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jueves, 2 de agosto de 2018

Italia en el corazón

Regreso al útero gistredense, después de varios días de asueto (mejor dicho, de tralla) en Italia, y me encuentro con la trama chanchullera que se traen entre manos el alcalde de León y el 'jefesito' del Diario (para el que tantas colaboraciones hiciera) y aun de otros medios de comunicación. 
De repente, salvando algunas distancias, me hace pensar en el magnate milanés Berlusconi, il cavaliere (quien por lo demás tiene gran parecido físico con Mussolini). 
Milán o Milano como punto de llegada. Y espacio que me acoge con hospitalidad, con afecto. El aeropuerto de Malpensa me espera. Pero esto quedará para una próxima entrega. 
Una pena, que en este país de paisitos la mafia (para que luego digan de nuestra hermana Italia) campe a sus anchas por doquier. Lo que uno se plantea es cómo puede salir a flote nuestra piel de toro tendida bocabajo, cara al sol, con tanto estafador y trapalleiro, con tanto corrupto y desvergonzado. Si es que ni se miden estos güeyes. 
Regreso a mi remanso de paz, de tranquilidad, a mi huerto epicúreo, en busca de retiro acaso espiritual, quizá en busca de ansiadas vacaciones, luego de trotar como un burro (caballo percherón, tal vez queda mejor) por las vías que conducen a Roma, porque dice el sentir común que todos los caminos y senderos del Señor conducen a la Ciudad Eterna, la bella y colorida capital italiana. 
Coliseo
Todo viaje acaba siendo en verdad al interior de uno mismo. Y este también lo ha sido. Un voyage au bout de la nuit, por decirlo a lo Céline. Viajar para reencontrarse con uno mismo. Viajar para darse cuenta dónde estamos parados (como dicen en Hispano-américa, nuestra tierra prometida), porque viajar, cada día lo tengo más claro, es sentir, sentirlo todo de todas las maneras posibles. Y sirve, por supuesto, para reflexionar, para analizar la realidad o realidades, con las que uno se confronta. 
Análisis y síntesis son las actividades u operaciones básicas a la hora de entender en qué mundo vivimos, quiénes somos, de dónde venimos y hacia donde caminamos. Siempre por las veredas que conducen a Roma (creo que esto ya lo había dicho, pero me gusta como retahíla, como letanía ora pro nobis). 
Por cierto, que en esta ocasión el Vaticano se me apareció en lontananza, como difuminado en medio de una calima bochornosa. Exhausto de tanto caminar por Roma (menos mal que hay fuentes por todos lados, que ayudan a refrescarte, di con mis huesos frailescos en el Castello de Sant' Angelo (el mausoleo de Adriano, como me recuerda mi amigo Javi), quedándome pasmado ante tamaña belleza, cual si experimentara el síndrome de Stendhal en Firenze, sin lograr dar ni un pasito más en busca del incienso católico, de la Roma beata, del Papa Francisco...
Castello Sant'Angelo

En todo caso, cabe recordar que un día logré tocar con mi dedo índice (de la derecha) la capilla Sixtina cual si estuviera haciendo el ET en una peli de marcianos. Pero esto fue otrora. Y daría también para otra entrega.  
Viajar en definitiva no es ver, al menos no es sólo ver, pues, si tal fuera, bastaría con adentrarse en lo virtual, que no huele ni tiene sabor, ni siquiera tacto. Ver y ver, aprisa y corriendo, para acabar no viendo nada, para terminar no sintiendo nada, saboreando niente, para que uno quede saturado, con el ruido informativo en su testa, sin entender una miajita. 
No es la primera vez que me aproximo a Italia (el pasado año recuerdo haber estado recorriendo Sicilia) y espero que no sea la última vez. Aunque uno no sabe a ciencia cierta (el azar domina nuestras vidas) cuando llegará el final, por eso conviene vivir cada instante cual si fuera el último. Carpe Diem. Vivimos cuatro días. Y de prestado. Eso lo sabemos cuando ya hemos superado el medio siglo, que se dice pronto. Quizá uno lo sabía hace años. Y todo transcurre veloz (veloce, me encanta este término en italiano, me gustaría incorporarlo a la lengua española y usarlo tal cual). Todo resulta fugaz, efímero. Fugaces lágrimas de San Lorenzo. Porque la vida es algo que pasa mientras uno está entretenido en otras cosas (Lennon dixit). 
El Duomo de Milán

Creo que Italia fue el primer país extranjero (me suena raro este palabro, pero lo dejaré) que visité, hace ahora treinta años. Durante aquel viaje (Venecia me dejó noqueado, con sus góndolas fúnebres, su decadencia y su olor a cloaca... entonces quizá no había leído Muerte en Venecia. Y a lo mejor ni había visto el film homónimo de Visconti... El Duomo de Milán me cautivó...) recuerdo que mi padre estuvo a punto de irse al otro mundo porque le había reventado una úlcera, de lo que me enteré nomás a mi regreso. Al menos pudo contarlo. Y yo verlo, por fortuna. Hoy, en cambio, ya no está, lo que me procura una gran nostalgia. A lo mejor es que soy de natural nostálgico.  
Via Veneto

A lo largo de estos años he tenido la ocasión y las ganas de acercarme a Italia en varias ocasiones. Por tanto, es uno de mis mapas afectivos. En el fondo, he crecido con su cultura, a través de su música pero sobre todo mediante su cine. El neorrealismo de Fellini, Visconti, De Sica, Rossellini, Pasolini me sigue pareciendo el mejor del mundo. Fellini, a quien lloré su muerte, es un maestro, un padre espiritual. La strada, Las noches de Cabiria... me entusiasman. Amarcord (que va más allá del neorrealismo) me sigue haciendo soñar. Amarcord es un universo. Cinecittà sin él ya no es la misma. Roma, sin Fellini, tampoco es la misma. Via Veneto, donde figura una plaquita que lo recuerda, tampoco es la que fuera durante el rodaje de La dolce vita, película que tanto inspirara a Sorrentino para filmar La grande bellezza. 
Panorámica de Milán desde el Duomo

Italia es país al que viajo encantado porque encuentro muchas similitudes con mi país, il mio paese (que en realidad sería mi propio pueblo). Somos países hermanos, siamo fratelli, la comunicación es estupenda, las costumbres parecidas, la forma de estar en la vida se me antoja similar. A veces uno se olvida de que está en Italia. En el fondo (no me cansaré de decirlo) somos más perecidos de lo que creemos.No sólo con Italia, sino con otros países y lugares en el mundo. Por eso, me entran náuseas cada vez que escucho hablar de nacionalismos. Vivimos, además, en un mundo globalizado, para bien o para mal, aunque también sea cierto que lo que está globalizada sobre todo es la miseria (el mundo en general está hecho un asquito, mientras unos pocos viven como reyes, y lo seguirán haciendo, porque nadie le pone el cascabel al gato).
Lago de Como
La ignorancia, el miedo y las castas nos tienen sometidos, subyugados. 

Me entusiasma volver a Italia, una y otra vez, sobre todo a Roma, que es un lugar impregnado de belleza, de vida, de arte, con tanta historia que a uno le revienta el cerebro. 
Pero también me gustó recorrer Milano, el lago de Como, Firenze, Arezzo (La vita è bella). 

1 comentario:

  1. Amigo Manuel, leerte es tocar por un instante esas tierras globales del mediterráneo que tanto nos retratan y nos identifican...hasta como tu bien dices en el entramado o las tramas mafioso-corporativas de reyezuelos que crece a expensas de subvenciones y todo tipo de prebendas y entresijos de guante blanco...
    Un abrazo

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