Escrito desde
el punto de vista de un niño, con una extraordinaria sensibilidad, él mismo nos
narra la aventura de un viaje desde Madrid a un destino, cuyo nombre no se nos
dice, a través de un paisaje cubierto de nieve. En realidad, se trata de un
viaje iniciático, de autoconocimiento, en el que su protagonista descubre y nos
revela quiénes son sus papás, su hermana y por supuesto él mismo.
(Taller de composición de relatos de la Universidad de León, impartido por Manuel Cuenya, publicado por La Nueva Crónica)
Cómo me gusta esta casa, aunque pequeña, oscura y con olor a viejo, estamos juntos los cuatro. Y eso es muy importante para mí. Me encanta Madrid, sobre todo en Navidad y en Semana Santa, incluso en verano, cuando algunos pajaritos caen al suelo, muertos de sed. Me gusta mucho mi ciudad. Mis amigos dicen que a ellos también les gusta mucho.
Es el día
de Reyes, ¡por fin mi equipamiento completo del Atleti!... Qué bien, desayunaremos
roscón, me chifla, además a mí siempre me toca la sorpresa, mamá dice que tengo
mucha suerte y yo creo que tiene razón.
La tele está encendida, en casa de papá siempre está encendida. Así es mi papá. Echan un programa de adiestramiento de perros, pero ahora interrumpen la conexión: ¡alerta por nieve en la sierra!... ¡Podríamos sacar las tablas en un descanso del camino!, le digo a mamá, pero una mirada incisiva me deja mudo. Veo la cara de mis padres, mi padre relajado y mi madre desencajada. Mi madre no siempre está así, a ella los viajes le encantan. Nos vamos ya... Nada de comer con papá, mejor no hablar. Así es mi papá: alto, fuerte y serio; hoy habla poco, sonríe y mira mucho la tele, eso creo que ya lo había dicho. A veces me repito, eso me dicen. Uf… creo que mi madre necesita ayuda.
Hacemos
las maletas y en menos de una hora estamos en el coche de mamá, sin cadenas ni
neumáticos de invierno, pero no faltan las cocacolas
ni el chocolate, ni un par de almohadas por si nos entra el sueño. Todas
las cosas de mamá están viejas o estropeadas, bueno, vividas, como dice ella.
Escucho en
la tele que las temperaturas van a bajar de forma bestial y le pido a papá que
nos lleve él a casa, por si las cosas se complican. Un silencio por respuesta y
un codazo de mi hermana, que es muy lista, además de superguapa, me hacen enmudecer. Mi hermana sí que habla poco,
pero cuando habla lo peta… y también se ríe mucho, aunque bajito… y no hace
ruido al caminar, camina como los fantasmas. Me despido de papá con un abrazo
sin beso... Se cree que ya soy mayor. Nos cuesta salir del aparcamiento... Papá
ya se ha ido. Papá se va sin mirar hacia atrás.
Salimos de
la ciudad a la velocidad del rayo; en festivos las anchas calles de Madrid
están vacías, es como si fuéramos a despegar... Nos vamos por una ruta que no
conozco, espero que mamá sepa lo que hace. Parece una mañana estupenda, pero en
el horizonte veo una masa gris, creo que mejor sería que dijera que es oscura,
o plomiza, como dice mamá, y en menos de un cuarto de hora empieza a nevar. Ya
noto un fresquito por los pies y me los subo al asiento.
Nos
acercamos a las montañas por una carretera nueva, hay muchísimos coches, me da
que es la única salida de Madrid que no está cortada. ¡Vaya lío en mitad del
campo! Algunos coches son de policía porque llevan una luz azul y los de
arreglar carreteras llevan las luces naranjas.
Paramos en
una gasolinera a comprar cadenas para el coche, están agotadas, qué chungo. Mi
madre no habla y tampoco pone música, creo que está muy asustada. Yo estoy más
que asustado; por la ventanilla solo veo un blanco sin fin; prefiero mirar
hacia adelante, por si veo algo que mamá no pueda ver. Además no hablo, creo
que es la mejor forma de ayudar.
El tiempo
se congeló dentro de la furgoneta. Vaya lata. Derrapamos y vamos a veinte, creo
que el freno no se debe de pisar... No lo pisa, menos mal. Yo estoy pendiente
por si mamá se despista.
Parece que
mi madre se ha empeñado en llegar a casa pero no sé cómo lo vamos a hacer. Mi
hermana me coge de la mano cuando la sangre se me sube a la cabeza, esto es
como una peli de un director, un tal Kubrick, ese mismo... Sé que se llama así
porque lo he visto escrito. Y además me gusta mucho el cine; ‘El resplandor’, que así se titula, la
he visto varias veces, aunque mi madre no sabe que la he visto. Bueno, quizá sí
lo sabe. Pero hace como que no lo sabe. Así es mi mamá.
Estamos en
un puerto en caravana, volvemos a derrapar y rozamos el quitamiedos. Está claro
que vamos a morir... Yo creo que vamos a morir. Y eso no me hace ninguna
gracia. Mi hermana me lee el pensamiento y me aprieta la mano, no entiendo qué
hace mi madre conduciendo... Es muy despistada y se salta constantemente
las normas de circulación, esto no es normal.
Mi
hermana, que es más pequeña que yo, me dice que me ponga los cascos y que me
relaje, creo que es buena idea, bueno, creo que es la única idea... Subo el
volumen y cierro los ojos, lo sigo viendo todo blanco. No sé cuánto tiempo
llevo escuchando música y me duele la cabeza. Abro los ojos y el blanco ahora
es radiante y cálido. Creo que alguien ha hecho magia mientras dormía, ¡que
rabia! ¡Siempre me pierdo lo mejor!... Pero bueno, da igual, estamos bien. El
cielo ya es azul y las montañas blancas parecen muy grandes. Los bordes de la
carretera brillan como si hubiera polvo de cristal en el suelo… ¡Acabo de darme
cuenta!, es el día de Reyes y los Magos no nos han dejado tirados. El sol me
calienta la cara a través del cristal de la ventana. Ya me encuentro mejor.
Mi hermana
está dormida y mi mamá conduce relajada, está sonriendo. Separa su mano derecha
del volante y la vuelve hacia atrás buscando la mía. Yo se la cojo y la beso.
Estamos a salvo… Continuamos un rato más por una carretera ancha, con muchas
cuestas de esas que, cuando las pasas deprisa, te dan vértigo en la barriga… Ya
estamos llegando a casa. Mi hermana aún sigue durmiendo y mi mamá dice que no
la despierte.
Cuando entramos
en casa, mi madre nos abraza muy largo y calentito. Somos un gran equipo.
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