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lunes, 27 de junio de 2022

Países Bajos, estampas entrañables

 El  viajero, al que le gusta nomadear, decide que podría acercarse a Países Bajos desde Amberes, que ya es una ciudad casi neerlandesa. Estando tan cerca, el viajero no se resiste a hacer una incursión, acaso también una excursión, a la ciudad tal vez más poética de Europa, que no es otra que la bella y animada capital de Ámsterdam, donde el viajero recuerda haber estado, a lo largo de su ya dilatada vida (cómo pasa el tiempo, madre santísima), en torno a quince veces, quizá sean más. 

Estación Central

No importa. Lo importante es que Ámsterdam para el viajero es una ciudad familiar, que ha pateado palmo a palmo, tanto que no necesita de ningún plano para orientarse  y recorrerla, incluso conoce de memoria, qué importante es la memoria, el nombre de algunas calles. 

En un inicio, el viajero tampoco estaba seguro de acercarse en este viaje a Países Bajos, pues estuvo, cree recordar, en el 2017, visitando a su amiga Catherine Transler en Rotterdam, con excursión incluida a Ámsterdam, cómo no podía ser de otro modo, además de otros lugares como Leiden, Delft, Den Haag... Y la propia ciudad de Rotterdam, of course. 

En un inicio, el viajero llegó a contemplar la posibilidad de irse de Amberes a Lovaina (Leuven), donde estuviera en una ocasión como interrailero. Y desde ahí viajar ya a Bruselas para quedarse al menos tres días antes de dar por finalizado su viaje. Incluso se le pasó por la cabeza visitar Malinas (Mechelen), pues se acordaba de que su paisano, el gran Gil y Carrasco, estuvo en el siglo XIX, en su gran viaje por Europa, en esta ciudad llamada Malinas o Mechelen. 

"Malinas es otra muy linda ciudad por su pintoresca arquitectura y anchas calles, pero no tan rica en artes como las demás ciudades que hasta ahora llevo andadas. Sin embargo, tiene una obra de Van-Dyck que por sí sola merece un viaje no de camino de hierro, sino a pie", escribe Enrique Gil en su Diario por Europa, en el que el viajero tuvo la oportunidad de trabajar. 

Pero al final, el viajero, que es un culo inquieto y un devoto de Holanda, decidió viajar a Ámsterdam, que queda a unos 150 kilómetros desde Amberes, o sea, un paseíto, que en tren se hace en un ratín de , aunque no sea en Thalys, que es un tren de alta velocidad, que alguna vez el viajero se ha permitido el lujo de coger, sino en un tren normal, el cual cuesta cuarenta euritos, solo ida, si se saca con tarjeta, en este caso con Master Card, y algo más de cuarenta y cinco baros si se compra en ventanilla. Qué cosas. Con lo cual lo mejor es tirar de tarjeta y comprarlo uno mismo en máquina expendedora de billetes, que además no se tarda nada. Quizá todas estos asuntos domésticos no sería necesario contarlos, pero el viajero se siente hoy con ganas de contarlo todo. O casi todo. 

El viajero recuerda también cómo su amiga Sandrina, que vive en un pueblo cercano a Den Haag, lo invitara hace un tiempo a su casa. Y piensa en esa posibilidad. Pero Sandrina, a la que el viajero conociera hace años en el Bierzo, vive en Holanda con su familia, con su hijo, con su marido, y cree que no es conveniente molestarla. Además, anda ocupada con la crianza, con su trabajo. Y al final el viajero, que en el fondo es persona prudente, decide que lo mejor es ir a su aire, como siempre o casi siempre, lo que le procura bienestar o felicidad, si tal puede decirse. 

El viajero es un nómada, ya lo había dicho, que se siente a gusto consigo mismo, con su propia soledad, aunque a veces también necesite del calor humano, de los otros. Y también recuerda que su amigo Abel, al que viera en Semana Santa en Extremadura, vive en Leiden. Por cierto, el viajero recuerda asimismo que tiene pendiente escribir algo sobre esta quedada con sus amigos Agustín y Abel en Cáceres. Al viajero se le amontona el trabajo y no lo da hecho, como dice su tocaya. 

El viajero se acuerda de su amigo Abel y cree que quizá fuera un buen momento para verlo. Entonces, le escribe un mensaje de WhatsApp para decirle si va estar por Leiden (en realidad, antes de viajar a Bélgica, ya había contactado con él para decirle que cabía la posibilidad de acercarse a Países Bajos). Le pregunta si le apetecería quedar. A lo cual Abel, que es todo un caballero, le responde que encantado. Bueno, se lo responde al amigo común Agustín, por despiste, claro, pero Agustín, que está al quite, se lo remite al viajero, el cual cree entonces que es buen momento para darse una vuelta por Ámsterdam y después, cuando Abel le diga algo -pues trabaja hasta tarde en una Agencia Espacial-, se acerque a Leiden, que queda a menos de media hora en tren desde Ámsterdam. 


Una maravilla que en Holanda todas las ciudades queden cerca unas de otras. Y todas ellas con mucho encanto. O eso cree al menos el viajero, que siente mucho afecto por este país o países bajos, tan perfilados a escala humana, tan lindos, con sus canales y sus casitas como encantadas. Aunque luego, como todo en la vida, se descubra que no todo el monte es orégano. 

