Almería desde la Alcazaba |
Lástima que a uno no le gusten esas cosas, ni los novelones (mucho mejor un buen ensayo, un relato enjundioso, un poema-vida, literatura que esté llena de vida y nos devuelva a la vida, que nos resucite, o sea). Y me conforme nomás (qué remedio) con componer algunas líneas, casi siempre impregnadas de realidad, de realismo (me interesa, cada día más, la realidad, aunque sea harto cruda, mucho más que la ficción, sobre todo si ésta resulta inverosímil).
Luego uno se da cuenta de que, de un modo inevitable, aunque intentemos ser fieles testigos o cronistas de la realidad (o lo que se tercie) acabamos fabulando, transcendiéndola, transfigurándola.
El surrealismo siempre me ha apasionado. Y me sigue apasionando. Todo aquello que brota del manantial del subconsciente como agua cristalina (o ferruginosa, también vale) al igual que brota el agua medicinal de las fuentes del útero de Gistredo (Gistredo, de gistra o xistra).
Alcazaba al fondo |
Me he largado todo este preámbulo intencionadamente, o quizá hayan sido las palabras que me han guiado. Y me han ido llevando por sus sendas y sus trochas. Y no hay quien las pare, quien las detenga, porque el verbo parar, al menos en Hispanoamérica (quizá Latinoamérica), significa otra cosa.
Decía (espero que aún no os hayáis perdido por la vereda de nuestro señor Jesucristo versus Arizona) que viví y sentí en Almería durante un tiempo, que se me antojó delicioso. Y me permitió, además de entrarle a esta tierra suereña y luminosa (sobre esto ahondaré posteriormente), descubrir la figura y la obra de Juan Goytisolo, que ha calado hondo en mi persona.
Asimismo, me sirvió como trampolín para lanzarme, como un clavadista acapulqueño (bellísimo y sobrecogedor espectáculo el de los clavadistas), en los acantilados marroquíes.
Marruecos como mundo ensoñador, fabuloso, tal vez como un cuento de las mil y una noches, mientras me veo sentado en una alfombra voladora al amor/calor de una lámpara de gas.
Calle Juan Goytisolo-La Chanca |
Es como si hubiera seguido, de un modo intencionado y a la vez subconsciente (qué gran poder tiene éste, como nos avisara el doctor Freud y aun otros muchos analistas de la psique), el camino trazado por Juan Goytisolo (grande entre los grandes, perteneciente a una saga literaria extraordinaria, que a veces, salvando las distancias, me hace recordar a los Panero astorganos). Y es que el autor de Makbara (cementerio) también vivió y escribió (inolvidables La Chanca y Campos de Níjar) sobre Almería, tierra exótica para un norteño, para un oriundo del Bierzo. Y por supuesto para un catalán apátrida, exiliado de aquí y de allá, un cervantino (hasta le concedieron el Premio Cervantes, qué cosas) como él, que se quedó encantado en su primera visita con esta tierra allá por los años 50 del pasado siglo. Fascinado porque en Almería encontró, aparte de un luz inspiradora, acaso sus señas de identidad (como si él, en otra vida, hubiera nacido y crecido como almeriense. Entusiasmado estaba con su habla). Sobre todo esto os recomiendo que lo leáis en profundidad. Y hasta veáis algunos de los muchos documentales que existen sobre su figura y su obra.
La Almería que conociera el maestro Goytisolo (a quien le han dedicado una calle en el barrio de La Chanca) era una tierra, tal y como él la retrata en sus libros, pobre, pero con el encanto que procura la vida en su estado puro, la vida, una vez más, asentada en la realidad, incluso en una realidad terrible, hecha con los sudores y transpiraciones de los poros del alma, con el trabajo laborioso (los obreros, los campesinos siguen moviendo el mundo... aunque los cabrones y trapaceros sigan ostentando el poder y la gloria, a resultas de sus mamonadas y corruptelas).
Casa museo Valente |
Hoy en día también Almería, aun no siendo tan pobre como lo fuera otrora, sigue con su mano de obra barata, tirada de precio (ahí están los inmigrantes africanos, entre ellos muchos marroquíes, dando el callo para sacar adelante sus invernaderos, el conocido mar de plástico, mientras los jefecitos se aprovechan con descaro de ellos). Qué mal repartida está la tierra y la riqueza en el mundo. Y cuánta hambruna y guerra.
Una tierra, Almería, que también me cautivó durante mi estancia a finales de los 90. Agradezco a Adolfo (compañero de aventuras universitarias en Oviedo. Y desde hace más de veinte años profesor en la Universidad de Almería) y a su mujer Petri que me acogieran con hospitalidad. Y me enseñaran también esta tierra familiar, cercana (en el corazón y el alma), ya para siempre.
Tendría que recuperar aquellos papeles que manuscribiera durante mi estadía en Almería. A buen seguro hallaría alguna cosa o idea interesante. Pero esto de escribir a mano (aun siendo algo extraordinario, como me recuerda el poeta Fernando Calvo García, o bien como nos dijera el genio Umbral) resulta una lata, porque los papeles acaban extraviándose (salvo que estuvieran en cuadernos a buen recaudo, algún cuaderno conservo, eso sí, pero no de Almería).
En todo caso (tirando de la memoria, de la memoria semántica, de la memoria sensorial, afectiva) puedo medio-reconstruir algunas vivencias, sobre todo impresiones y sensaciones, que me dejara Almería, la de aquella época, ya tan lejana y a la vez tan cercana en el tiempo. Como el hecho de haber podido adentrarme en sus calles y sus monumentos (no recuerdo grandes monumentos, ni falta que hace, sí en cambio sus cielos azules y su luz deslumbrante).
