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viernes, 2 de abril de 2010

Mescalina, mon amour

La mescalina es un alcaloide de origen vegetal con propiedades psicodélicas y alucinógenas, que se encuentra en el peyote o botón de mescal (del náhuatl peyotl o pequeño cactus sin espinas, que se encuentra en Texas, Nuevo México y en México) y en otras cactáceas como el San Pedro o Sampedro. Y que los indígenas americanos han empleado sobre todo en ceremoniales religiosos para entrar en contacto con su divinidad: el propio peyote, como es el caso, por ejemplo, de los Tarahumara (a los que Artaud les dedica todo un libro) o bien de los huichol o huicholes.

La mescalina está emparentada estructuralmente con la noradrenalina o norepinefrina, a la que se atribuyen funciones decisivas en el mantenimiento de la vigilia, la regulación del humor y el mecanismo cerebral de gratificación.

Sus efectos, al igual que ocurre con el ácido lisérgico (LSD), varían en función del estado de ánimo, las expectativas y el entorno del consumidor, y van desde visiones espectaculares y alucinaciones hasta distorsiones espacio-temporales y aun alteraciones corporales.

Su deslumbrante capacidad para suscitar visiones, también logra producir las más fantásticas mezclas de forma y color. Tras una primera fase -que suele ser de euforia- sobreviene un período de serenidad mental y meditación.

No obstante, conviene señalar que el consumidor también puede sufrir "malos viajes" con accesos de pánico en su excursión psíquica por mundos insospechados, que pueden ser parados casi en seco con tranquilizantes, sobre todo con Benzodiacepinas.

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