¡Oh, el trópico! Qué lindo para
venir de visita una semana y admirar el crepúsculo desde un lugar distante y
silencioso, sin mezclarse demasiado!
(Pedro Juan Gutiérrez, Trilogía
sucia de La Habana)
¡Oh, el trópico! Qué lindo para
venir de visita una semana y admirar el crepúsculo desde un lugar distante y
silencioso, sin mezclarse demasiado!
(Pedro Juan Gutiérrez, Trilogía
sucia de La Habana)
Pedro Juan Gutiérrez |
Descubrí a
Pedro Juan Gutiérrez y su literatura hace ya varios años, quizá fuera en un
programa de libros de la 2 de Televisión. No sabría precisar. A veces la
memoria no es todo lo buena que uno quisiera, y la tele tonta no sólo procura
colesterol mental sino alimentos saludables. La memoria, ay, esa caja de
resonancia.
Lo cierto es
que, cuando oí su nombre, me quedé con la coplica
y me embarqué en la lectura de sus libros. Comencé con Trilogía sucia de La Habana, que me dejó flipado, como para aventurarse,
a ritmo de mambo y mojito, en los bajos fondos habaneros.
Lo que
cuenta Pedrojuán en este libro de
relatos, orquestado como novela, me impresionó sobremanera, y sentí sobre todo escalofríos
al pensar en el autor viviendo en Cuba, bajo un sistema, digamos castrador,
perdón castrista, aunque ahora sea Raúl el que lleva la batuta.
Cómo un tipo
llamado Pedro Juan Gutiérrez se atreve a escribir como escribe, y encima puede
vivir en La Habana, se pregunta uno. No obstante, hay que decir que sus novelas,
la mayoría, no se encuentran en su país, aunque uno tuviera la fortuna de dar con
su libro de cuentos breves, Melancolía
para leones, en la plaza de Armas de La Habana Vieja, en aquel mi segundo
viaje a la capital cubana. Conviene recordar, no obstante, que Melancolía para leones fue recortado a
su mínima expresión.
El sociólogo
navarro Mario Gaviria, que vive durante gran parte del año en La Habana, me
dijo que lo conocía, que había estado en su casa, en Centro Habana, municipio que
se resquebraja por todos los poros de su alma arquitectónica, sombría tras sus
portales y sus escaleras interiores destartaladas. En este término se halla,
por lo demás, el barrio chino. “En Centro Habana la gente vive del aire... ya
se acostumbró a vivir con agua con azúcar, ron, tabaco, y mucho tambor”,
escribe Pedro Juan.
El señor
Gaviria, al que recuerdo con cariño por su hospitalidad, no sólo me habló del
autor de Carne de perro y Apuntes de viaje por Cuba, sino que me
contó otras muchas historias sobre la “isla”.
Por su parte, mi sobrino Pablo –que
es un devoto de Pedro Juan- contactó con él a través del correo electrónico, y
sé que se han intercambiado algunos “mails”, aunque el Internet en Cuba es una
aventura digna de relatar. Pero ahora no es el momento.
Tan real como la vida misma
Después de Trilogía sucia de La Habana, leí Animal Tropical y Un rey en La Habana. No obstante, me quedo con esa gran obra que
es Trilogía sucia en La Habana. Quien
conozca algo de esta ciudad, que se viene abajo a son guarachero, se percatará enseguida de que lo que cuenta Pedro
Juan es tan real como la vida misma. Creo que no exagera ni un pelo.
Panorámica de La Habana |
Tiene este
escritor una voz inconfundible, que es lo que mejor se puede tener, y su forma
de contar resulta amena, a la vez que engancha al lector y lectora. A Pedro
Juan Gutiérrez lo han comparado, por su estilo realista, con el Henry Miller
del Trópico y aun con Bukowski, pero él es único, porque ha vivido y sigue viviendo
unas circunstancias especiales, como son las cubanas.
“Oye, acere, ¿qué volá?”,
es una típica expresión habanera utilizada por Pedro Juan en Trilogía sucia de La Habana. Con voz de
ron, untada de sexo, este escritor polifacético en sus variopintas tareas, entre
ellas la de intrépido periodista por el mundo “adelante”, nos adentra en los subterráneos
de una ciudad que ni los turistas ni los yumas, ni siquiera los viajeros
despistados podrían imaginarse. “Cuando un turista incauto y melancólico
aterriza en medio de esta fauna no agresiva, pero pícara y convincente,
generalmente cae fascinado en esa trampa”, según nos relata en El rey de La Habana. Y es que Pedro Juan
ironiza sobre sí mismo, porque en el fondo son muchos pedritos, como él mismo
escribe en Melancolía de los leones,
“Pedro el grande sigue procreando cada día más pedritos y los otros pedritos no
se mueren… ¡Oh, Pedro Juan, quisiera ser el detonador de una bomba!”.