Playa de los Genoveses-Cabo de Gata |
Bueno, la Alcazaba es todo un monumento (antaño dejada de la mano del señor y de sus gobernantes). Ahora restaurada, con un rostro más aseado de cara al turisteo andante. Y sobre todo el hecho de haber podido visitar una gran parte de la provincia: Tabernas, Cabo de Gata, Níjar, Mojácar... Y lo mejor, conocer a gente estupenda. A la que ya no he vuelto a ver. Así es la vida. Y examinarme por libre en la Escuela Oficial de Idiomas, con buenos resultados, de los tres primeros cursos de Francés, de una sola tacada (habida cuenta de que tenía reciente este Idioma, después de haberme pasado unos años en tierras galas como Erasmus, Leonardo Da Vinci y aun profe de Español/castellano en más de un centro educativo).
La primera vez que escuché la palabra Almería debió de haber sido en boca de mi tocayo Manolo Escobar (al que en mi época de niñez se escuchaba mucho, era todo un icono musical en aquella España rancia y franquistoide).
Me cuentan (y hasta lo recuerdo) que me gustaba cantar (entonces apuntaba maneras de cantante, de músico, que queda mejor) canciones del tal Escobar, eso sí, siempre que los vecinos y vecinas (fundamentalmente quienes habían emigrado a países como Alemania o Francia...) me dieran alguna propinilla. Que los tiempos eran adversos, estrechos, de penuria. Aunque uno, tan infante, no sabía de la cruel realidad que sufría España.
San José |
También el amigo Chalton había hecho la mili (entonces, los mozos hacían el servicio por la patria) en Almería. Y me hablaba de sus peripecias en esta tierra. Ayer mismo, sin ir más lejos, nos encontrábamos en El Verdenal de Noceda (un sitio estupendo, sobre todo en verano, en su jardín) tomando unas cañas con otros amigos, Javi y Ana (antes también con Elsa la del médico Don Manuel). Y el bueno de Chalton (Jose Antonio) recordó Almería de pasada. Quizá eso haya sido el detonante para que me haya puesto manos a la obra.
En realidad, hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre Almería para este blog porque, después de mi temporada en su cielo, he podido visitarla en dos ocasiones. Una en torno a mediados de los dos mil. Tendría que hacer memoria. O revisar fotos y escritos. Y otra este mismo año, en el periodo vacacional de Semana Santa, que es una buena época para visitar Almería, pues hace o suele hacer buen clima. Pero no resulta asfixiante. En todo caso, tampoco recuerdo que en Almería, salvo en el interior (véase por ejemplo el desierto de Tabernas) el clima fuera muy caluroso.
En mi última y aún reciente visita a Almería (espero, en cualquier caso, que no sea la última), recorrí los lugares habituales (me gusta recorrer una y otra vez los sitios, ver de día lo que vi de noche, ver en primavera lo que viera en verano... como recomienda Saramago en su Viaje a Portugal). Y volví a Tabernas, al poblado. Un sitio con la magia suficiente para atraparte. Al menos por unas horas. Trepado a su castillo, desde donde contemplas la belleza del mundo. Y hacer que el Oeste al completo desfile por la retina de tu memoria. Desde las míticas pelis del maestro Ford hasta 800 balas de Álex de la Iglesia.
Poblado de Tabernas |
Desierto de Tabernas |
También, en este reciente y semanasantino viaje almeriense, regresé a Mojácar, ese pueblo inmaculado, blanquísimo, arracimado, piramidal, cual si se tratara de un pueblo marroquí, pongamos por caso Moulay Idriss (somos más árabes, más marroquíes de lo que creemos, aunque a menudo reneguemos de ellos, aunque alguna gente, carpetovetónicamente española, reniegue de sus orígenes árabes), un auténtico mirador hacia el mar, hacia el noroeste verde y arcilloso. Desde su atalaya dan ganas de salir volando. De lanzarse al vacío, eso sí, dispuesto a planear, a otear el paisaje desde las alturas. Volar como sueño recurrente de la infancia. Volar como un sueño. La verdad es que Mojácar requiere de algunas páginas.
Mojácar |
Y volví también al Cabo de Gata, en esta ocasión a San José y a la playa de los Genoveses (solitaria, sin gente, qué raro, lo cual se agradece, aunque de repente a uno le asaltaran algunos miedos, racionales, supongo, uno solo frente la inmensidad marina, será que me estoy haciendo mayor -vaya eufemismo-. O simplemente ya estoy entrando en la dimensión de la vejez, o la chochez). A veces, casi siempre, siempre, conviene reflexionar acerca del tiempo, de la edad, del paso efímero de nuestra vida... Siempre, siempre volvemos a lo mismo. Por eso a uno le gusta volver a los mismos sitios, incluso a aquellos donde uno logró ser feliz, estar a gusto y en paz. Ser feliz no resulta nada fácil. La felicidad como concepto metafísico. Quizá habría que practicar mucha filosofía estoica (hay que leer y releer a Marco Aurelio, por ejemplo) o mucho zen, o budismo... darse chapuzones en el Cabo de Gata, o lo que sea, con el fin de encontrarse en serenidad, de hallarse en un estado tranquilo..., que no entontecido. Porque uno debe vivir de claridades y lo más despierto posible, incluso soñando. A la mierda con los sueños y los silogismos. No podemos prescindir de los sueños, quizá tampoco de la razón, para no volvernos majaras perdidos.
Placa que recuerda a Valente en su casa-museo |
Me encantó darme un baño de luz, un baño curativo de luz y mar. De tiempo y belleza.
Mañana o pasado (en estos días, nomás) seguiré con Almería.
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