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domingo, 9 de julio de 2023

Habana, Habanita, por ti me muero

Habana, Habanita, por ti me muero. 

"Me voy a Cuba", solía decir mi padre cuando se iba a dormir, él que vivió su temporada en el Brasil de los años cincuenta. 


Y es que Cuba marcó a varias generaciones de españoles que emigraban allí, como mi bisabuelo Gabinín. Y tantos otros hombres, como el cosmopolita y humorístico Pachín, del útero de Gistredo, en el Bierzo Alto, donde cantan los urogallos y los osos pardos campan a sus anchas por los montes y valles de este territorio. 

Mi padre contaba experiencias harto sabrosas. Inolvidables. Era un contador nato de historias. Y además lo hacía con gracia, con humor, dándole vida a todo. Siempre en mi recuerdo. Dejó una gran huella, creo que en todas las personas que lo conocieron. Era único. A él le dedico estas palabras sobre la capital de Cuba, qué tanto atrae a propios y extraños. Un sitio que también te deja huella, porque es una ciudad única, una fantasía -puro realismo mágico- para ser vivida día y noche, y degustarla toda ella como un daiquiri. 

Una ciudad con sabor a ron y tabaco, con aroma a sensualidad y sexualidad, a pura pasión. La Habana es puritita pasión. La ciudad de las columnas -que son sus puntales, según el escritor cubano Alejo Carpentier, de los soportales y los edificios apuntalados, de la "estática milagrosa", porque resisten a pesar de los pesares el paso del tiempo- cautiva al visitante, que se queda atrapado en sus entrañas; como detenida en el tiempo parece esta gran estampa colorida, sensorial, maravillosa que es La Habana.

Un sueño y una realidad que te trastoca, en todos los sentidos, con la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, como hace la escritora cubana Zoé Valdés en su novela Café nostalgia, que rezuma sensorialidad por todos los poros de su alma. 

He vuelto a La Habana después de aquellos mis primeros viajes en 2004 y en 2005 y me encuentro con una ciudad que reconozco y al tiempo me parece otra. Sustancialmente, no ha cambiado mucho. O casi nada. Tal vez sea ésta mi impresión al respecto. https://cuenya.blogspot.com/2014/03/embotillado-en-mar-y-guayaba.html

Quizá habría que bucear más y mejor en sus bajos fondos, en su trastienda, en su trilogía sucia (por emplear palabras del título del libro del escritor Pedro Juan Gutiérrez, el Henry Miller del Trópico, el Bukowski cubano) para entender esta ciudad, que no hay dios quien la entienda. Quizá no haya nada que entender sino vivirla en todas sus dimensiones. En todo caso, una cosa es visitarla como turista, incluso como viajero, si tal puede decirse, y otra bien distinta es vivirla el día a día, sobre todo si uno tiene que andar "inventando" en todo momento, consiguiendo dólares o "fulas" (ahora parece que ya no se habla mucho de este término, además lo que quieren son sobre todo euros). Desde que ya no existe el peso convertible y sólo emplean el peso cubano, esto se ha convertido en un auténtico disparate, porque nunca se sabe cuántos pesos cubanos van a  darte por un euro, porque depende de dónde cambies la guita y a quién se la cambies.  Los cubanos se la pasan "inventando", inventores que son ellos, o bien "jineteando", como tanta gente que necesita sobrevivir al precio que sea. Entonces, La Habana se revela como una ciudad complicada, que también lo es. Pues el ser humano no sólo vive de danza sino del pan de cada día, bien escaso en esta isla que, por lo demás, cuenta con todo tipo de frutas tropicales, como el mango, la papaya, la guayaba, el mamey, entre otras, deliciosas todas ellas.
Las frutas y los jugos de frutas son excelentes.
Cuentan los lugareños, entre ellos Carlos, el responsable del restaurante El Monguito, en el Vedado, que ahora se permiten negocios privados, como el suyo, lo cual ayuda a mejorar las condiciones económicas de algunos. En cambio, otros parecen estar a la deriva. No se entiende, ni antes ni ahora, cómo logran sobrevivir en este país, en esta ciudad, con salarios que son fantasmagóricos, no se entiende cómo pueden salir adelante y no acabar muertos de hambre. Porque las necesidades son muchas. Y las carencias y estrecheces saltan a la vista. Después de la pandemia el país ha quedado moribundo, con una inflación brutal, con una situación económica delirante, porque no hubo turismo y los turistas son quienes, a través de sus divisas, mantienen en pie esta isla caribeña.  

