Recuerdo aquellos primeros viajes a Marruecos con mucho cariño. Viajes al fin de los tiempos, que duraban la eternidad y más días. Aquellos viajes hasta Madrid, Algeciras, luego la travesía en barco del estrecho, hasta llegar a Tánger (ciudad que he recorrido a lo largo y ancho), y desde ahí tomar un autobús o tren hacia el sur. Qué aventuras. Como aquel viaje que coincidió con una fiesta del cordero, y se montó el cirio o cordero pascual porque en esas fechas, tan señaladas, los marroquíes aprovechan para desplazarse a sus casas, y la estación de trenes de Tánger, donde había decidido coger el tren hasta Marrakech, estaba atestada hasta los topes. incluso se montó una revuelta en la estación porque la muchedumbre, desatada, quería meterse en el tren a como diera lugar, a sabiendas de que era materialmente imposible que todo el mundo pudiera subirse. Una avalancha en verdad peligrosa,que por instantes me puso los pelos de punta y el corazón en vilo. El personal pisoteaba, saltaba incluso las vallas que la seguridad había puesto ex profeso. Un guirigay de mucho cuidado. Pero, al final, todo quedó en un susto, y cada cual se buscó la vida como pudo. Impresionante.
La llegada a Marrakech, prevista para las nueve o así, tuvo lugar a la tarde, después de algunos cambios de trenes. Marrakech, no obstante, me esperaba con los brazos abiertos de par en par. Un espectáculo inolvidable: cabezas de corderos quemándose en medio de las calles... el aroma al sacrificio divino... quien sabe. Se me ha ido Alá al cielo. Ahora lo bajo y me dispongo a relatar mi último viaje. Bueno, por el momento os dejo esta introducción para que acaso se os pongan los dientes afilados... Hasta pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario