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martes, 31 de marzo de 2020

¡El horror, el horror!

Yo levanté la cabeza. El mar estaba cubierto por una densa faja de nubes negras, y la tranquila corriente que llevaba a los últimos confines de la tierra fluía sombríamente bajo el cielo cubierto... Parecía conducir directamente al corazón de las inmensas tinieblas. 

Este es el final de El corazón en las tinieblas, una novela corta del escritor polaco-británico Conrad, que casi todos conocemos gracias a la adaptación que hiciera el gran Coppola al cine bajo el sugerente e impactante título de Apocalyse Now, película que llegué a ver por primera vez siendo un rapaz en el Cinema Paz de Bembibre (hoy sala Benevívere, en la que llegamos, llegué, en realidad, a realizar algunos ciclos de cine, bajo el amparo eso sí del Ayuntamiento de Bembibre). Luego volveré sobre esta grandiosa película. Y qué impresión me causó la misma. 
Recordádmelo.

El impacto de esta obra de Conrad tal vez provenga de ese grito, que retumba en nuestro subconsciente: "¡Ah! el horror! ¡El horror!". Ese grito que pronuncia un tal Kurtz. Y que, en estos momentos de desasosiego (por emplear un término a lo Pessoa), nos golpea aún con más fuerza, con la inusitada fuerza de la barbarie, de aquello que nos hace sufrir, confinados como estamos en el espacio, alguna gente en un espacio mínimo, otros con algún privilegio más acaso por estar en una casa de pueblo, en un pueblo, que parece que diera como más chance, como más alegría. 
Confinados en el espacio. Y también en el tiempo, como me ha hecho recordar Fernando Montes (quien fuera profe de inglés precisamente en el Instituto El señor de Bembibre, y con quien he podido compartir algunas charlas). 
Confinados o suspendidos en el tiempo, me atrevería a subrayar, porque este tiempo nuestro de confinamiento, este tiempo nuestro de incertidumbre (encima nos intoxican con la información, a veces contradictoria, esto requiere tal vez de otro texto) nos está generando, de un modo inevitable, ansiedad. 
El propio futuro más o menos inmediato, con sus dosis de incertidumbre (no tenemos certeza de nada o casi nada, salvo de que algún día, tarde o temprano, también nos moriremos, por éste u otros virus, por el desgaste, por la vejez, por la depresión, por un infarto...). Esto es así, no nos hagamos los mensitos ni los pelotudos. Bueno, que cada cual se crea lo que le parezca, sólo faltaría, que de lo que se trata, en el fondo, es de sentirse a gusto y en paz. Con la templanza estoica que procura la sana energía. 
El tiempo, ay, es lo único que tenemos, mientras podamos disfrutar del mismo. Los seres humanos necesitamos estar rodeados de espacio, de espacio más que de tiempo, llegó a decirnos Henry Miller. 
De espacio, sí (ahora más que nunca nos damos cuenta de ello, porque no podemos movernos libremente en el espacio), pero también necesitamos estar rodeados de tiempo. 

Después de esta hecatombe vírica, que a buen seguro superaremos, a lo mejor nos da por regresar a la matria, al pueblo, a las aldeas, de donde quizá nunca debimos salir (dicho así, parezco todo un cavernario y pitecantropino). 
Recuerdo, ahora más que nunca, aquella charla que tuviera con mi maestro y profesor Gustavo Bueno en su Fundación de Oviedo. Luego de contarle algo acerca de mi vida, después de haber cursado estudios en su facultad, me dijo: o sea, que usted salió de la caverna para regresar a la misma. Pues sí, tanto danzar por el mundo adelante para volver al pueblo. Como un Ulises cualquiera. 
En esencia, sí que deberíamos vivir en medio de la Naturaleza, en armonía con nuestra Madre Naturaleza. Y dejarnos de contaminar la Tierra, de explotar hasta el último recurso del que disponemos. Llegará un momento, no tardando, en el que ni siquiera dispondremos de agua potable.  Tiempo al tiempo. 
Por ejemplo, en la Ciudad de México, a día de hoy, ya tienen problemas serios de abastecimiento. No me extraña, una ciudad-monstruo, con sus bellezas y encantos, eso sí, que resulta insostenible a todas luces. Contaminación, terremotos, escasez de agua potable, de agua en general... Y encima, para más inri, construida en zona lacustre, pantanosa, lo que la está haciendo hundirse poco a poco.  