Abel, en todo caso, vive bien en Leiden, aunque él, que es todo un personaje (con él se ríe y reflexiona uno mucho) asegura que no conoce Holanda, aunque lleve ya años allí. Ya en el 2017 estaba en Leiden, quizá desde principios de ese mismo año. 

En todo caso, asegura Abel que Holanda es infinitamente mejor que Alemania para vivir. Al parecer, no tuvo buena experiencia trabajando en Alemania. Y cree, además, que Alemania es un país al que le gusta obedecer, que los propios alemanes se autoimponen normas y más normas, leyes... para obedecerlas sin rechistar, porque, en el fondo, les gusta obedecer. Y si les gusta obedecer, piensa el viajero, también les gustará mandar. Algo que nada tiene que ver con España -cree asimismo el viajero-, país con un fondo de espíritu anarquista, donde cada cual va a su puta bola. Y hace lo que le viene en gana cuando así lo desea. 

Sea como fuere, Abel se quedó encantado con Gales, en concreto con la pequeña y costera ciudad de Aberystwyth, que el viajero tuvo la ocasión de visitar a principios de los dos mil. Convencido, Abel, de que Aberystwyth es el mejor lugar del mundo. 

Con lluvia o sin lluvia, Ámsterdam sigue cautivando al viajero como si fuera la primera vez que la visitara. Y son varias las veces que la he visitado, sintiéndola como propia. Y ahora vuelvo a contemplarla con ojos de éxtasis. Por cierto, el éxtasis está al borde de la calle. Las calles siguen oliendo a María y a Has. Una mezcla que te da un voltión. Sólo de respirar tales efluvios. Aquí están tal vez los paraísos artificiales que imaginara el bueno de Baudelaire. Pues eso, empapémonos de belleza, de poesía, porque esta quizá siga siendo la ciudad más lírica de Europa.

El día está grisáceo y amenaza lluvia. Durante el trayecto, de Amberes a Ámsterdam, el cielo permanece en su ser primero. Y todo apunta a que será un día metido en lluvia, lo cual no le facilitará al viajero su deseo de pasear por Ámsterdam.


Cuando el tren se detiene en la parada de Breda, el viajero recuerda que tal vez podría bajarse a estirar las piernas, no porque esté cansado de viajar, pues lleva poco tiempo en el tren, sino porque se le viene el cuadro de Velázquez a la memoria. Un cuadro, La rendición de Breda, que puede verse en el Museo del Prado de Madrid, por el que el viajero siente devoción, en realidad por toda la obra de Velázquez. En otro momento, en otro viaje, tal vez podría visitar esta ciudad, sólo por lo que le evoca al viajero.  

Desde Breda quedan unos cien kilómetros hasta arribar a Ámsterdam. La siguiente parada será Rotterdam (recuerdo inolvidable en compañía de Catherine). Y a partir de ahí, será un momento. Muchos pasajeros se bajan en el aeropuerto Schiphol de Ámsterdam, y el viajero continúa rumbo hasta la estación central, cuya fachada se parece mucho a la cara frontal del Rijksmuseum https://www.rijksmuseum.nl/es/visitel templo de la pintura flamenca, donde están los grandes cuadros de Rembrandt,  Rubens o Vermeer, entre otros muchos. 


Nada más salir de la Estación Central comienza a jarrear. Y el viajero se acuerda de que no debería de haber dudado, ya en su tierra, de haber metido el chubasquero en su mochila. Pero ya es tarde. También en la ciudad de Brujas lo hubiera necesitado. Y aun en la ciudad de Amberes. No importa. Lo que importa es que el viajero regresa a Ámsterdam después de algunos años. Ya tocaba, por así decir, porque esta ciudad merecería al menos una visita anual. Tan colorida, tan viva, tan animada, es como una ciudad sureña, con clima norteño. Cada uno de sus rincones, de sus calles, de sus callejuelas, de sus puentes y sus canales... invitan a sacar la cámara y tomar alguna instantánea, que de seguro quedará bien, incluso bajo la lluvia. Es una ciudad fotogénica. Como una actriz glamurosa que diera maravillosamente en cámara, como suele decirse en la jerga cinematográfica. Ámsterdam posa con elegancia. Y eso se nota nada más mirarla. Pues a menudo te devuelve una mirada engatusadora. Es quizá la ciudad más lírica de Europa. O eso le parece al viajero.

Una ciudad que, en determinados lugares, desprende olor a maría y has. No en vano, los coffee shops son toda una institución. Pero sobre todo es una ciudad museo, una ciudad abierta al mundo, en la que uno se siente como si estuviera en un sitio familiar. Quizá esa familiaridad provenga del hecho de haber podido recorrerla en tantas ocasiones, a pie, en bici, en tranvía... 

Incluida en sus Mapas afectivos, Ámsterdam bien merece de una visita, ya sea en primavera, verano, otoño o invierno, que en todas las estaciones luce espléndida. 

De Ámsterdam a Leiden un pasito. En una próxima entrada. 

2 comentarios:

  1. Estoy oliendo, palpando, y hasta empapándome con la lluvia de tu recorrido. Es tal la descripción que me dan ganas de coger la maleta y salir en pos de visitar todo lo visitable.

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  2. Buen recorrido, Manuel, lleno de recuerdos y citas que hacen el efecto de árbol multicolor.
    Chapeau!!

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