Recupero este texto, tal vez para las nobles causas, la causa de la polis, de los ciudadanos, que nos sentimos desamparados ante el poder, en verdad despótico, de los tiburones financieros, los gobernantes que atropan para los suyos (un buen puñado, por desgracia, pues el que puede y encima lo dejan, acaba metiendo el cazo y hasta la cacerola, cazoleros que son algunos, aunque siempre quedarán almas generosas, también en el ámbito político, naturalmente) y el opio actual del pueblo: el fútbol, que sigue dándonos patadas en la espinilla y aun en el corvejón del espíritu, mientras las estrellas galácticas se crecen en expansión infinita. ¿Qué han hecho algunos para merecer eso? Mientras que los científicos, los hombres y mujeres de pensamiento en acción, trabajan sin descanso, a cambio de salarios moderados, por el bien común de la Humanidad, en aras de un mundo mejor. Vaya pues aquí este articulín, que escribiera hace ahora cuatro años en el Diario de León.
http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/politica-futbol_315999.html
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En realidad, para ser político, en el Bierzo y aún en el resto del mundo globalizado, no hay que ser filósofo, ni verdadero ni fenomenal (en el sentido de apariencia), sino que se necesita una madera única (olé sus huevos fuertes), que consiste en tener unas tragaderas de espanto, y ser un trepa de mucho cuidado, y no me hablen de la honestidad política, y todo ese rollo, porque para llegar alto, muy alto, casi me atrevería a decir que en cualquier asunto, se necesita algo que tienen estos tipos, expertos en tejemanejes varios, y capaces como son de arrastrarse y a veces elevarse sobre el suelo, aunque para ello tengan que caminar sobre cadáveres, porque el hombre vulgar, antes dirigido, ha resuelto gobernar el mundo, según nos cuenta Ortega en La rebelión de las masas (libro de obligada lectura).
Lo que resulta sorprendente no es que sea el hombre-masa, con pensamiento de Alicia, quien nos gobierne, como ocurre aquí y allá, en España, coño, y en los USA, joder, sino que el pueblo, que somos masa, nos trastornamos cuando no gana nuestro partido, como ocurre en política y en fútbol, colosos y motores de nuestro universo, porque la política, al igual que el fútbol, nos vacía de soledad e intimidad, y ambos nos apagan las luces para que todos los gatos se vuelvan pardos en noches revueltas y alcoholizadas.
Política y fútbol (aúpa la Ponferradina) aspiran a suplantar al conocimiento, a la sabiduría. Y eso suena fuerte. El fanatismo, tanto en política como en fútbol, nos vuelve apijotados, y provoca en nosotros una necesidad imperiosa de identificarnos con un partido político, con unas siglas, con unos políticos, que en el fondo no satisfarán nuestras necesidades, salvo que zampemos de la olla, la olla podrida, donde se cuecen las corruptelas y demás potajes y/o putajes.
Alguna fanática del pueblo llano llegó a decir algo increíble: "Ahora que ganamos -sentenció esta revirada señora- vamos a comenzar a cortar pescuezos como en el 36". Algo que me espeluzna, y me hace repensar el conflicto fratricida, nuestra guerra incivil, tan presente incluso hoy, donde se continúan alimentando, por parte de los partidos políticos, las rencillas, y los odios más virulentos. Esta barbaridad la escuché hace años en un pueblo del Bierzo Alto durante unas elecciones municipales. Me sigue produciendo escalofríos, sólo de recordarla.
Qué imbéciles somos los humanos, demasiado bestiales, que nos dejamos camelar por cuatro o cinco espabilados. Y, encima, lo que resulta aún más espantoso, nos peleamos, sacamos pecho y afilamos los dientes por los intereses de unos seres que, en apariencia, piensan por nosotros y nos dan aderezado y servido el bacalao, aunque éste no esté ni bien servido ni bien aliñado.
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