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viernes, 3 de agosto de 2018

Milano centrale

Vuelo desde el aeropuerto Adolfo Suárez Barajas al aeropuerto de Malpensa, que queda a más de 40 kilómetros de Milán. Volar es algo que me apasiona. Y en mi infancia, ya lo he contado alguna vez, soñaba a menudo con elevarme por el aire. Un sueño recurrente, que imagino también tendrán otros infantes (e infantas). 
A uno en verdad le gustaría hacerse cigüeña (tan presente en mi útero ahora) o pajarito para poder desplazarme con alas... de deseo por el mundo adelante. Y así surcar, acaso en un gesto lírico, los cielos de la tierra. 

Migrar adonde haya (haiga) una temperatura adecuada es siempre un alivio, aunque lo importante, como bien sabemos, es la temperatura afectiva. 
Tomarle la temperatura afectiva a una ciudad resulta un ejercicio extraordinario (los afectos, ay, son los que mueven el mundo. O eso quiero creer).
Lago de Como
Y me gustó tomársela a Milano, con sus gentes, sus barrios (como el bohemio y artístico de Brera), sus parques (como el Sempione, con su arco della Pace), sus monumentos (el bellísimo Duomo, ahora aseado en su fachada, en tiempos ennegrecida por la contaminación; curioso el monumento a la costura en piazzale Cadorna, grande, en todos los sentidos, el Teatro alla Scala, o el castillo Sforzesco, también Santa María delle Grazie, que alberga La última cena de Leonardo Da Vinci, y no llegué a ver, aunque sí lo hiciera en mi primera visita de hace 30 años), sus tranvías (lástima que en las ciudades de España no haya tranvías, salvo en alguna, como Valencia), sus galerías chic como la archifamosa Vittorio Emanuele II (con cafeterías históricas y tiendas superlujosas de las marcas Prada -no confundir con Prada A Tope-, Gucci, Vuitton...), sus plazas, sus canales (vaya descubrimiento, I Navigli, no sabía que en esta ciudad hubiera canales). Con todo su patrimonio cultural, artístico, en definitiva, que es mucho.
Leonardo Da Vinci
Aunque a menudo tenemos la imagen de una ciudad industrial, que lo es, puntera en diseño y moda, que lo es. Por eso (y por tantos motivos) recomiendo viajar, para situar las ciudades en los mapas, para conocerlas, al menos algo más y mejor, aunque necesitáramos muchos días, meses o años para conocer una ciudad de las dimensiones de Milano, en cuya área metropolitana viven más de siete millones de personas. 
Castello Sforzesco

Una ciudad con su encanto (la figura de Leonardo Da Vinci está muy presente, con Scuola, Liceo, Museo, estatua), si bien, en gran parte de su diseño o dibujo (me resulta chistosita esta palabra, después de que la emplearan a menudo los comentaristas en el reciente Mundial de Fútbol para referirse a cómo esta configurado un equipo), parece trazada a escuadra y cartabón, que nos hace recordar su pasado mussoliniano. 
No olvidemos que Milano llegó a ser Capital de la República de Saló, el último reducto del gobierno fascista. Esa bestial República de Saló que nos muestra Pasolini en la adaptación de la novela del marqués de Sade, Los 120 días de Sodoma. Película y novela que no dejan indiferente a nadie. 
Il Duomo

Ahora, la verdad, aunque está haciendo calor, también en Noceda del Bierzo, no es nada comparable al que sufriera durante mis días en Italia. Lo que no logro entender (seré corto de entendederas) es la maldita manía de que te enchufen aire acondicionado para dormir. Y en Milano parece que les encantara el aire acondicionado, tal malo para la salud, al menos para mi garganta, que se resiente al mínimo cambio climático, sobre todo si me meten este aire pernicioso, al que le tengo pánico. Con lo bien que se duerme en el útero de Gistredo, con el aire natural de la serranía. Y aun con cobija. Pues a la noche (y no digamos de madrugada) refresca que es una bendición. 
Galería Vittorio Emanuele II


Mi despegue, quiero decir el de mi boeing (qué pedante quedó esto), fue en Madrid Barajas, en concreto de la T2. Enorme este aeropuerto de la capital española, sobre todo si incluimos la T4, adonde llega el tren, por fortuna. Y arribé a la T1 de Milano-Malpensa.
Esta vez, para mi regodeo, me tocó ventanilla, lo que me permitió seguir, en un día harto despejado, el transcurso del vuelo desde el punto de origen al destino. Y puede ver con cierta nitidez, a pesar de la altura que toma el avión, todo lo que abajo va dejando a su paso. Me encantó sobrevolar los Alpes. Y ver la campiña milanesa, tan verde que parece Suiza o Inglaterra. 
I Navigli