La Habana es una de las ciudades más fascinantes que he tenido la ocasión de visitar. Y esta es mi tercera visita. Espero que no sea la última. Me da gorrión, como dice la escritora habanera Zoé Valdés, que ya no esté para conversar con él el gran sociólogo español Mario Gaviria, que desafortunadamente falleció hace unos años.
Con Mario Gaviria -con quien hice buenas migas, incluso estuve en su casa de La Habana- coincidí por casualidad en la plaza de Armas de La Habana Vieja hace casi veinte años. Allí estaba también el bueno de Orlando vendiendo libros de ocasión. Y me compré uno de Pedro Juan Gutiérrez (el Henry Miller tropical), que conservo como oro en paño.
Antonio Gades em la Habana Vieja

La Habana es, como me dijera Mario Gaviria, la mejor ciudad del mundo porque aquí se curó de anorexia una de sus hijas.
Esta es también la ciudad del escritor Hemingway, que se instaló en el Hotel Ambos Mundos (Calle Obispo, número 53, esquina a Mercaderes, Habana Vieja), a finales de los años treinta. Y se bebió la ciudad de varios tragos, haciendo populares la Bodeguita del Medio, donde se tomaba mojitos, y el Floridita, donde le daba al daiquiri.
En esta última visita hasta ahora he notado que la Habana Vieja está muy aseadita. Luce espléndida en su colorido explosivo.
El bailarín Antonio Gades, que goza de una estatua en la plaza de la catedral, también era un enamorado de La Habana.
/(Texto tomado de mi muro de Facebook)

Me gustan todas las habanas, a saber, la Vieja, Centro Habana, El Vedado y Miramar, cada una con sus singularidades. La Vieja, la colonial, declarada Patrimonio de la Humanidad, es la realmente turística, la que se ha restaurado, al menos un tercio de la misma, donde están las plazas con encanto, como la plaza de Armas, de la Catedral, de San Francisco..., los baluartes militares, los bellos edificios históricos y sitios emblemáticos, restaurantes y bares con solera como La bodeguita del Medio o el Floridita, entre otros;

Centro Habana, salvo la zona monumental donde se alza el Capitolio, se cae a pedazos, es donde vive el pueblo llano y se despliega la genuina vida social, aquí se halla también el barrio chino, con su pórtico de entrada; El vedado es la zona de los grandes hoteles como el Nacional, adonde solía ir a escribir el sociólogo español Mario Gaviria y con el cual llegué a establecer muy buena relación en mi segundo viaje a La Habana, o el hotel Habana Libre, gestionado por la cadena española Meliá, donde me he alojado en esta ocasión (un hotel construido por la cadena Hilton en la época del dictador Batista, que, tras triunfar la Revolución, fue empleado como cuartel general por Fidel Castro y los suyos).
El Vedado es asimismo una zona de animación cultural, musical, con sus cines y sus clubes de jazz, entre otros, como La zorra y el cuervo, que se halla en la Rampa, o la famosa heladería Coppelia, donde está rodada, casi al inicio, la película Fresa y chocolate, de Titón, protagonizada por los actores Perugorría y Vladimir Cruz. En el Vedado (en tiempos la zona prohibida) está el parque John Lennon, el cual se nos muestra sentado en la esquina de un banco. Por su parte, Miramar (Miramal), donde me alojé en mi segundo viaje a La Habana, fue otrora un
barrio chic, elegante, que sigue conservando su aire aristocrático aunque venido a menos, con sus suntuosas mansiones con jardines exóticos, sus grandes espacios verdes, hoteles lujosos, embajadas, palacios llamativos y la famosa Quinta Avenida, como la archiconocida Avenida de Manhattan. 

La Habana respira vida, día y noche, por todos los poros de su ser, sobre todo en el Maleconcito, en la avenida del Malecón, que se extiende a lo largo de ocho kilómetros desde el oeste, la torre de la Chorrera, hasta el Castillo de La Punta (a la entrada del puerto), en el este. Aquí se congregan oriundos y turistas con ganas de disfrutar del instante, de espaldas o de cara al mar. Por aquí transitan desde pescadores hasta bañistas pasando por corredores, músicos, vendedores ambulantes, entre otros muchos.

