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viernes, 11 de febrero de 2022

Isla de Djerba, con sabor a miel

 27 de diciembre de 2021

Pues sí, al final he venido hasta la isla de Djerba o Jerba, en concreto a su capital Houmt souk, el barrio del zoco o mercado, o por mejor decir de los zocos, que está lleno de mercados pintorescos.

Un lugar tranquilo que me está permitiendo disfrutar de su colorido, sobre todo de su blanco y su azul, que ambos son colores simbólicos.
Estuve por estos lares en mi primer viaje a este país, hace ya un montón de años, pero como se trataba de un viaje organizado no me enteré de mucho, dicha sea la verdad.
Confieso que disfruto mucho más a mi aire, sin prisas, al ritmo que uno mismo se marca, porque para saborear las cosas se requiere de tiempo. Ay, el tiempo oro, el tiempo sangre, el tiempo vida. Tiempo para sentir. Tiempo para reflexionar. Tiempo para viajar no sólo al exterior sino al interior de uno mismo, como me sugiere la amiga Camino Pastrana

Y ahora me está gustando sentir este tiempo. Callejear, medinear, contemplar, dejarme arrullar por la Marina, soñando con una travesía en barco por el ancho mundo.
Aún es posible escuchar los cantos de sirena desde el fuerte Borj El Kebir.
Al Ulises de Homero le fascinó al parecer el exotismo de esta isla y su sabor a miel. A mí me sabe a zumo de mandarina y zanahoria. A pescado a la brasa.

Seguiré soñando, tras la belleza y la emoción que procura un viaje a través del tiempo.

Me encantó la visita a la isla de Djerba, la "isla de las arenas de oro", según Flaubert, que, ahora, transcurrido algún tiempo evoco con placer. Tal vez vivir en una isla, sobre todo si es pequeña, resulte asfixiante, no lo sé, pero para pasar unos días se me antoja una delicia, con su brisa marina y su vegetación.

Me fascina la idea de que exista mar por doquier, aunque a la isla se pueda acceder también por carretera, a través de un puente de cerca de ocho kilómetros de longitud. Cruzarlo es una experiencia inolvidable. Y el mar, dicho sea de corrido, tiene ese poder hipnótico de los espacios sagrados y misteriosos que te envuelven con sus secretos. Contemplar las olas es acaso como quedarse al amor de una lumbre. Te deja ensimismado, relajado.

Por lo demás, la capital de Djerba, Houmt Souk es un lugar tranquilo, con belleza exótica, un sitio perfecto para vacacionar, donde se hallan buenos restaurantes y cafeterías y mercados variopintos y fondouks o posadas. Con todo el encanto que procuran los lugares coloridos y floridos que te insuflan serenidad, equilibro, templanza, como templada es su temperatura, al menos en invierno.

En esta ocasión me alojé en un hotel céntrico, sin grandes lujos, pero confortable, cuya recepcionista, Sabrina, me pareció una chica con glamur. Lástima que el tiempo fuera breve para haber tenido la ocasión de charlar con ella. El tiempo vuela. Se esfuma. Siempre. Por más que uno intente apresarlo. Sí, la vida pasa mientras uno está haciendo otros planes. La verdad es que podría haberme quedado algo más en la isla de Djerba, pero también tenía ganas de recorrer algún otro lugar como Mahdía.

Y luego ir subiendo hacia Túnez capital como final de etapa. Eso me hace pensar que en otro momento, quién sabe cuándo, regresaré a Túnez y tal vez a la isla de Djerba en busca de esos aromas marinos tocados por la varita mágica del azul turquesa, acaso un azul comestible, porque la belleza, como la rica gastronomía, que también es belleza, será comestible o no será.

28 de diciembre de 2021


La isla de Yerba, Jerba o Djerba sigue sorprendiendo al viajero, con sus playas exóticas, para perderse a gusto y gana, playas que en este tiempo, a buen seguro a resultas del Corona, que nos sigue teniendo en vilo, resultan vacías, lo que uno agradece, porque da la sensación de que fueran espacios vírgenes. Desafortunadamente, también me he topado con demasiado plástico tirado por doquier. Qué lástima.
Deberían prestar mucha más atención al cuidado de la naturaleza, que es nuestra madre, porque si la contaminamos, si la destruimos, nosotros mismos nos autodestruimos.

Agradezco por supuesto a una buena guía tunecina todas sus magníficas sugerencias, porque conoce bien su país.
Me ha encantado ir hasta Sidi Jmour, en el oeste de la isla, para quedarme hipnotizado contemplando su puesta de sol. Desde la atalaya de su mezquita. Sí es que puede decirse que una mezquita dispone de atalaya, que a lo mejor me lo invento y me estoy pasando de rosca.
Hoy Yerba me ha acariciado con dulzura azul turquesa, con todo su aroma marino, lo que me ha hecho sentir como en una nube.
Incluso me ha dado tiempo a hacer el judío yendo a la sinagoga La Ghriba (en Er Riadh), conocida por haber sufrido hace casi veinte años un atentado de Al Qaeda. Cuánto fanatismo.

Si es que las religiones, en manos humanas, se convierten a menudo en diabólicas. Pero este es el cantar de los cantares.
El mundo podría ser mejor, más amable, si todos pusiéramos nuestro lado más luminoso.
Me entusiasma darme baños de luz y sonrisas.

Me gustó visitar la sinagoga de La Ghriba, situada en Er Riad, que queda a unos nueve kilómetros de Houmt Souk. Se trata de uno de sitios de culto del judaísmo acaso más importantes del mundo, al que acuden en peregrinación fieles y no tan fieles de todos los lugares. Con su decoración oriental fundamentada en vidrieras y azulejos. La entrada es gratis, creo recordar, aunque uno puede dejar propina, y debes descalzarte y ponerte el casquete judío, algo que en tiempos de Covid no es del todo higiénico.

Y me flipó acercarme a Sidi Jmour para quedarme extasiado contemplando el mar y la puesta de sol, espectáculo natural impagable, que te hace religarte con la espiritualidad. Con algún más allá, situado paradójicamente en este más acá, tan hermoso, que de tan bello dan ganas de quedarse enganchado y suspendido para siempre en esos instantes únicos e irrepetibles.

2 comentarios:

  1. Yo también me quedé con más ganas de Djerba. De disfrutar y no de una visita rápida de compromiso. Y de probar ese zumo de mandarina y zanahoria.

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  2. Las pequeñas islas no tienen por qué agobiar, creo yo, si esas pequeñas islas tienen historia y vida. Citaría dos que conozco, muy diferentes, que me gustaron: Lamu (Kenia) y Malapascua (Filipinas).
    Disfruta de esos recientes recuerdos.

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