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sábado, 28 de marzo de 2020

La peste

La historia se repite, bien lo sabemos, y cada cien años, además de estar todos calvos, se desata alguna epidemia o pandemia, como la que nos está castigando, por ser malvados, seguro. Y no lo digo en términos religiosos, como castigo divino. No hay más dios que el Hombre. Y no hay más diosa que la Mujer. Aunque de dioses, dicha sea la verdad, tengamos poquito. Me refiero a su omnipotencia. 
Ni siquiera los grandes tiburones la tienen, que ante un puto virus de mierda, nomás, también se resienten, estornudan, tienen tos y fiebre. Y hasta se asfixian por dificultad de respiración. Es evidente que el virus, la enfermedad nos iguala, mucho más que la Revolución francesa (permitidme esta licencia). La igualdad está, por tanto, en el sufrimiento. 

Nos castiga la Naturaleza por ser malvados con Ella, con nuestra Madre. 
El asunto es que, cada cien años de soledad, nos confinan. O bien nos atizan con una epidemia, ya sea la peste negra en la Edad Media, que por cierto también se originó en Asia, eso dicen, y pasó a Europa a través de Mesina (Sicilia), la lírica Italia (vaya coincidencias). 
Qué me corrijan los expertos e historiadores si me equivoco. Por poner un solo ejemplo la bellísima ciudad de Firenze (permitidme esta otra licencia, como homenaje a la lengua italiana y por ende al pueblo italiano, que está sufriendo mucho con este coronavirus, cuídense mucho Álida, Jordi, Elisa) quedó diezmada. Y sirve como escenario para las narraciones, las ciento y una narraciones de El Decamerón, de Boccaccio, algo que ya escribiera en otro texto incluido en este mismo blog.  
La historia es cíclica, bien lo sabemos. Y las pestes nos llegan con puntual regularidad cada siglo. Y a menudo cada pocos años, porque, desde hace unas décadas, llevamos una racha, que pa' qué: el sida, que nos espeluznó en su día (la película Les nuits fauves o Las noches salvajes, de Collard, me sigue sobrecogiendo cada vez que la veo) se cargó a millones de personas. Y aún sigue cargándose a muchas, o bien el Ébola, la peste porcina, la gripe Aviar, la gripe común, algunos virus familiares del Coronavirus, entre otros. 
No obstante, ya se está hablando de que podría ponerse en marcha una vacuna en breve y están comenzando a emplearse fármacos testados para la malaria o el lupus como la Hidroxicloroquina, que al parecer funciona bien para combatir el Coronavirus, además de algún otro antídoto contra este Covid-19. Así que estas noticias son esperanzadoras, alumbrándonos el camino, la senda recta hacia la cura. 

No cantemos victoria aún, que por ahora sigue subiendo, de modo estrepitoso, el número de infectados y de fallecidos. ¿Qué sería de nosotros sin este estado de alarma, de confinamiento? ¿Quién nos iba a decir que quedaríamos atrapados por este virus? Sé que ahora, a toro pasado, todo el mundo (se nos da bien la charleta de barra del bar, cuánto la extrañamos, ¿verdad?) le ve los cojones al burro (perdón por esta salida de tono) pero nadie (ni siquiera nuestros mandatarios y expertos en la materia) hizo nada por adelantarse a lo que se nos venía encima. Y esto no lo digo con afán ideológico ni farrapo gaitas, sino que parece una verdad objetiva. Hasta que no lo tuvimos encima al bichejo no se nos movió ni un pelo. Pero les pasó a todos los países algo parecido. Qué no somos los únicos poco clarividentes. Me pregunto, ¿adónde están esos adivinos mediáticos que todo lo saben y todo lo ven, que son capaces de predecir el futuro? ¿Acaso no fueron capaces de predecir tal hecatombe vírica? Quizá, al ser ésta invisible (pobres pitonisos, no disponen de aparatos de alta tecnología), no la visualizaron, o sea, que no la vieron venir. 
¿Y por qué China no cerró su país en diciembre o a principios de enero, como lo ha cerrado ahora? ¿Y por qué no se cerró Madrid, la gran ciudad española y colosal foco de infección? 
¿Por qué no se adoptaron medidas de prevención? 
Más vale prevenir que curar, dicen en mi pueblo. Pero no fuimos capaces de prevenir. Y ahora pues eso, nos lamentamos. 
Creo, con sinceridad, que si hubieran estado otros gobernantes al mando tampoco habrían atinado, y esto es mucho decir, habida cuenta de que tampoco Italia, ni Francia, ni Alemania... ni nadie... la vio venir tan cabrona. Y los resultados son los que cantan, lo que cante el lapicero, decía un carpintero/ebanista, también de mi pueblo. Lo que cante el lapicero es una expresión que entraña mucha musicalidad y mucho sentimiento. 