Buenas raciones de sexo y algunas dosis de ron siempre
ayudan a soportar la vida, a mantener a la población en un estado de
entontecida esperanza.
Mas su existencialismo está a prueba de bomba: “A los
cuarenta todavía está uno a tiempo de abandonar la rutina, el agobio estéril y
aburrido y comenzar a vivir de cualquier otro modo. Sólo que casi nadie se
atreve… a la vez voy envejeciendo. Y descubro que pierdo capacidad de cinismo”,
sentencia en Trilogía sucia en La Habana.
La verdad es que es necesario tener alma de gaucho y
corazón de nómada para vivir como a uno le da la gana, con la libertad puesta más
allá del horizonte, sin rendir cuentas a los demás, ni siquiera a uno mismo,
dispuesto a romperse y rehacerse una y mil veces, antes de que los gusanos le entren
a la carne, antes aun de que te dejen al margen del sistema grosero y
acaparador, caníbal, que se encarga, por otro lado y como bien sabemos, de jamarnos en crudo.
Estatua de Lennon en el Vedado-La Habana |
Pedro Juan nos invita a conocer de verdad La Habana, ese
lugar deseado por tantos turistas en busca de sexo fácil y ron barato, esa
ciudad poblada de chuloputas, mariguaneros, músicos callejeros –excelentes-,
bici y coco-taxistas, vendedores de maní y de flores, jineteros con puros
falsificados y cocaína, jineteras llegadas
de provincias haciendo la corte en la Rampa de El Vedado y en el paseo del
Malecón, todos ellos y todas ellas en busca de un cacho de pan o un platico de arroz con frijoles que
llevarse a la boca, porque para vivir en un sitio así hay que armarse de valor,
inventarse cada día, como me dijera Indira -que ahora vive en Hialeah, en el
condado de Miami-, para conseguir algunos fulas,
ahora pesos convertibles, que te ayuden a sobrevivir en medio de una fauna a veces
grotesca, entre la que se encuentran los chivatos, disfrazados de amigos,
amantes y otros, que, llegado el caso,
podrían dar con tus huesos en algún agujero, y ahí se acabaron tu
libertad y todas tus ilusiones. Sólo a través de un sistema de chivatos bien
entamado (el Gran Hermano que te vigila) puede mantenerse un gobierno como éste.
La Habana que nos enseña Pedro Juan resulta increíble por
momentos, pura ficción, mas sentimos que es real, con sus olores y su
decadencia, sus personajes en busca de destino y sentido, incluso de autor, en
medio de un absurdo, dispuestos a hacer lo que sea con tal de sobrevivir,
porque “la ética del pobre es amar a quien tiene dinero y ofrece alguna migaja…
El pobre, o el esclavo, da igual, no puede complicar demasiado su moral, ni ser
muy exigente con su dignidad, so pena de morirse de hambre”, escribe Pedro Juan
con una lucidez extraordinaria.
Descreído, incluso nihilista, Gutiérrez nos cuenta que el
amor es una mentira, que el dinero es un pájaro volando, que pudre cualquier significado
-me atrevería a añadir-, y la salud se arruina en un minuto. No caben filosofías ni éticas, cuando de lo
que se trata es de comer, al precio que sea, y todo tiene un precio, el que
tienen que pagar los cubanos, la mayoría, por vivir en un país así.
Conviene reseñar que una minoría, digamos selecta, elegida
a dedo por el régimen, vive de otro modo, como siempre. Y los artistas, por lo
general, suelen ser unos afortunados porque ellos y ellas suelen gozar de
privilegios que no les son permitidos al común de los mortales. Aún recuerdo a
la actriz Mirta Ibarra, viuda del cineasta Gutiérrez Alea, alias Titón,
viajando desde La Habana a Madrid.
Al parecer, si uno no atenta contra la revolución -¿qué
cosa es eso, ay, de la revolución?-, no pasa nada, porque lo sagrado en Cuba
son los principios revolucionarios, caducos desde tiempos ha. No obstante, el
ateísmo revolucionario ha dado algunos frutos. ¿Pero cómo sería este país y sus
paisanos si cambiara de régimen? Entonces Pedro Juan tendría que inventarse
otra Habana. Y es que el hombre no está hecho para la derrota, según Hemingway,
que encontró en Cuba un espacio idílico. “Un hombre puede ser destruido pero no
derrotado”. Por eso Pedrito nos dice que no se puede bajar la guardia. “Por eso
me noquearon aquella vez –se despide el autor de Trilogía sucia en La Habana-. Por bajar la guardia”. Si bajas la
guardia, estás expuesto a qué te las metan dobladas hasta en el corvejón del
espíritu. Aquí y allá. Sin embargo, ni La Habana ni los textos de Pedro Juan te
dejarán indiferente si te acercas a ellos por primera vez.
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