Texto/poema para Versos a Oliegos 2018
Aquel
día, bajo las aguas pantanosas de un delirio clorofórmico, desperté
sobresaltado, con lombrices en el intestino, en medio de un oleaje de
desconcierto y asfixia, con lombrices y estiércol mojado en los oídos.
¡Qué
alguien me ayude a salir de este embrollo, donde crecen las enredaderas
coaguladas de lo terrible! Necesito aire.
Aquel
día, bajo las aguas pantanosas de un desdoblamiento astral, amanecí empapado,
bajo el escalofrío hiriente de la anegación, y la monstruosa sensación de un
final cantado.
Aun
antes de adentrarme, aturdido, en la espiral biliosa de la incertidumbre,
reventé. Y mi orina azulada quedó esparcida en los bajos fondos de un horizonte
curvado. A veces los horizontes, como las ilusiones, se curvan en los espacios
abollados, donde los héroes y los mártires se revuelcan como cerdos en su
propia mierda.
Pantano de Bárcena |
Ni
héroe ni mártir, ¿quién me mandaría revolcarme en mi propio fango?, me retumba
el subconsciente, que comienza a pudrirse. ¿Y quién les mandaría a esos otros
marranos inundarme con sus delirios megalomaníacos?
Aquel
día, maldito sea, escuché colores violáceos que me devolvieron a un espacio del
que brotaban, como un manantial ferruginoso, la soledad y la estulticia.
El
tiempo se quebró, haciéndose añicos en su contacto licuado y mineral con la
tierra, con las plantas, con los matorrales.
Bárcena |
¡Qué
alguien me ayude a salir de este laberinto, donde crece la roña coagulada de lo
terrible! Necesito aire.
Aquel
día, bajo las aguas pantanosas de un delirio clorofórmico, vislumbré un campo
de amapolas vibrando al compás de una armonía. A veces las amapolas colorean
nuestra mente con su ritmo frenético. Y nos invitan a bailar como almas en pena
implorando socorro.
En
cambio, no logré escuchar el sonido metálico de mis ojos rebotando contra el
pasto. Mis ojos oxidados, mi corazón oxidado. Mi alma carcomida, ay.
Amapolas en Noceda |
Aquel
día, bajo las aguas pantanosas de un desdoblamiento astral, desperté
sobresaltado, con lombrices en el intestino, en medio de un oleaje de
desconcierto y asfixia, con lombrices y estiércol mojado en los oídos.
Atragantado
por el lodo pedregoso de un ramaje entrampado, me dispuse a vomitar hasta la
última tristeza, mientras mi silueta se desplomaba hacia el abismo misterioso
de lo enloquecedor.
¿Quién
me mandaría despertarme aquel día bajo las aguas mohosas de un delirio astral y
clorofórmico?
La
última mueca, con su burlona coquetería, me acecha tras la espesura
inundada de la desolación. Necesito aire.
Creo
que hace minutos que dejé de respirar.
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