A partir de ahora, quizá sería buena idea acercarme al menos una vez por año (aunque fuera nomás un fin de semana, para seguir saboreándola) porque Roma es un universo de belleza, de historia milenaria, un espacio de arte y naturaleza, un museo al aire libre, con su colorido vistoso y llamativo, con sus colores terrosos, carnales, con su sabor a capuccino y a pizza al taglio, con sus feromonas de hembra o loba (ahí reside su fundación, aseguran algunos) capaz de amamantar a dos seres humanos, Rómulo y Remo, porque Roma es una loba que aúlla en noches en que la luna se vuelve del color de la sangre (me tocó el reciente eclipse lunar, aunque no tuviera la ocasión de verlo desde Roma Termini, donde estaba alojado). Y sus aullidos nos sobrecogen, erizándonos todos los huesitos de la alegría, los huesitos milenarios de la intra-historia. Somos hijos de este aullido.
Santa María Maggiore |
Roma Termini (sobre la que hablaré largo y tendido), Roma Tiburtina (adonde llegara en bus, Flexibus, desde Villa Costanza, en Firenze), Roma ostiense (el puerto de Ostia, que visitara en alguna ocasión, queda cerca), la Roma de las colinas (siete como siete soles), la Roma cinematográfica (Cinecittà, que también tuviera la ocasión de visitar en un anterior viaje, es una ciudad entera, aunque desde que Fellini nos dejara, ya nada es igual, sobre esta Roma hablaré acaso en otro post),
Isla Tiberina |
Pirámide Cestia |
Piazza Spagna |
Esa piazza Spagna que tanto atrae a unos y otros, visitantes de todo el orbe, dispuestos a contemplar el mundo (o escuchar a algún músico callejero, me encantó escuchar a un jovencito violinista, de origen rumano) desde las escalinatas que trepan hasta Trinità del Monti.
Se dice que quien no ha visto Lisboa (capital que visitara a principios de este año, y sobre la que algo contaré en algún momento) no ha visto cosa boa. Pues quien no haya visto Roma, tan bulliciosa y caótica, y sin embargo tan enrollada, que exhala tan buenas vibraciones, se pierde la matriz, la esencia de quienes somos, se pierde sin duda nuestra cultura, nuestra historia, nuestra matria-loba, porque Roma es en verdad nuestra matria, quien nos ha nutrido con su leche, con su agua (abundante y fresquita en sus muchísimas fuentes).
Joven violinista en Piazza Spagna |
Me alojo en Roma Termini, como ya había adelantado, una zona muy animada, con una extraordinaria oferta hotelera. Con muchos restaurantes y cafeterías (como el bar Fondi, en Vía Magenta) donde poder echarse un bocado y un trago. Se consiguen hoteles a precios realmente asequibles, a sabiendas de que Roma no es una ciudad barata. Como curiosidad o anécdota, en el Stromboli me dejaban el cuarto a cuarenta euritos, después de que una recepcionista con aspecto asiático me dijera que costaba 130 euros la noche.
Fontana en Trastever |
Roma Termini, espectacular estación de trenes, en la que hay mucho trasiego de viajeros y buscavidas (aunque no llega a resultar peligrosa la zona, por el despliegue, una vez más, de policía, tienen que cuidar a los pobres turistas de las garras de los desalmados) es digamos mi campamento, desde donde emprendo camino hacia el resto de vías romanas (o las diferentes Romas, de las que he hablado), porque todos los caminos conducen al mismo sitio: Roma.
Foro |
Sin llegar a obsesionarse, ni mucho menos, aunque con el ojo siempre atento, tampoco uno debe fiarse mucho de alguna gente, que se te podría ofrecer para ayudarte a sacar billete en las muchas máquinas expendedoras que existen en la estación de trenes, porque ahí podrías llevarte la sorpresita. Máquinas magníficas, que te evitan de hacer largas colas para sacar billete.
Roma Termini, que es en verdad una zona con mucha vida, día y noche (diría que nunca duerme) me hace pensar de un modo inevitable en la película de Vittorio de Sica. Aunque esa Roma Termini no sea la actual. Circo Máximo |
Desde esta parte de la ciudad emprendo ruta por diferentes lugares en un afán de querer abarcar/domesticar cuanto antes la ciudad, al menos el centro histórico, que es inmenso, casi todo, todo es historia, por cualquier sitio que uno camine, por encima y aun por debajo.
Se puede uno pasar el día recorriendo espacios, quedándose maravillado a cada paso. La vía Cavour me lleva a la basílica de Santa María Maggiore (acaso la más grande de las dedicadas al culto mariano, mi ateísmo, tal vez revolucionario, no me impide admirarla, antes al contrario, porque me entusiasma su estética. Y sobre gustos hay mucho escrito).
La vía Cavour, por la que continúo caminando, se prolonga hasta llegar al Foro (y aquí es donde me revienta el cerebro, acaso tratando de reconstruirlo).
El Coliseo y el Circo Máximo me dejan literalmente noqueado. Uno puede pasarse las horas muertas (no tanto, que el calor aprieta infernal) contemplando su belleza arquitectónica, sus diseño, el verdor del Circo Máximo (cuya extensión permitiría construir un colosal estadio de fútbol, dios ni diosa lo quieran).
