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lunes, 22 de julio de 2019

Tapia de Casariego

Desde Ortigueira (donde por cierto viviera durante unos meses Álvaro Cunqueiro, uno de los inventores del Realismo Mágico, que es cosa gallega, sin duda) hasta Tapia de Casariego es un paseo. Un paseo muy bello a lo largo de la costa. 

En realidad, toda la costa gallega y astur es de una gran belleza. O al menos así lo percibe uno. 
Sería muy interesante hacer todo el trayecto, desde Ferrol hasta Xixón, haciendo paradas en diversos lugares, como O Barqueiro, Viveiro, Ribadeo, Castropol, Tapia, Luarca, Cudillero... (lugares todos que he visitado en alguna ocasión. Y tienen un gran atractivo). 
En esta ocasión, me allegué cual peregrino, mochila en ristre, hasta Tapia de Casariego, donde recuerdo, hace ya años, haber tomado un atole (así, como suena, un atole estilo mexicano, y no es que me dieran atole con el dedo), lo que no deja de ser sorprendente, aunque, si lo piensa uno bien, no me late tan sorprendente, porque un buen puñado de astures y gallegos pueblan, siguen poblando México. Sólo hay que fijarse en sus mansiones, en las casas de indianos que existen en algunas poblaciones de Asturias, tanto en el Occidente como en el Oriente (véase por ejemplo Llanes, lugar en el que también he estado en varias ocasiones).
Y es que Asturias es tierra hermana. Hasta recuerdo que moré en Oviedo durante cinco años como cinco soles. Guardo muchos recuerdos. (Ahí estaba por ejemplo mi amiga Valle). 
Pues eso, que paladeé un atole en Tapia (estás sordo como una tapia, decía Antonio el Petronilo acerca de sí mismo. El Petronilo era vecino. Y un personaje harto singular). 
Sólo el nombre de Tapia de Casariego me hace fantasear con un poblado como Macondo. ¿Qué hay tras la tapia? Tras la tapia se abre un mar nutritivo. Un pueblo a orillas del mar, con playa, despierta muchas sensaciones. Lo dice alguien que es de secano, de tierra adentro (bueno, Noceda fue in illo tempore un lago. Y uno se transfusionó, o algo tal que así, no me hagáis demasiado caso, son horas de alunizar o alucinar). 

Aunque en esta ocasión no encontré un atole que llevarme al gorgüelo, sí me metí una fabada (me encantada la fabada) y un atún a la plancha (exquisitos ambos platos). Bueno, la fabada servida en cazuela para servirse a discreción. Así son en las Asturies, oh. 
Todo ello regado con una sidrina, que uno mismo, mediante un aparatejo, se encarga de escanciar. Si es que yes la hostia en vinagre. Tampoco tien tanto misterio, oh. 
Debería fluir el astur, que es hermano della mía lingua, pero uno parez que anda atorzonado. 
Los aires de Tapia me han venido muy bien, en todo caso. Un sitio tranquilo (y eso que andaban de romería), que procura buenas vibraciones.
Os recomiendo, por supuesto, echar un oclayo desde algún mirador, por ejemplo, el de San Blas. Creo que se llama así. Daros un voltión por su muelle (estatua incluida). Y por su playa. O playas. Que eso refresca las entendederas. Y orea el alma. La brisa marina nos espabila. Sobre todo a quienes no estamos en contacto habitual con la misma. 
Tapia enamora, dice la página web de la misma. No sé si enamora. Pero te da un chute de buen aire. 

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