María José Prieto (blusa roja) y Daniel Higinio (a la derecha) en Noceda |
Autora de un libro ingenioso, magnífico, titulado Hubo una vez un instituto (sobre sus andanzas como profesora), estuvo recientemente en Noceda con su marido Julián. Y me alegró volver a verlos, después de que estuvieran el pasado año en el Octavo Encuentro Literario que hacemos en el útero de Gistredo. Un placer, siempre, reencontrarse con la buena gente. Cada día me gusta más la buena gente. Y me alegro dar un paseo con ellos por las veredas de mi pueblo, siguiendo la senda de la ruta de las fuentes medicinales, tomando altura para apreciar en su conjunto el verde valle nocendense, qué verde era mi valle, más verde que nunca lo recuerdo en pleno verano. Se nota que este año ha caído bastante agua del cielo, el maná. El agua como bien esencial. Por el momento, aún podemos gozar de este elemento vital. Incluso podríamos llegar a embotellar agua, purísima, para quienes lo deseen.
Vaya aquí el prólogo sobre este poemario de María José, que os recomiendo, por supuesto.
Autora de algunos libros
de relatos y una estupenda novela titulada Había
una vez un instituto, María José Prieto es asimismo poeta. Y ahora nos
ofrece este poemario, en el que está presente, en todo su esplendor, la
naturaleza, “la verde natura de brisa y floresta/ Con su voz de
colores y cándido olor”, por decirlo con su verbo lírico.
Esa naturaleza con la
que se funde la poeta, “muchas veces quisiera ser rosa encantada/ Y sentir la alegría del ser natural”, para mostrarnos
su propio universo, que también es el nuestro,
esa naturaleza que tanta importancia tiene en nuestras
vidas, aunque el devenir apresurado, ruidoso y artificial que llevamos en las
ciudades, sobre todo en las grandes urbes, como Madrid (donde vive María José) no
nos permita apreciar en su justa medida su gran valor, con sus aromas y sus
colores, y quizá con el suave tacto de sus entrañas, esa naturaleza que nos
ayuda a respirar y a sonreír, que es vida en estado puro, como vida debe
contener la poesía, un hábitat que nunca deberíamos haber abandonado.
Sus versos a este
respecto son clarividentes: “Natura se aleja del hombre y del
mundo/ Y es sustituida por gran artificio/ Que el humano cree que es el bien
profundo”.
Tal vez por todo eso,
María José Prieto, que lleva en su sangre la naturaleza, canta a los árboles,
los prados, los ríos y las fuentes (el agua), el sol, los pájaros, las vacas,
las ranas, las mariposas… de viento… a los que dedica versos y poemas siempre
bellos, con esa belleza que nos religa con un mundo mejor, más habitable.
La lectura y aun
relectura de Nostalgia y espiritualidad
nos procura serenidad, esa templanza o ataraxia
que tanto desearan los filósofos estoicos como una forma de vida, como un estar
en el mundo. Y en este sentido, María José, con su hacer poético, con su mirada
nostálgica y espiritual, nos devuelve a un mundo lleno de belleza y armonía.
“Ya todo transcurre con silencio y calma, / Ya todo discurre con sueño y
nostalgia”.
Acaso sea la belleza, la
belleza que engendra amor, la única protesta que merece la pena en este
asqueroso mundo, como nos dijera el periodista Ramón Trecet en aquel inolvidable
y maravilloso programa de radio, Diálogos
3 (RNE, Radio 3), en el que además nos descubriera otro tipo de músicas,
otras músicas posibles.
La música, arte sublime,
tan emparentada con la poesía, que tanto nos acerca, con sus ritmos, a la
belleza. Esa musicalidad que percibimos
también en los versos de María José, como los que le dedica al viento: “La
vida pasa como el viento… Como fluye el viento, como fluye el río”, o bien al silencio: “Ya cantan las ranas canciones eternas, /
Canciones que evocan mundos de otros tiempos…”. El silencio, ay, tan esencial
en estos tiempos de infarto.
Resultan balsámicos los
poemas de Nostalgia y espiritualidad
porque nos invitan a volar como los pájaros, a imaginar otros mundos, poblados
asimismo por ninfas doradas, ninfas saltarinas, duendes de plata, duendes de
seda, duendes de nostalgia, genios de fantasía y de tristeza, genios azules, y hadas de blancos vestidos y de cara
soñadora, hadas blancas de los días de verano, hadas del viento, hadas del
silencio… Toda una galería de seres fantásticos y mitológicos que nos hacen
soñar, incluso despiertos.
Hay en su poemario una
añoranza, una nostalgia por una época que fue, por un tiempo (el tiempo como
constante universal en la poesía) que ya no volverá, una morriña por aquellos
duendes que poblaban sus años juveniles, que ya no existen en su horizonte crepuscular, una nostalgia por su
infancia, por aquella “niña de oro y diamante”, por su pueblo leonés, Santa
Marina del Rey (al que dedica algunos poemas), el pueblo de sus ancestros y de
su niñez, al que retorna cada verano: “Pueblo verde / Verde tierra… Santa
Marina, tu tierra, de romances y
baladas/ De canciones populares/ De risueños cuentos de hadas/ Es
eterna, porque eternos/ Son tus días en
mis lares”.
En su universo paradisíaco
también tiene cabida la catedral de León, esa ciudad que es arte, historia y
vida, según ella. Una capital con sabor antiguo, “pequeño vergel y remanso de tranquilidad”, que la traslada
a otras épocas. Y que a través de la poesía logra revivirlas.
Almería desde la Alcazaba |
Y aun otros pueblos y
ciudades como Carrión de los Condes o Almería, que son sus espacios afectivos
porque en ellos llegó a residir en su época como docente.
El verano, “la estación total… el único
trasunto posible del paraíso perdido”, como escribiera el genio Umbral
en Mortal y rosa; la primavera: esperanza, que brota con vida en el alma,
el otoño, el invierno/La Navidad, tan presentes en esta obra de María José
Prieto, impregnarán a buen seguro vuestros sentidos.
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