de influencia hispano-portuguesa.
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