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viernes, 21 de octubre de 2022

Nieve sin fin, Ruth Marea


Escrito desde el punto de vista de un niño, con una extraordinaria sensibilidad, él mismo nos narra la aventura de un viaje desde Madrid a un destino, cuyo nombre no se nos dice, a través de un paisaje cubierto de nieve. En realidad, se trata de un viaje iniciático, de autoconocimiento, en el que su protagonista descubre y nos revela quiénes son sus papás, su hermana y por supuesto él mismo.

(Taller de composición de relatos de la Universidad de León, impartido por Manuel Cuenya, publicado por La Nueva Crónica)

Cómo me gusta esta casa, aunque pequeña, oscura y con olor a viejo, estamos juntos los cuatro. Y eso es muy importante para mí. Me encanta Madrid, sobre todo en Navidad y en Semana Santa, incluso en verano, cuando algunos pajaritos caen al suelo, muertos de sed. Me gusta mucho mi ciudad. Mis amigos dicen que a ellos también les gusta mucho.

Es el día de Reyes, ¡por fin mi equipamiento completo del Atleti!... Qué bien, desayunaremos roscón, me chifla, además a mí siempre me toca la sorpresa, mamá dice que tengo mucha suerte y yo creo que tiene razón.

La tele está encendida, en casa de papá siempre está encendida. Así es mi papá. Echan un programa de adiestramiento de perros, pero ahora interrumpen la conexión: ¡alerta por nieve en la sierra!... ¡Podríamos sacar las tablas en un descanso del camino!, le digo a mamá, pero una mirada incisiva me deja mudo. Veo la cara de mis padres, mi padre relajado y mi madre desencajada. Mi madre no siempre está así, a ella los viajes le encantan. Nos vamos ya... Nada de comer con papá, mejor no hablar. Así es mi papá: alto, fuerte y serio; hoy habla poco, sonríe y mira mucho la tele, eso creo que ya lo había dicho. A veces me repito, eso me dicen. Uf… creo que mi madre necesita ayuda. 

Hacemos las maletas y en menos de una hora estamos en el coche de mamá, sin cadenas ni neumáticos de invierno, pero no faltan las cocacolas ni el chocolate, ni un par de almohadas por si nos entra el sueño. Todas las cosas de mamá están viejas o estropeadas, bueno, vividas, como dice ella.

Escucho en la tele que las temperaturas van a bajar de forma bestial y le pido a papá que nos lleve él a casa, por si las cosas se complican. Un silencio por respuesta y un codazo de mi hermana, que es muy lista, además de superguapa, me hacen enmudecer. Mi hermana sí que habla poco, pero cuando habla lo peta… y también se ríe mucho, aunque bajito… y no hace ruido al caminar, camina como los fantasmas. Me despido de papá con un abrazo sin beso... Se cree que ya soy mayor. Nos cuesta salir del aparcamiento... Papá ya se ha ido. Papá se va sin mirar hacia atrás.

Salimos de la ciudad a la velocidad del rayo; en festivos las anchas calles de Madrid están vacías, es como si fuéramos a despegar... Nos vamos por una ruta que no conozco, espero que mamá sepa lo que hace. Parece una mañana estupenda, pero en el horizonte veo una masa gris, creo que mejor sería que dijera que es oscura, o plomiza, como dice mamá, y en menos de un cuarto de hora empieza a nevar. Ya noto un fresquito por los pies y me los subo al asiento.

Nos acercamos a las montañas por una carretera nueva, hay muchísimos coches, me da que es la única salida de Madrid que no está cortada. ¡Vaya lío en mitad del campo! Algunos coches son de policía porque llevan una luz azul y los de arreglar carreteras llevan las luces naranjas.

Paramos en una gasolinera a comprar cadenas para el coche, están agotadas, qué chungo. Mi madre no habla y tampoco pone música, creo que está muy asustada. Yo estoy más que asustado; por la ventanilla solo veo un blanco sin fin; prefiero mirar hacia adelante, por si veo algo que mamá no pueda ver. Además no hablo, creo que es la mejor forma de ayudar.

El tiempo se congeló dentro de la furgoneta. Vaya lata. Derrapamos y vamos a veinte, creo que el freno no se debe de pisar... No lo pisa, menos mal. Yo estoy pendiente por si mamá se despista.

Parece que mi madre se ha empeñado en llegar a casa pero no sé cómo lo vamos a hacer. Mi hermana me coge de la mano cuando la sangre se me sube a la cabeza, esto es como una peli de un director, un tal Kubrick, ese mismo... Sé que se llama así porque lo he visto escrito. Y además me gusta mucho el cine; ‘El resplandor’, que así se titula, la he visto varias veces, aunque mi madre no sabe que la he visto. Bueno, quizá sí lo sabe. Pero hace como que no lo sabe. Así es mi mamá.

Estamos en un puerto en caravana, volvemos a derrapar y rozamos el quitamiedos. Está claro que vamos a morir... Yo creo que vamos a morir. Y eso no me hace ninguna gracia. Mi hermana me lee el pensamiento y me aprieta la mano, no entiendo qué hace mi madre conduciendo... Es muy despistada y se salta constantemente las normas de circulación, esto no es normal.

Mi hermana, que es más pequeña que yo, me dice que me ponga los cascos y que me relaje, creo que es buena idea, bueno, creo que es la única idea... Subo el volumen y cierro los ojos, lo sigo viendo todo blanco. No sé cuánto tiempo llevo escuchando música y me duele la cabeza. Abro los ojos y el blanco ahora es radiante y cálido. Creo que alguien ha hecho magia mientras dormía, ¡que rabia! ¡Siempre me pierdo lo mejor!... Pero bueno, da igual, estamos bien. El cielo ya es azul y las montañas blancas parecen muy grandes. Los bordes de la carretera brillan como si hubiera polvo de cristal en el suelo… ¡Acabo de darme cuenta!, es el día de Reyes y los Magos no nos han dejado tirados. El sol me calienta la cara a través del cristal de la ventana. Ya me encuentro mejor.

Mi hermana está dormida y mi mamá conduce relajada, está sonriendo. Separa su mano derecha del volante y la vuelve hacia atrás buscando la mía. Yo se la cojo y la beso. Estamos a salvo… Continuamos un rato más por una carretera ancha, con muchas cuestas de esas que, cuando las pasas deprisa, te dan vértigo en la barriga… Ya estamos llegando a casa. Mi hermana aún sigue durmiendo y mi mamá dice que no la despierte.

Cuando entramos en casa, mi madre nos abraza muy largo y calentito. Somos un gran equipo. 

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