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miércoles, 26 de octubre de 2011

Desde el Bierzo a Al-Magrib II

Panorámica de Marrakech
Si bien segundas partes nunca fueron buenas, veremos lo que da de sí (o de no) esta segunda parte o partícula, acaso elemental, como a buen seguro diría/dijo el enfant terrible de la literatura francesa, Michel Houellebecq, quien por cierto estuvo hace años en León, gracias a Rafa Saravia y su club Leteo. Enhorabuena, Rafa, y mis felicitaciones para todos cuantos formáis parte y partida del Leteo, aunque haya pasado el tiempo, tanto tiempo... Bueno, en realidad quería continuar ruta a través del Morocco, le Maroc, Al-Magrib, el Poniente... En el camino. Como Kerouac. El éxodo desde Oklahoma hacia California en busca de futuro, como ocurre en Las uvas de la ira, de Steinbeck (incluso de Ford). O como los moteros de Easy Rider cruzando los Estados Unidos de América, ahora Imperio en bancarrota. Por la mítica ruta 66, en plan contra-cultural. Como en una Road movie a la carta. Véase también París, Texas
Ah, y El cielo protector, qué es muy chuli, tanto la novela de Bowles como la peli de Bertolucci.  Guiños cinematográficos y literarios. Una vez más. Imposible desprenderse de la cultura, aunque sea algo postizo, en ocasiones inservible, tal como nos la venden envuelta en papel cuché...


Me pongo en marcha, marchando un té a la menta, en compañía de afecto y amistad, vaya sabor... dispuesto a recorrer los mapas afectivos de la ciudad, que me llevan por los lugares de siempre, una y otra vez, aunque también me dejo caer por otros rincones, incluso me subo a la terraza del legendario café Renaissance, en Guéliz, desde donde contemplo la ciudad color arcilloso con ojos de satisfacción y me permito la licencia de hacerle fotos al paisaje/paisanaje turístico que se toma una copa mientras cae la noche. 
Patio del Faouzi hotel
"A ver qué fotos estás haciendo", me dice una chica rusa, a la que entiendo a duras penas, no porque me hable en ruso, es obvio, sino por mi propia obnubilación o mi inglés apolillado. ¿Pero aquí no se hablaba francés y árabe? Vaya cuestiones de tonto-laba o el haba. "Vente a tomar una copa con nosotros", me dice, lo que sí entiendo. Al decir nosotros se está refiriendo a su acompañante. Tras un gracias de cortesía, desciendo las escaleritas de la terraza para sumergirme en un elevador/"descendedor" que me deja, por segundos, "atrocado", atascado. Y ahora qué le pasa a este aparatejo, me digo. Ay, eso debio ser por no aceptar la invitación de la rusa, que por cierto me había dicho que vivía en Suiza, Zurich. Paso unos momentos de angustia, y eso que no me creo claustrofóbico (a lo mejor lo soy, y aún no me he dado cuenta), mientras intento llamar a la campana, avisar de mi "atolladero". Nadie parece escucharme, erre que erre con los botones... del quinto no parece bajar... hasta que de repente se hace la luz (para mí) y alguien consigue mover el ascensor. Salgo escopetado, aunque sigo en el laberinto del edificio, donde no veo ni escaleras, sólo las de emergencia, que conducen a un impasse, un callejón sin salida. Vaya telar. ¿Quién me mandaría meterme aquí? Por fin, encuentro cómo bajar, tal vez por la gatera. Ante mi sorpresa, y la cara de incredulidad del personal hostelero, he logrado salir a la calle. ¿Y éste de dónde ha salido?, se debieron preguntar. Y por qué os cuento todo esto... Bueno, forma parte de viaje, n'est-ce pas? Ahora me salió, casi sin querer, un gabachismo. 
Por esta zona, donde está ubicado el café-hotel La Renaissance, harto chic, hay buenos cafés como Les Négociants o Boule de Neige y muchas chicas paseando, en busca quizá de algún turista despistado (o no tanto) que las invite a un zumo o un batido. "Te apetece un masaje". Non, merci. ¿Eres francés? Non, merci. Pero que borde te has vuelto, Manolito, si tú no eras así... de remilgadín. ¿En qué hotel estás alojado?, te preguntan a bocajarro unas chavalinas que pasean agarradas del brazo bajo las sombras cobijadoras de la media luna. En la Medina, les dices. Oh... 


