En tiempo de verano, cuando el calor aprieta –vaya sofoquina ayer,
¿verdad, linda?, para ver el Peruchín y el convento de Cabeza de Alba-, me
apetece reflexionar acerca de la temperatura. Después de darle vueltas al tema,
me da la impresión de que lo esencial para vivir no es, como muchos y muchas
creen o pudieran creer, la temperatura ambiental: soportar 50º en Marrakech o
bien -40º en la Siberia. De lo contrario, nadie viviría jamás en ningún clima
extremo. Pero sabemos que esto no es así, porque hay gente que vive en los
lugares más inhóspitos desde un punto de vista térmico.
Recuerdo que una berciana, que debe andar por La Mancha, me dijo que no lograba adaptarse a aquel clima. “En realidad, lo que importa es que encuentres la temperatura afectiva adecuada, tu clima emocional”. Creo que la dejé fuera de onda al responderle esto, pero se lo dije convencido y a la buena fe, claro está.
A medida que uno crece, comienza a darse cuenta de que lo único verdaderamente definitivo para vivir es encontrar tu lugar en el mundo, esa temperatura amorosa que nos permite sentirnos a gusto y en paz, en armonía con nosotros mismos. En términos filosóficos, el encuentro de la ataraxia estoica y el huerto o jardín epicúreo. Necesito vivir de afectos y lo más despierto posible. Lo mejor que te puede ocurrir -querido amigo, querida amiga-, es amar y ser correspondido. Alcanzar el tope, lo sublime. "A tope", que diría el fenómeno Prada. En el fondo, uno puede vivir en la tierra cervantina o en la sierra Tarahumara, en Londres o en Vancouver, en la Patagonia o en Tokio, en miña terra galega o en el útero de Gistredo (qué maravilla) pero lo único que merece la pena es encontrar ese espacio o envoltorio cálido que algunos y algunas emigrantes -aquellos y aquellas que se iban a las Américas (incluso a las Europas entonces desarrolladas) en busca de un mejor futuro-, no llegaron a encontrar. Y cada vez que podían regresar a su matria, a su terruño impregnado de familiaridad y ternura, se sentían como levitando, en éxtasis permanente, porque encontraban entonces su lugar en el mundo.
Ni que decir tiene que la ‘amorosidad’, que a uno le viene bien,
no siempre coincide con su lugar de nacimiento ni con aquellos sitios de
infancia (aunque suelen ser los más comunes y tópicos) sino con el lugar en el
mundo donde está la temperatura que uno desea o siente.
Sólo hay que ver ahora a esos españolitos y españolitas que salen por el mundo "alante", quienes acaban religándose a otras tierras cuando encuentran su temperatura afectiva adecuada: Amor, amistad, familia...
Sólo hay que ver ahora a esos españolitos y españolitas que salen por el mundo "alante", quienes acaban religándose a otras tierras cuando encuentran su temperatura afectiva adecuada: Amor, amistad, familia...
Totalmente de acuerdo con lo de las temperaturas. No agobian tanto 47º grados en la India (con su humedad asfixiante) como 41º en el desierto (humano) de Madrid. Lo mismo pasa con la arquitectura o el paisaje: puedes ser más feliz en un anodino pueblo de feas casas en medio del páramo que en un precioso palacio rodeado de idílicos bosques.
ResponderEliminarAh, y feliz cumpleaños.
Muchas gracias, Alberto. Salu y larga vida.
ResponderEliminar"Que haiga salú", que din nel mi pueblo.
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