A los jóvenes, sobre todo, les entusiasma hacer "sus botellones" los fines de semana y fiestas de guardar, es un decir. 

    -Y tú cómo te llamas, que tanto te gusta la música, el baile.

    -Soy Brianna. ¿Y tú, eres español?

Brianna es una de tantas jóvenes a la que le gusta sentarse en el Malecón acaso para contemplar el éxtasis, ese atardecer ensoñador que a tantos nos quita el hipo de puro placer. 

Brianna no es la única que disfruta de este espacio-ágora, de este sofá o diván en el que uno se siente y se sienta como en casa. También está Naraya Magela (perdón Nayara, se nota que uno es berciano), que está con sus hermanas, quizá esperando a que algún yuma charle con ella y de paso la invite a un refresco. 

    -Me gusta conversal -argumenta ella. 

Se plantea uno si los habaneros y habaneras conversarían de igual modo con los yumas si tuvieran otra situación económica, porque en nuestro llamado primer mundo ya nadie conversa con naide. Esto lo digo, quede clarín clarete, llevado al extremo. Sea como fuere, es evidente que los cubanos tienen otra suerte de educación, otras habilidades comunicativas, condicionadas, obvio es, por su situación socio-política-económica, por su forma de vida.

Tengo la impresión, también llegó a decírmelo el gran Mario Gaviria, que los cubanos tienen por lo general una excelente inteligencia emocional, algo de lo que carecemos, en mi opinión, muchos europeos, que se muestran como indigentes emocionales, sobre todo los de anteriores generaciones, a quienes nos han educado en la represión de las emociones, de los afectos (la verdad es que no me considero educado de esta manera, por fortuna) porque entendían que la genuina inteligencia era la lógico-matemática, o algo por el estilo, cuando sabemos que los humanos somos fundamentalmente seres emocionales. De ahí que dedicarse incluso en estos tiempos al arte, que suele ir ligado a las emociones -aunque también tenga su componente de lógica, por supuesto- no siga siendo muy bien visto por la élite bien pensante.

En realidad, el ARTE con Mayúsculas incomoda al sistema acá y acullá. 

El asunto es que el Malecón es el sitio ideal para poner en práctica habilidades comunicativas, inteligencia emocional, empatía... Y todo eso que nos hace acaso mejores seres humanos. 

Es evidente que el Malecón, con el castillo del Morro al fondo, es un símbolo, casi diría que universal, que da cuenta de la historia de la ciudad mirando al océano, con sus aventuras marinas, sus saqueos y el cierre de sus puertas (pues otrora, en época colonial, La Habana Vieja fue una ciudad amurallada) tras el aviso de un cañonazo. De ahí que continúe la costumbre del cañonazo todos los días a las nueve de la tarde-noche, que es una ceremonia que data de finales del siglo XVIII para defenderse de los asedios de corsarios y piratas. 

Cuando rememoro La Habana es imposible no traer a mientes La Habana que nos muestra el cineasta alemán Wenders en Buena Vista Social Club, con esos musicazos como Compay Segundo, Omara Portuondo, Elíades Ochoa o Ibrahim Ferrer, entre otros grandes del son cubano. Y esas imágenes de la ciudad, del Malecón, donde vemos al músico Ray Cooder y a su hijo Joachim, tambien músico, subidos en un sidecar por las calles de La Habana. Una delicia de principio a fin esta película documental. Y por supuesto La Habana que nos enseña Fernando Pérez -a quien tuviera el gusto de conocer en el festival de cine de Lleida, al que me invitaran en mi época en la Escuela de cine de Ponferrada- en esa conmovedora película que es Suite Habana, que a uno lo deja trastocado al presenciar cómo transcurre la vida, la cotidianeidad, el día a día de unos habaneros corrientes, cada cual encarnando la diversidad de esta sociedad, de esta ciudad sonora, musical y colorida, llena de luz solar, de contradicciones y contrastes. Cine en estado puro porque las historias de estos personajes se nos cuentan a través de imágenes, sonidos y música.