Cabe recordar que Milano, la capital de la Lombardía, queda cerca de Suiza. Luego pude comprobarlo con mi visita al Lago de Como, belleza entrañada de romanticismo verde y azul, donde el paisaje me late suizo. 
En realidad, Milano se ubica en una llanura, entre los Alpes y los Apeninos. De repente, me viene a la mente Heidi y Marco (De los Apeninos a los Alpes, relato incluido en la novela Corazón, de Amicis). Singulares personajes de mi época infantil, de unas series televisivas con las que uno creciera feliz y dichoso. 
Milano Centrale

Desde el aeropuerto de Malpensa uno puede tomarse (agarrar, que dicen en México) un autobús que te lleva (por ocho euritos) a Milano Centrale, la monumental estación de trenes de esta ciudad, escenario que fuera por ejemplo de una película legendaria, Rocco e i suoi fratelli, de Visconti, que nos cuenta el drama de una familia del sur de Italia que emigra al norte industrializado de Milano. Siempre es un drama dejar tu tierra, tu terruño, para ir a vivir a otro lugar, aunque sea dentro del propio país, porque, una vez más, dejas tus afectos, tu paisaje, que es memoria. En el fondo, puedes llevarlos en tu corazón, pero no es lo mismo. Al igual que ocurre en España, la Italia del Sur se me hace diferente, al menos algo diferente, a la Italia del Norte, tan próxima a Francia, a Suiza, a Austria.
Arco della Pace

Rocco y sus hermanos es una extraordinaria película, con música del genio Nino Rota, conocido por bandas sonoras de películas del maestro Fellini y El padrino, de Coppola.  Por cierto, Nino Rota era milanés. Y la película de Visconti también llegó a rodarse, al menos alguna escena, en el Lago de Como (escenario por lo demás de diversas películas). 
La estación central de trenes de Milano se me antoja realmente espectacular. Y por supuesto, como casi todas las estaciones, un hervidero de buscavidas, sobre todo en el entorno más inmediato en el que sobresalen algunos rascacielos. Cual si se tratara de una urbe americana. No creo que llegue a ser peligrosa, porque hay mucho despliegue de policía, incluso de ejército (eso me pareció ver). Pero conviene andarse al quite y con mil ojos. Bueno, cuando uno viaja, debe hacerlo con sus cinco sentidos. Y aun más. 
Monumento a la costura

Algo de extra-sensorialidad, propiocepción, incluso algún curso de proxémica, siempre le vienen bien al viajero/turista para captar lo que se mueve a su alrededor. El lenguaje corporal, en todo caso, dice mucho más que cualquier palabra. Por fortuna. Por eso la comunicación real se puede dar y se da en toda la Tierra. La expresión universal de las emociones en el hombre y en los animales, que nos dijera Darwin. 
Desde Milano Centrale me encamino, vía metro o metropolitana, a la estación de Lambrate, la zona donde me alojo, con sus tiendas de barrio (frutas realmente baratas...), sus puestos de pizza al taglio, su ambiente popular, su aire de ciudad obrera. Algo alejado del centro histórico, de las tiendas y restaurantes de lujo, para moverse a pie, cerca de cinco kilómetros, lo cual no es impedimento para que este rompesuelas se disponga a patear sus vías y sus corsos, con el fin de familiarizarse con el entorno, con la ciudad, porque no hay nada mejor que caminar (muy bueno para la salud, dicen, eso me recomienda al menos mi enfermera Beatriz) para conocer un sitio. No obstante, si uno permanece durante unos días en una urbe de estas dimensiones conviene (así también se gana tiempo) desplazarse en sus diversos medios: tranvías, autobuses... 
Bosco verticale

Al final (aunque no sea muy futbolero, sólo en tiempos de Mundial) no me acerqué al Estadio San Siro. En cambio, sí puede conocer, gracias a la hospitalidad de una persona magnífica, el Bosco verticale o Bosque vertical, que es un complejo de rascacielos arbóreos. Una arquitectura singular, que atrae la atención de propios y extraños. Y nos devuelve a esa Naturaleza que nunca debiéramos haber abandonado, porque los seres humanos, en tanto que animales, gustamos de lo natural, de los árboles, de la vegetación, del verdor, de todo aquello que nos hace recordar nuestra selva/silva primigenia. Y en medio de una jungla encementada, de grandes edificios, siempre se agradece ese verde que te quiero verde. Y también levité trepándome a la terraza del Duomo, desde donde se tienen vistas estupendas de la ciudad. Y por supuesto recordé, subido al mirador de la catedral, Miracolo in Milano, de De Sica. Otra de las inolvidables películas, junto con El ladrón de bicicletas, de este grandísimo director y actor italiano. Incluso se me pasó por la cabeza lanzarme a volar. 
Volar, ay, me entusiasma. Ya lo había dicho. Volar como cigüeña (que ya no trae infantes ni infantas de París), volar como pajarito, volar como oscura golondrina becqueriana. 

Volar, como bruxas atropínicas subidas a sus escobas, al igual que hacen esos personajes que vemos en Milagro en Milán. Definitivamente, Milano è un miracolo. 


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