Querida amiga y compañera de tantas charlas -a la luz tal vez sagrada de alguna media luna donde habita “la penumbra de las moras”-, después de leer y aun releer tu poemario, siento un escalofrío que me recorre todos los entresijos de las entrañas.
Como emergida de las tinieblas, y quizá guiada tanto por la imaginación como por el pensamiento, inicias tu “Indestructible” con la oscuridad del aullido del mundo… y Una muerte joven estrena vestido, lo que nos remite a una atmósfera gótica, que se cierra, de un modo casi circular, con la muerte es una lluvia silenciosa, incesante y necesaria. Pero todo era, es, y será siempre fuego, donde arderemos, quizá aquellos que aún necesitamos quemarnos en el fuego sagrado de las ilusiones, para resurgir de las cenizas heridas, y luego emprender un vuelo de éxtasis, más allá incluso de nuestro propio olvido. Más allá, siempre, del horizonte circular, en el que mecemos nuestro cuerpo en una danza tribal y sabrosa, enroscados al fin a nuestros sueños.
Con tus versos logras, Ester, adentrarnos en un universo poblado por toda una suerte de animalitos, algunos “que huyen y gritan” (arañas, ratas, golondrinas visionarias, hormigas abrasadas, cuervos, buitres, murciélagos, caracoles -el país de los caracoles, acaso como Alicia en el país de las desdichas-, lobos entre los girasoles, corzos, cucarachas bajo los azulejos desconchados, peces musicales, corceles azules, vacas enamoradas, alguna lagartija de jade y aun alguna loba solitaria)… pequeños o grandes dioses y diosas, con los que logramos religarnos a pesar de ser unos descreídos, porque la tristeza, la enfermedad y la muerte impregnan todo tu libro, como la vida misma, “¿cómo impedir que la muerte venga…?”, te preguntas, mas esto no es obstáculo para que, a través de tus palabras, cuya luz enciende el mundo, cabalguemos “hacia el sueño y nuestra desnuda inocencia”, que acaso nos permita ver el mundo con una mirada de asombro, una mirada lírica hacia “las estrellas que abrazan el infinito” o un “sur de golondrinas y desiertos”.
Sí, Ester, como “hijos de la luz y de la rabia”, seguiremos habitando lo indestructible, mientras amasamos el pan con nuestras palabras.
El rojo sagrado y el azul intemporal como colores que tal vez nos ayuden, al menos nos inviten, a “¿cómo sembrar ternura?”. La amistad y la ternura.
“Lo que borda la ternura sobre los valles del Bierzo”, que escribió el maestro Juan Carlos Mestre.
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