Deberías haberles dicho que te hospedabas en La Mamounia o en el hotel Le Marrakech, o en el Sofitel... Pero decirles que te alojas en un hotelucho de la Medina, mira qué tú... Bueno, en verdad no les especificas si el hotel es regulín o refulán... pero ellas, que son más listas que el hambre y ven las hierbas nacer, ya saben de qué va el rollito. ¿Y no te apetecería dar una vuelta con nosotras?, insisten con la sonrisa puesta y la mirada acariciadora. Otro día, tal vez. Merci. La noche te está confundiendo (no me gustó esta expresión manida, mediática) y de noche, ya se sabe, todos los gatos y todas las gatas son pardos y pardas. Mejor la luz del día para medinear y deambular por las avenidas de Guéliz, bajo las palmeras plateadas de las esperanzas y ensoñaciones.

En tus medineos diurnos por la ciudad nueva (Guéliz), te acercas al Instituto Cervantes, aunque sabes, casi con seguridad y de antemano, que te lo encontrarás cerrado, porque ese día es fiesta en España. Tienes suerte, no obstante, de toparte con Ismail, el vigilante de seguridad, con quien charlas un rato. Su amabilidad proverbial hace que te sientas a gusto. Y, además, te proporciona el correo del Jefe de Estudios. No estaría nada mal impartir clases de español aquí, te dices. Bueno... ya se verá. El Cervantes de Marrakech está en la Avenida Mohamed V, próximo al café de La Renaissance. 



Tu gusto por los cielos azules, despejados y comestibles, te devuelve a tus aposentos (qué cursi quedó esto) de la Medina, el Faouzi, no sin antes echarte un cigarro a la luz de la media luna, subido en la terraza-jaima del desierto domesticado, que es como un dromedario con turbante. Se me fue la pinza. O no. Mientras deliras, se te consume el cigarro de liar, bebes agua de tu botella (que recomiendan sea así, no vayas a contraer algún virus diarréico) y desciendes a tu recámara, que es como una suite para ti.  demain, le dices al recepcionista, antes de atravesar el patio (de aroma arábigo-adalusí) que te conducirá a tu chambre single. Ay, qué pena, tendrás que dormir solo, con tu existencialismo a cuestas.  Pero mañana será otro día. "Tú sabes qué horarios de buses hay para Essaouira", le pregunto al recepcionista. "Por supuesto, lo mejor será que cojas el Supratours", me aclara, a la vez que me proporciona los horarios. Muchas gracias. Chucran. 

A la mañana siguiente me levanto temprano para "agarrar", que dirían los mexicas, un autobús que me llevara a Essaouira, Swira, según los marroquíes. No sirvió de mucho el madrugón -bueno, no tanto- porque el Supratours estaba completo hasta el horario de las tres de la tarde. Entonces, decido ir en busca de la CTM (Compañía de transportes marroquíes), que queda cerca de la estación de Supratours (en tiempos, no hace tanto, la estación de tren de Marrakech). De haber estado cerca de la Gare routière (Estación de buses) en Bab Doukkala, donde se estacionan los taxis colectivos que van a Essaouira o Ouarzazate, hubiera cogido un taxi, pero la proximidad de la CTM me hizo cambiar el tercio. Y a eso de las doce del mediodía, pues tampoco antes había buses a Essaouira,  lo tomé como quien hubiera sido obsequiado con el mejor premio. Un autobús medio vacío o medio lleno, pocos turistas, confortable, con aire acondicionado (imprescindible en estas tierras de calor, y eso que a uno no le entusiasman esos aires artificiosos) que me llevó, en unas tres horas -parada para refrigerarse incluida- hasta la ciudad del viento y las olas, tal como me la definió Salima, donde en tiempos iban a parar los hippies y músicos de la talla de Hendrix, o Cat Stevens, quien ahora, después de convertirse, se llama Yusuf Islam. Luego volveré sobre este músico. 

Una ciudad, Essaouira, que engancha por su belleza blanca y azul, por sus callejuelas y su decadencia y aun por su aroma a puerto neorrealista, que a Orson Welles le sirvió para rodar algunas secuencias de su OteloY que en la actualidad goza, el cineasta, de una estatuta pintarrajeada en la ciudad, sita en un pequeño jardincillo (Square  Welles, según figura en los mapas), que mira hacia la plaza Moulay Hassan, el centro neurálgico de esta tranquila villa, en la que también se encuentra el espectacular restaurante Casa Vera, desde cuya terraza se tienen las mejores panorámicas de la ciudad. Lástima que no estuviera la Vera por allí para darle la enhorabuena por semejante negocio. Hecho con gusto. Atractivo. De veras. Perdón por la tontería. "La propietaria está en España de vacaciones", me dijo una de sus trabajadoras... Pues qué pena, porque me hubiera gustado verla y saludarla, y decirle lo mucho que me gusta este sitio, donde por las noches -al menos algunas- se puede ver un espectáculo de danza del vientre, cena incluida. O bien te tomas un té a la menta y ya. Aún habrá más... Essaouira en tu mochila. 

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