Todo este vendaval vírico me ha llevado hasta la lectura de La peste de Camus, ese grandísimo escritor, que me dejó huella con obras como El extranjero o El mito de Sísifo
Camus, heredero directo del visionario Kafka, nos ofrece, en su libro La peste, algo similar a lo que estamos viviendo en estos momentos en todo el Planeta, nuestro otrora Planeta azul y verde (del color de la muerte en estos momentos). 
Él, como bien sabe quien haya leído esta obra, sitúa la epidemia de la peste en la ciudad argelina de Orán (no en vano, Camus nació en este país magrebí. Como anécdota diré que tenía orígenes españoles en Menorca). 

En La peste también se habla de un severo confinamiento de sus gentes, con lo que esto conlleva y supone en cuanto a la pérdida de libertad o libertades. La libertad, ese bien tan escaso y tan preciado. Aquí y allá. Ojalá la libertad guiara al pueblo, como en aquel hermoso y sugerente cuadro de Delacroix. 
Somos fundamentalmente seres sociales (ya sé que existen eremitas y monjas de clausura...). Y necesitamos del contacto humano, del contacto con otros seres, que ahora estamos echando en falta. Necesitamos afectos, necesitamos amor... Y la falta de contacto físico nos impide desarrollarnos como desearíamos. Entonces, nos volvemos ansiosos ante el miedo y la incertidumbre. ¿Qué ocurrirá entonces? No podemos dejar de pensar en el futuro, aunque sea en un futuro inmediato. Nos resulta complicado vivir el día a día, bajo la espada de Damocles, en este presente aciago, en este aquí y  ahora, en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Tenemos miedo a nuestra propia soledad. A nuestro propio yo. Y encima alguna gente se convierte en chivata. Seamos solidarios con nuestros congéneres.
En estos momentos de desconcierto y sobresalto, la mayoría de los seres humanos nos hermanamos en el sufrimiento. ¿Es necesaria una peste, un virus, para que nos hermanemos? ¿No sería mejor que nos hermanáramos gracias a la ternura, al amor? Qué difícil, habida cuenta de que el ser humano es un lobo para el ser humano, célebre frase de una obra del comediógrafo Plauto que el filósofo Hobbes popularizó. No nos pongamos estupendos ni dramáticos. No hagamos drama, ché, más del que tenemos ahorita entre manos,  ahorita mismo o mesmo

Busquemos a los demás seres humanos por fraternidad (la fraternité, que también promulgaron los franceses), no porque tengamos miedo de nosotros mismos, miedo de nuestros miedos (valga la redundancia), miedo de estar solos con nuestra angustia a cuestas como Cristo con su cruz por la medina de Jerusalén (a ver si judíos y palestinos se hermanan en estos momentos aunque sea a través del miedo al extraño invasor o alienígena vírico).  
Prosigamos reflexionando, sintiendo, con cariño, haciendo actividades, como un modo de vida, como algo terapéutico. 
La vida, señoras y señores, es un puro milagro. La vida es puro azar. Y debemos aprender o re-aprender a convivir en armonía con la misma, incluso en situaciones calamitosas como ésta. 
La vida es como un partido de tenis, tal y como nos muestra el genio Woody Allen en su película Match Point, con una Scarlett Johansson que es pura luminosidad fílmica
Sólo el azar nos dice de qué lado caerá la pelota de tenis. 
El azar, ay, tan importante en la física cuántica. 
Tan importante en nuestras vidas. 
Vale más caer en gracia que ser gracioso, dice algún refrán. 
Vale más ser suertudo que talentoso... oso... oso. 
En España el talento no se premia, se dice en Luces de bohemia, de Valle Inclán, don Ramón María. Ni en España ni en ningún lugar del universo, habida cuenta de lo que nos está ocurriendo ahora, porque se debería premiar más y mejor a nuestros investigadores, a nuestros científicos... a nuestro personal sanitario, que son quienes salvan nuestras vidas. Vaya por ellos y por ellas (ellas y ellos, porque nuestro pensamiento se articula fundamentalmente a través del lenguaje, un lenguaje que debe estar vivo en todo momento, un lenguaje que debe crecer y reproducirse) este enorme aplauso desde este rincón del útero de Gistredo. 

3 comentarios:

  1. Seguimos necesitando gente, como tú, que nos haga unas serenas reflexiones en estos tiempos... tan convulsos a pesar de nuestro enclaustramiento.

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  2. Hace pocos años que yo escribía si no habría alguien que frenara un poco tanta prisa, tanta ambición, tanto postureo, tanto... y hoy el frenado ha sido en seco.
    No tengo base científica, pero la naturaleza también se resiste a tanto despropósito en años.

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  3. Hoy, con el adelanto de una hora, parece que como si se le ganará un pequeño respiro al tiempo que nos tiene secuestrado este miserable bichito. Tus palabras, Manue, llenas de metáforas bilblicas y filosoficas que nos atrapan en nuestro recluimiento, nos hacen meditar y valorar el tiempo, quizás perdido, o quizás vivido, pero un tiempo pasado ya, que nos cambiará el presente y nos enseñará a ser más sensatos y humanos en el futuro

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