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martes, 2 de octubre de 2018

Al sociólogo Mario Gaviria

Mi mirada hacia Cuba, después de publicar en el blog el relato Sobrevivir a la nada de nuestra alumna Elba Casado (previamente publicado en La Nueva Crónica), me lleva inevitablemente hasta el escritor Pedro Juan Gutiérrez. Y de ahí me voy al sociólogo navarro Mario Gaviria, a quien conociera en un viaje a la exótica isla caribeña.
Cuál es mi sorpresa que, buscando a Mario en el Google, me aparece como fallecido en abril de este año. Y uno a uvas... pasas, sin enterarse de la misa a la media. Qué pena.
Mario Gaviria en su casa de La Habana
Por qué se muere la gente, la gente que uno ha querido, admirado. Por qué se muere gente maravillosa, como lo era Mario Gaviria, quien me dejara una profunda huella emocional, reflexiva. Un hombre con una talla humana increíble, todo él hospitalidad, todo él inteligencia emocional. Una persona que te deja marcado, con marcas buenas, sanas, aunque sólo lo veas una vez en tu vida. 
Mario era un tipo extraordinario, que tuvo la amabilidad de enseñarme muchas cosas. Y además me invitó a su casa de La Habana. Él, zaragozano de nacimiento y ciudadano del mundo (vivió en varios países, entre ellos Francia o Inglaterra), decidió, ya en sus últimos años de vida (acaso después de jubilarse) que Cuba era su lugar en el mundo, su tierra querida, pues allí encontró su temperatura afectiva. Se le veía feliz.
No como un turista cualquiera, que no lo era, porque residía allí, sino como alguien integrado en el paisanaje, en la intra-historia del país. 
En la Habana, "la ciudad mejor del mundo", aseguraba él, se dedicaba a vivir, a escribir, también. 
Solía ir al hotel Nacional (un lujazo, en medio de la miseria de la ciudad, que goza de una ubicación privilegiada en la zona del Vedado, con vistas a la bahía, al maleconcito) a leer y escribir. Eso me contaba. En este magnífico hotel se han alojado desde los cineastas Spielberg y Coppola, quienes han impartido clases en la escuela de cine de San Antonio de los Baños hasta actores y actrices como Ava Gardner, Robert de Niro, Robert Redford o Brando. 
Muchas cosas magníficas me llegó a contar, incluso que una de sus hijas, con problemas de anorexia (trastorno mental bien jodido) se había curado en La Habana. No me extraña. Bueno, la inteligencia emocional ayuda mucho. 
Barrio chino en La Habana

En La Habana viven de ron (malo, normalmente) y sobre todo mucho sexo. Todo hay que decirlo. El sexo como terapia a todos los males. Un modo de controlar a la población, no cabe duda. 
En España, en cambio, nos va la comida. Donde hay comida, la fiesta se celebra por todo lo alto. Con comida se anda el camino y se curan todas las penurias, aun las sagradas. 
Me apena que ya no volveré a ver a Mario Gaviria (un sabio, con una sencillez y lucidez excepcionales. Y uno de los sociólogos más influyentes del siglo XX. Mi amigo Carretero también llegó a conocerlo en la Universidad de Navarra) para que me cuente historias, para tomarme unos mojitos o cervecitas en su compañía, en verdad muy agradable. A ritmo de bolero cubano. 
Lo conocí, ahora recuerdo, en la plaza de Armas de La Habana. Yo iba, creo, en busca de algunos libros, tal vez de Pedro Juan Gutiérrez y Zoé Valdés (proscrita en la isla castrista) Y me topé con un librero, alias Sammy. Y allí estaba, casi tumbado en el suelo, en pantalones cortos, el bueno de Gaviria. Con quien presto entré en conversación. En realidad, él se dirigió a mí. Pronto comprendí, sin que él me dijera nada, que estaba ante alguien con mucha luz. Y gran bondad. Su mirada deja traslucir su inteligencia y su bondad.
Ahora, más que nunca, me asalta esa frase que pronunciara el ex beatle John Lennon (quien cuenta con una estatua en un parque del Vedado de La Habana) que dice algo así:  "la vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes", otras pendejadas, entretenidos en ver pasar la vida, como pasan los trenes por los páramos y los lugares esteparios.
Panorámica de La Habana
Acaso como ese tren que aparece cual fantasma (símbolo de vida/muerte) en El guardagujas, del genial Arreola (que tanto fascinaba asimismo a nuestro querido y siempre recordado amigo Fermín López Costero). Año este de muchas muertes de seres queridos. El tiempo es en verdad limitado, finito. Y no podemos ni debemos vivir como si fuéramos eternos. Porque antes de lo que creamos ya estaremos muertos. 

Ahora recuerdo también que Mario Gaviria me habló de Amancio Prada, de nuestro entrañable cantautor, con quien compartiera alguna velada. 
Descansa en paz, estimado Mario. Algún día volveremos a encontrarnos, aunque no sea, desafortunadamente, en La Habana Vieja. 

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