Ortigueira es un pueblo hermoso y fresquito (incluso en verano) que, llegado el mes de julio, se convierte en un gran escenario musical, pues se celebra por todo lo alto el Festival Internacional de Música Celta.
Gwendal ensayando |
Lo celta asociado a lo irlandés, lo escocés, lo galés, lo bretón, lo galaico y astur (incluso lo cántabro) y hasta el Minho portugués.
"Ocho naciones celtas en una", rezaba el lema de este año en Ortigueira, que ofreció, como siempre, lo mejor de sí misma.
Con grupos legendarios como Gwendal (a quienes he podido escuchar en concierto en diversas ocasiones) o poderosas bandas como la Caledonia Pipe Band. Y aun grupos como Shoglenifty, Flook o los polacos Beltaine (toda una revelación). Un gran descubrimiento también el gaitero Anxo Lorenzo y su banda.
Mesón Río Sor |
Buena música, buena comida (el bar restaurante Río Sor es ya como la casa de uno, con su comida casera y abundante), bellos paisajes. Y fiesta asegurada. Día y noche. Para los fiesteros es una delicia. El pinar de la playa de Morouzos vibra en todo momento. Late como un corazón, acaso des-acompasado, arrítmico, en las interminables noches aromatizadas con has y maría. Hasta comida aderezada con maría vende el personal. El pinar de la playa de Morouzos es como un campo de concentración aunque sin vigilancia ni alambradas. Con el duende de la libertad sobrevolando el espacio y cierto tufo a meados. Y otros (aunque no quiero ponerme escatológico. Y de este modo aguar la fiesta de la belleza musical, que lo es).
Caledonia Pipe Band |
Ortigueira, durante el Festival (esta es también su cara) se muestra como un gran batallón de jóvenes ávidos de parranda dispuestos a chuparse litronas, calimochos y muchos otros litros del alcohol. A algunos se les ve incluso cargando hasta las chanclas (en sentido mexica) como burros acemileros (valga la expresión). Y aun otros acarreando leña, para comer de caliente, suponemos, mediante algún contenedor que han pillado a ligera en el pueblo. Un espectáculo de feria, de circo. Un teatro al aire libre.
Aunque también es posible perderse en los bosques de eucaliptos. O treparse al Olimpo de los ensueños. En busca de gnomos. O de hadas madrinas reconvertidas en sirenas de algunos acantilados rosa en este mar del noroeste.
Si de verdad uno quiere empaparse de música, con música, durante cuatro días, Ortigueira (adonde llega gente de toda España, y aun de fuera) es el lugar idóneo. Todo gratis (me refiero a la música, claro está, y a la acampada también). Algo que no resulta nada habitual en ningún lugar del mundo, donde se paga hasta por respirar. Abanca, Estrella Galicia, Gadis... y algún otro apoquinan con la guita. Eso parece. A cambio de publicidad.
De todos modos, en Ortigueira ya han espabilado y de lo lindo. Y lo que antes era un viva la Pepa constante y sonante, ahora ya no es tanto. Me refiero a que ni siquiera el Río Sor (emblema de casa hospitalaria), ha reducido las raciones a la par que ha aumentado el precio. Y en fin de semana, y para cenar, ya no sirven menús, que eran buenísimos.
Todo va cambiando poco a poco, por la vía rápida del consumo y el dinero fácil, que seguimos anclados en una crisis (ahora también política) que no la levantamos ni con varias grúas. De la crisis espiritual mejor ni hablamos, que me da gorrión (como dicen en La Habana).
Ortigueira seguirá sonando y aun resonando en el cabo de Ortegal. Con sus gaitas. Y sus gaiteros. Con su música dulzainera.
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