Desde hace un tiempo estoy repasando la filmografía del cineasta serbio Emir Kusturica, al menos una parte, entre la cual se halla El tiempo de los gitanos (1988), película que ganó en el Festival de Cine de Cannes de 1989 el Premio al Mejor Director. Además, la película fue nominada a la Palma de Oro y como Mejor Película Extranjera en los Premios César 1990 en Francia.
Kusturica, quien fuera alumno del gran Milos Forman en la FAMU de Praga (con la que llegamos a establecer convenio cuando existía la ex Escuela de cine de Ponferrada), es un cineasta que podríamos incluir dentro del llamado realismo mágico, donde los sueños, la magia y la realidad se mezclan y se confunden. El realismo mágico tiene su origen en los pintores surrealistas y expresionistas, entre ellos Marc Chagall, que pintaban objetos ordinarios con ojos de asombro, que contemplaban la realidad como fuera por primera vez, con su mirada mágica, como también hacen los niños, las niñas.
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Kusturica en Coruña. Foto: Cuenya |
El tiempo de los gitanos es un homenaje a la forma de vida de los zíngaros de la antigua Yugoslavia, con sus miserias y sus alegrías, donde la cruda realidad aparece tratada de un modo poético, como una fábula, y la fiesta, el folclore zíngaro y la música nos sacuden las entrañas ya desde el comienzo de la película. Me atrevería a decir que las cintas de Kusturica, también El Tiempo de los gitanos, es cine puro, en el sentido de que está fundamentado en el ritmo visual, como la música, porque música y cine son afines.
Esta película es como una sinfonía visual hecha de imágenes rítmicas, donde el ritmo actúa como significante por sí mismo. Asistimos por tanto a impresiones visuales como emoción pura.
En todo caso, El tiempo de los gitanos también nos narra una historia, la pérdida de la inocencia de Perhan (encarnado de modo magistral por Davor Dujmovic), un joven gitano que vive en un arrabal de chabolas de Sarajevo con su abuela Khaditza (Ljubica Adzovic), de la que ha heredado poderes telequinésicos, con un tío medio loco y jugador (Merdzan, interpretado por el actor Bora Todorovic), y con su hermana Danira (Elvira Sali), enferma de osteomielitis.
En realidad, esta película nos cuenta una conmovedora historia de amor, porque Perhan se enamora de la bella Azra (Sinolicka Trpkova), aunque es despreciado por la madre de la chica por considerarlo pobre.
Desafortunadamente, Perhan acabará degradándose y cayendo en el abismo, con el descenso al infierno en su viaje a Milán (Italia), al verse envuelto en una trama de delincuencia que dirige Ahmed (Bora Todorovic), un mafioso explotador de menores que se apropia de los dos hermanos, Perhan y Danira, con la excusa de dejar a la niña en un hospital para que sea tratada de su cojera.
Cuando la vi por primera vez esta película me quedé literalmente flipado con la misma. Y, ahora que he vuelto a verla, me resulta realmente delirante, alucinógena, no tanto por lo que nos cuenta, que también, sino por cómo lo cuenta, porque el estilo de Kusturica es único, aunque se noten sus influencias cinematográficas, entre ellas, el cine del maestro Fellini. No en vano, a Kusturica se le ha llamado el Fellini de los Balcanes. Y Fellini es uno de mis cineastas preferidos. Y Amarcord una película que me ha dejado una huella emocional imborrable.Además de sus películas como director de Papá está en viaje de negocios (1985), Underground (1995), Gato negro, gato blanco (1998), La vida es un milagro (2004) -o Tiempo de los gitanos-, Kusturica es actor y músico, al que tuve la ocasión de ver hace dos años en concierto en Coruña con su banda de música la No smoking orchestra. Un fenómeno, el tío, al que le entusiasma Pancho Villa y México, además del fútbol y Maradona.
Cineasta reconocido y galardonado en los principales festivales de cine, El tiempo de los gitanos me parece una obra de arte, con una banda sonora inolvidable debida Goran Bregovic, excelente compositor (al que también he podido escuchar en concierto en más de una ocasión), que en tiempos fuera amigo de Kusturica hasta que desgraciadamente se pelearon y se rompió la relación entre ambos. Esa comunión sagrada entre las imágenes de Kusturica y la música de Bregovic nos hace pensar asimismo en Fellini y Nino Rota.
https://cuenya.blogspot.com/2010/03/goran-bregovic.html
https://cuenya.blogspot.com/2017/10/goran-bregovic-en-lugo.html
Concebida como una película onírica y surrealista, El tiempo de los gitanos me recuerda en cierto modo a Amarcord, con personajes esperpénticos, como ese del inicio que mira a cámara, histriónicos... algunos entrañables (como la abuela Khaditza), y secuencias de humor absurdo y también grotesco, alguna de las cuales parece sacada de una película de Chaplin (véase La quimera del oro), como cuando Merdzan levanta la vivienda de la familia (atando el techo con una cuerda de la que tira con una vieja furgoneta) dejando la casa suspendida en el aire y a la abuela y sus dos nietos a la intemperie -la imagen de la abuela Khaditza explicando a la pequeña Danira un bello cuento bajo la intensa lluvia es estremecedor, o bien el intento de suicidio de Perhan, ahorcándose con la cuerda de un viejo campanario y haciendo repicar las campanas en plena noche. A este respecto cabe rememorar que Davor Dujmovic (actor que encarna el personaje de Perhan, y aparece asimismo en Papá está en viaje de negocios y en Underground) puso fin a su vida ahorcándose tras una larga depresión antes de cumplir los treinta años.
Kusturica con su banda en Coruña 2022. Foto: Cuenya |
Kusturica, como Gabriel García Márquez en sus novelas, transforma la cotidiano vulgar, lo ordinario, en algo extraordinario, maravilloso, una síntesis entre el realismo y lo fantástico, lo que conocemos como realismo mágico, donde están presentes la telequinesia, la hipnosis (Perhan intentando hipnotizar a un pavo, algo parecido hace Titta en Amarcord, por cierto los animales como las ocas, los pavos, los perros o gatos tienen gran presencia en El tiempo de los gitanos) o la levitación (escena del parto de Azra y también en la boda imaginaria entre ésta y Perhan en las aguas del río, reforzadas con la bellísima canción folclórica Ederlezi -que es propia de los gitanos romaníes de los Balcanes, y se utiliza para el regreso de la primavera, adaptada por Bregovic en la espléndida banda sonora-, creándose una simbiosis mágica entre la música y las imágenes).
Otras bellas y emotivas imágenes de esta película son el reencuentro de Perhan con la pequeña Danira, y el entierro del protagonista (abatido a tiros tras vengarse de Ahmed), en presencia de la abuela Khaditza y el pequeño Perhan, al que vemos comiendo una de las manzanas caramelizadas como las que la abuela preparó para su padre el día de su partida.
"Cine como sueño, cine como música. No hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra conciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma", dijo Bergman en su libro de memorias la Linterna Mágica. Y es que El tiempo de los gitanos es sueño y música.