Con una sed que mete miedo, bajo un sol justiciero, en un afán por alejarme del turisteo andante y sonante, camino como puedo en busca de sombra y algo que echarme al gaznate, hasta que, pasito a pasito, encuentro un posto que tiene helados, granita... Y sin pensarlo ni un instante me abalanzo sobre la granita, de limón, que yo mismo me sirvo. Me sabe a gloria bendita. ¿Y cómo sabe esta gloria? Una rapazona, que escucha música latina, música española, me cobra el granizado. Es la regente. Aunque el local pareciera estar a su libre valer. Es un decir. Me estoy dando cuenta de que a este paso pasito no llegaré a buen puerto. Por detenerme. Y también por entrar en detalles de esta narración. A este paso seguro que no llego al Vaticano. En realidad, tampoco se trata de una maratón. Sólo de situarme en el mapa. Con el mapa en la mano. Después del descanso y la bebida congelada (ya me duelen los pies, se me cuece la sesera y hasta me roza el alma) prosigo ruta a la vera del río Tíber, que me procura sombra.
Y me permite contemplar el fluir de este río histórico, con su isola/isla. Antes, lo había olvidado, me topo, casi sin querer, con la Boca de la Verdad/Bocca della verità (situada en una pared de la iglesia de Santa María in Cosmedin), que está atestada de gente, haciendo cola para introducir la manita en la susodicha boca, tal vez para redimirse de algún pecado. Quien esté libre de pecado (que poco me gusta este término, se nota que no soy muy religioso, aunque la cristiandad romana guíe por las sendas del Señor) que tire la primera piedra. Ahí va un cantito rodado al Tíber. Y si ahora me diera por adentrarme en el Trastévere, pues venga. Adelante. Vayamos a reencontrarnos con el espíritu del poeta Alberti. O a tomar algo en una trattoria. O echar un trago de agua en una de sus muchas fontanas. O reposar un rato en la piazza de Santa María in Trastévere. La tarde se echa encima. El tiempo no da para más. O sí. Aún puedo continuar hasta el Castello de Sant'Angelo, que no queda tan a desmano. O sí. La voz de mi subconsciencia me martillea, a resultas del calor y la fatiga, tal vez. Llegaré a Sant'Angelo. No se trata de recorrer Roma en un día, al menos lo esencial. Y qué es lo esencial. Si Roma necesita de un año intenso para recorrerla, palmo a palmo, día a día. Un año, dos... una eternidad. Acuérdate de que es una ciudad eterna. Pero tú eres efímero, como una flor marchita.
Giordano Bruno en Campo dei Fiori |
¿Pero no habías quedado de pasearte por Campo dei Fiori? En otro momento. Ya te religarás con la figura de Giordano Bruno, que fue quemado en esta plaza de las flores por decir una verdad como un templo. Adonde ya no vas a llegar hoy es a la piazza del Popolo. Otro día. Esa plaza que aparece en El vientre del arquitecto, de Greenaway. Esa película te mató. Una belleza con una historia terrible. ¿Cómo se puede uno enfermar y morir en Roma, si Roma es amor, es puro Eros disparando flechas al corazón de la Eternidad? Podrías aparcar, al menos por el momento, tu delirio alucinatorio, tu desdoblamiento.
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Pues eso, que continúas rumbo a tu morada, en Roma Termini. Cae la tarde. Pero tú continúas caminando. Aún te quedan fuerzas. Ánimo. En el camino, en dirección a Roma Termini, puedes acercarte a la piazza Navona (no me digas que ahora comienza la truena, esto es la tormenta). Te vas a empapar. Con el bochornazo que hacía. Te vendrá bien algo de lluvia. Arrecia fuerte. Y aunque un vendedor ambulante te hace con un paragüitas, luego de un regateo (parece que estuvieras en Marruecos), te tienes que guarecer, al amparo de las palapas de un restaurante. Hasta que escampe. Entonces, coges el pendín (eso se dice en mi pueblo, pero creo que se entiende) hasta arribar al Panteón (aquí vuelves a rememorar El vientre del arquitecto. Y te quedas extasiado). Hasta te permites el lujo de tomar algunas fotos, que de noche no salen todo lo bien que quisieras, porque para fotografía nocturna deberías ir preparado.
Estás viendo demasiadas cosas. Y eso que decías que viajar no es ver, al menos no es sólo ver, sino sentir. Y qué sientes. Cuáles son tus emociones. No te gustaría llorar de alegría. O prefieres dejarte sorprender. Estás demasiado cansado para sentir. Pero, ahora que lo rememoras, te sentiste como si hubieras contemplado esa imagen por primera vez. Con la inocencia infantil de quien descubriera el mundo. Tienes que volver a mirar. Remirar y repensar el mundo. Te has puesto filosófico. Y ahora no te para nadie. Ni tú mismo. Anda, déjate de bobadas. Y sigue caminando por los caminos de Roma, de esta ciudad que son muchas ciudades, de esta historia que forma parte de la Humanidad, de tu cultura, de tu modo de estar y ser en el mundo. La fontana de Trevi no te queda lejos, además tienes que continuar hasta Roma Termini, tu destino, salvo que quieras quedarte a dormir al sereno, al raso del cielo romano, ahora despejado, después del tormentón. Ya se sabe que después de la tormenta llega la calma. Antes, cruzarás por donde se halla el templo Adriano.
La fontana de Trevi, tan cinematográfica, tan atestada de turistas, dispuestos a fotografiar el monumento y tirar la moneda de turno al agua, te espera, para abrazarte con su sonrisa, quizá con la llamada de Anita Ekberg: come here. Has visto demasiadas películas. Y eso te ha trastocado. Como a Don Quijote le trastocara la lectura de los libros de caballerías. La dolce vita, aun siendo una película del maestro Fellini, de tu maestro, no es ni mucho menos tu preferida. tu preferida quizá sea Amarcord (amore e ricordo). Pero la escena rodada en la fontana de Trevi, con la Ekberg duchándose en sus aguas como una Afrodita contemporánea, se ha quedado grabada a fuego en la retina de tu subconsciente, que te sigue susurrando palabras amables. Aún te falta un trecho para llegar a tu destino, pero llegarás, antes o después.
Tumba de Gramci |
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