Acabo
de estar en Londres después de casi veinte años, en realidad no tanto porque he
pasado por la capital británica, al menos en dos ocasiones más, para ir a Gales
y también para viajar a Escocia.
Este
Londres se me antoja espléndido, incluso bajo una luz mortecina y un cielo
algodonoso marcado por la Torre del Reloj, punto de encuentro de algunos
pícaros dispuestos a embaucar, con sus mañanas, a turistas despistados, que
acaban dejándose fotografiar con ellos a cambio, claro está, de dinero. Una
ciudad de dimensiones colosales -un Distrito Federal a la europea-, que nunca
se agota por más veces que uno la visite. Convendría, como toda megalópolis,
recorrerla palmo a palmo durante semanas, meses y aun años, como se supone que
la conocía el detective Sherlock Holmes, cuya casa museo puede visitarse en el
número 221b de la Baker Street, al lado del
Regent’s Park. Habría que vivir, en todo su esplendor, esta ciudad adonde
siguen yendo a parar muchos españoles y españolas en busca de otras
posibilidades laborales, inexistentes en nuestro país. Sobre este tema me habló
Paula, una chica paraguaya con nacionalidad española y familia en Coruña, con
quien coincidí en el avión de regreso a España. Aparte de contarme que ella
había encontrado un buen puesto de trabajo en Londres, donde vive desde hace
tres años, me habló de sitios que no llegué
a visitar, ni siquiera sabía que existieran, lo cual podría ser motivo
de un próximo viaje.
Me sorprendió ver cantidad de bares de tapas españolas y locales
con los jamones ibéricos colgando de sus techos, y sobre todo muchos bancos
Santander en diferentes barrios, incluso en el colorido y bohemio barrio de
Camden Town. El imperio de Botín (donde uno paga sus facturas) ha colonizado el
segundo centro financiero más importante del mundo. Por cierto, desde la Tower
Bridge se tienen fantásticas vistas de la ‘City’.
Me gustó volver a pasear por
el Soho, donde viviera Karl Marx, esas calles con sabor y aroma chinos, la
siempre animada Leicester Square, donde hay una estatua de Shakespeare (la de
Chaplin debieron cargársela), los mercados de Covent Garden (donde se sirven
paellas) y de Leadenhall (sobre todo la Lamb Tavern, impregnada con el espíritu
de Dickens).
El autor de ‘Oliver Twist’, cuya casa-museo también pude visitar,
centró mi mirada en esas características chimeneas que coronan muchos edificios
londinenses y me devolvió a aquel Londres fabril de la revolución industrial mientras
degusté una pinta de Guinness en el histórico pub Lamb & Flag, uno de los favoritos
del creador de ‘The Pickwick Papers’.
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