Pero ahora, sin afán de aguaros el día, sino todo lo contrario, os invito a que leáis y/o releáis El corazón de las tinieblas. Y de paso volvamos a visionar Apocalipsis Now. Una lectura que no sólo os entretendrá, sino que os hará reflexionar acerca del salvajismo humano. Y una película que os mantendrá pegados al televisor o al ordenador sacudiendo vuestras entrañas. 
El corazón de las tinieblas de Conrad es una travesía por el río Congo del continente africano (pobres africanos, si les entra de lleno el Coronavirus, no sé qué podría ocurrir, ya que no disponen de un sistema sanitario seguro ni medio seguro). 
Un descenso a los infiernos, al horror, a la barbarie, que los europeos, ¡tan lindos ellos!, aprovecharon para ensañarse con la población de África (continente que se lleva todas las hostias, habidas y por haber, en forma de plagas, epidemias, hambrunas, violaciones, asesinatos, guerras...). 

Una bajada al Averno, la que realiza Marlow en busca del coronel Kurtz (enfermo, trastornado, encargado de una explotación de marfil en medio de la selva), un Kurtz endiosado y enloquecido, tal y como aparece en la película de Coppola (aunque en este caso la acción se sitúa en Camboya), que interpreta el genial y bárbaro Marlon Brando, con una resplandeciente enajenación en el rostro, en su mirada. 
Su aparición en pantalla se me antoja hipnótica. Y debo confesar que lo que mi memoria conserva de aquel primer visionado en el Cinema Paz de Bembibre fue la figura de Brando: surrealismo o expresionismo en estado puro bajo la sensación de una realidad febril y yodofórmica.  
Y también la secuencia de unos helicópteros estadounidenses sobrevolando una aldea vietnamita al ritmo bélico de la Walkiria de Wagner. 
Siempre recordaré aquel primer visionado de la película de Coppola sobre los horrores de la guerra de Vietnam. Sobre la locura y la muerte. ¡El horror, el horror!
De la mano de Miguel Ángel García, paisano y amigo (gran periodista y corresponsal de Televisión Española en Berlín) nos encaminamos de Noceda a Bembibre para ver aquella obra maestra, que uno, siendo un chavalín, no llegó a entender en toda su dimensión, pero sí recuerdo el horror, la cara de la locura en Brando. Y aquello me sobrecogió. Se grabó en mi subconsciente. Y creo que me llegó a producir alguna pesadilla.
Derviches en Estambul. Foto: Cuenya
 

Hoy, después de rememorar aquella película y leer la obra de Conrad, me encuentro con esta pesadilla real, con este absurdo vírico, que traspasa muros y cuerpos humanos para instalarse en nuestro consciente diario, inflamado a su vez por un ruido informativo insoportable, que intento combatir, por decirlo de algún modo, con la lectura y el visionado de estas obras (por cierto, en Apocalipsis Now también suena el The End, de los Doors, canción que me sigue haciendo entrar en trance cual si fuera un derviche giróvago). 
Pues eso, bailemos la danza giróvaga, a ritmo sufí. O bien al ritmo que nos marcara el gurú Jim Morrison. 
Y, para finalizar, me apetece recordaros estos versos de Borges (incluidos en su poema Buenos Aires).
No nos une el amor sino el espanto
Ojalá nos uniera el amor. Ojalá. 
Inshallah.  

5 comentarios:

  1. Acabo de ver una foto de un sobrino-nieto... está precioso... ellos (los niños) heredarán nuestra mierda... sólo espero que la quemen (con nosotros dentro). Ay... el horror, el horror...

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  2. Cuántos libros hemos leído, cuántas películas hemos visto que nos parecían ejemplos de un horror o un miedo que solo podía existir en la ficción. Sin embargo, lo más ficticio se ha convertido en real. Cambiarán mucho nuestras percepciones viales a parte de ahora, pero no sé si nos dudará mucho.

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  3. ¡Ay el hombre, el ser más inteligente pero también el más insaciable! Necesita satisfacer sus apetencias y sus egos, para sentirse importante y el que venga detrás que cargue con la mochila llena de mierda de la que ha ido esparciendo a lo largo de su vida. No se nos educa para amar la vida en naturaleza, se nos educa para conseguir el éxito a costa o perjuicio de de sus semejantes. Haría falta que muchos países y comunidades invirtieran en educación y que quisieran renunciar a esa fraticida carrera de la producción y consumismo egoísta, pero ninguna potencia (con eso del nacionalismo supremacista racial) estaría dispuesta a renunciar y conciliar tal empresa. Hasta en lo más evidente ni son capaces de ponerse de acuerdo sobre el cambio climático debido a la contaminación y tantas otras aberraciones.

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  4. Cuenya,cuéntanos algo que avive la esperanza.La realidad es muy dura pero seguramente habrá algo positivo por ahí escondido.
    De todas maneras,gracias!

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  5. Ah, el horror!... Presente de continuo en las sombras. Fiel compañero del género humano... Pero tan sólo nos fijamos en su presencia, acechante, cuando nos vemos solos, aislados, vulnerables... El horror inevitable esconde un horizonte aún por descubrir... Tras el corazón de las tinieblas aguarda el origen de la luz.

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