También recuerdo con agrado, incluso con lágrimas, la Habana Blues del director español Benito Zambrano, uno de los más grandes de nuestra cinematografía, que nos adentra en las nuevas tendencias musicales de La Habana de los años dos mil. Una gran belleza esta película, como todo lo que hace este cineasta. Con el montaje de Fernando Pardo, que fue uno de nuestros profesores en la Escuela de cine de Ponferrada. 

Y por supuesto tengo presente los misterios de La Habana de Zoé Valdés, una narradora de excepción, La trilogía sucia de la Habana, a la que antes aludía, de Pedro Juan Gutiérrez, que me sigue pareciendo un fenómeno. Recuerdo que en la Plaza de Armas, creo que en mi segundo viaje, compré un curioso libro suyo, Melancolía de los leones. Es autor asimismo de obras como Animal Tropical o bien El rey de la Habana, de la que Villaronga hizo una película. 

Asimismo, releo con satisfacción La Habana de un infante difunto de Cabrera Infante, que es un libro de memorias del autor, el cual nos cuenta su despertar al sexo en una Habana donde las salas de cine y las películas son su gran devoción. Grandes películas las de Humberto Solás, como La miel para Oshun o Barrio Cuba. Recuerdo con afecto a este cineasta, con quién tuve la oportunidad de conversar. Y extraordinarias se me antojan las películas de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), el ya fallecido esposo de la magnífica actriz Mirtha Ibarra, con quien llegué a coincidir en el avión en uno de mis anteriores viajes a La Habana. 

La Habana, en realidad la Habana vieja, centro Habana, el Vedado y Miramar, siguen sorprendiendo al visitante, que se queda flipado como "yuma" o "guiri", incapaz de entender tantas cosas. No en vano, llegué a escribir que La Habana es una ciudad social surrealista, tocada por el ateísmo revolucionario y la santería, el son y la guaracha, entre otros ritmos.

Me entusiasma la Habana que nos muestra Zambrano en su Habana blues, el cual estudió cine en la Escuela internacional de San Antonio de los Baños, que tuve la ocasión de visitar en mi etapa en la Escuela de cine de Ponferrada, y por supuesto la Habana que nos enseña Fernando Pérez (a quien conocí en un festival de cine en Lleida) en Suite Habana o la Habana que nos muestra el cineasta alemán Wenders en Buena Vista Social Club, entre otras películas como Fresa y chocolate y Guantanamera de Titón (Gutiérrez Alea).
Asimismo, me fascina la Habana que nos cuenta Zoé Valdés y Pedro Juan Gutiérrez, además de Lezama Lima (Lamama Mima, como le dice Zoé Valdés) y Cabrera Infante, entre otros.
Y me gusta la Habana que siento en mis propias carnes. Sentido todo de todos los modos posibles.

Espero volver pronto a esta ciudad. Qué no tengan que pasar veinte años, qué barbaridad. Como ocurrió entre mi anterior visita y ésta. Solo de pensarlo me da vértigo, el vértigo que procura el paso del tiempo, el vértigo de la angustia.
(Texto tomado de mi muro de Facebook)

Cabe recordar que Titón, que filmó películas como Memorias del subdesarrollo, Muerte de un burócrata, Guantanamera o Fresa y chocolate (a la que ya hice mención), es, junto al Nobel García Márquez, Fernando Birri y García Espinosa, uno de los fundadores de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, que también tuve la ocasión de visitar hace años. Asimismo, recuerdo con cariño la visita a la Fundación del Nuevo cine Latinoamericano de la mano de su directora Alquimia Peña, que es una mujer estupenda. https://cuenya.blogspot.com/2014/06/alquimia-pena.html

En aquella ocasión coincidí con el director Gutiérrez Aragón, que estaba rodando algo en la Habana. 

Después de este reciente viaje a la capital cubana sigo evocando el Paradiso de Lezama Lima, sobre todo esos peculiares pasajes de sensualidad barroca, que cuenta con una casa-museo en el santero barrio de Colón, en Centro Habana.  

En mi chancleteo por esta Habana de 2023 no puede faltar la visita del castillo de la Real Fuerza y la Plaza de Armas, donde me encontré en mi segundo viaje a La Habana con el sociólogo español Mario Gaviria y el librero cubano Orlando; al recordar a Mario Gaviria me entra nostalgia, porque era un tipo extraordinario, con una inteligencia emocional maravillosa. Y, además, aún no era tan mayor para morirse. Qué pena. En esta plaza, donde se halla el famoso hotel Santa Isabel, se alza El Templete, que conmemora la fundación de esta capital en este lugar, en concreto bajo la sombra estirada de una Ceiba, que es un árbol protector, cuyo tronco era empleado por los taínos o aborígenes para construir cayucos.  

Tampoco puede faltar un recorrido por las calles de La Habana Vieja, con parada y fonda, es un decir, en La Bodeguita del Medio, que suele tener mucha animación musical, y también en el Floridita, donde gustaba ir el escritor Hemingway, que se bebió todas las cosechas habidas y por haber.


Un tipo al que le entusiasmaba la farra, tal vez para calmar su ansiedad y sus estados depresivos. En el Floridita, conocido por sus daiquiris, pude incluso comer, qué tampoco la comida es que fuera gran cosa, la verdad sea dicha. Apostado a la barra del bar vemos a Hemingway, su escultura, y también una foto de él con el comandante Castro. 

Siguiendo la estela que dejara el célebre autor de El viejo y el mar, en la esquina de la calle Obispo y la calle Mercaderes se encuentra el Hotel Ambos Mundos, donde se hospedó el escritor americano a principios de los años treinta.  

Cerca del restaurante Floridita, donde suelen estar los singulares coco-taxis de color amarillo, se halla el Parque Central, de gran belleza, rodeado de edificios como el Gran Teatro Alicia Alonso, el Museo de Bellas Artes o el Hotel Inglaterra, el más antiguo de Cuba, donde se alojara, entre otros Churchill. Con la estatua de Martí, el prócer cubano, en el centro de este parque, el cual marca el límite entre La Habana Vieja y Centro Habana. Bueno, el Paseo del Prado o Paseo Martí, que queda al lado, podría decirse que ya forma parte de Centro Habana. 

El flamante Teatro Alicia Alonso, en homenaje a la gran bailarina cubana, es sede del Ballet Nacional de Cuba y uno de los iconos culturales de la ciudad. El edificio actual fue levantado em 1914 para acoger la sede del centro gallego de La Habana. Ya sabemos de la importancia de la emigración gallega a Cuba. 

El teatro Alicia Alonso, inspirado en el Teatro Colón de Buenos Aires, también se conoce bajo el nombre de teatro Lorca, ya que el genio andaluz viajó a Cuba en 1930, después de su estancia en Nueva York. Y se quedó prendado de este país, "si me pierdo que me busquen en Andalucía o en Cuba", llegó a decir el autor de El Romancero gitano, que estuvo alojado en una casa del Vedado y compuso, entre otros, un poema titulado Son de negros en Cuba, donde dice:... ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!... ¡Oh cintura caliente y gota de madera!... ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!... ¡Oh bovino frescor de calaveras! ¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro! 

En esta ocasión no me acerco al restaurante Los Nardos, donde estuve en anterior viaje. Los Nardos o Centro asturiano, creo recordar, es un sitio donde se come o comía muy bien, "una paladar", como dicen los oriundos, que queda frente al Capitolio, ese símbolo habanero cuya cúpula tanto hace recordar al Panteón parisino, Saint Paul en Londres y por supuesto el capitolio de Washington en Estados Unidos.  

Me da gorrión dejar esta ciudad, que procura tan intensas vibraciones en el visitante, en este visitante, que tiene ganas de jeremiquear, pues te te deja con morriña, con ganas de regresar aun antes de que te hayas ido, porque cuando uno se está yendo es porque en realidad ya se ha ido. Vaya jueguecito de palabras.  

Espero, no obstante, volver algún día al "caimán dormido", mientras pienso en A., la sonriente chica cubana con quien coincidí en el vuelo de Madrid a la capital de Cuba. https://cuenya.blogspot.com/2023/06/el-caiman-dormido-o-el-lagarto-verde.html

Hasta pronto, Habana, Habanita, por ti me muero. 



la
sospecha


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1 comentario:

  1. Bonita descripción de la Habana con todas sus singularidades y peculiaridades. También se puede apreciar hasta el ritmo cubano.

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