El fallecimiento de Morricone me ha hecho recordar la
película Novecento, de Bertolucci (el controvertido director
italiano de El último tango en París).
Novecento es una de las grandes películas de la Historia del cine, que me dejó huella la primera vez que la vi, hace ya un montón de años. Y que he vuelto a ver en algunas ocasiones más.
El genio Morricone le pone banda sonora a este fresco histórico, a esta épica, poética y colosal película, tanto en metraje como en la calidad narrativa, pues ver esta cinta es acaso como leerse un manual de historia, que nos contara, que nos cuenta en verdad la lucha de clases entre el campesinado y la aristocracia-burguesía de principios de siglo XX en una Italia donde comienza a proliferar el terrible fantasma del fascismo, representado en el brutal y vomitivo Attila (que interpreta de un modo magistral el actor Sutherland).
Novecento es una de las grandes películas de la Historia del cine, que me dejó huella la primera vez que la vi, hace ya un montón de años. Y que he vuelto a ver en algunas ocasiones más.
El genio Morricone le pone banda sonora a este fresco histórico, a esta épica, poética y colosal película, tanto en metraje como en la calidad narrativa, pues ver esta cinta es acaso como leerse un manual de historia, que nos contara, que nos cuenta en verdad la lucha de clases entre el campesinado y la aristocracia-burguesía de principios de siglo XX en una Italia donde comienza a proliferar el terrible fantasma del fascismo, representado en el brutal y vomitivo Attila (que interpreta de un modo magistral el actor Sutherland).
La película, aun siendo coral
(en la que intervienen grandes estrellas, secundarios y figurantes) está
básicamente sustentada en dos grandes pilares actorales como son De Niro
(Alfredo, que simboliza al patrón, el terrateniente, el hacendado) y Depardieu
(Olmo, que representa a los campesinos). Dos fenómenos de la interpretación,
que nos cautivan con su presencia escénica. Dos polos opuestos que nacen y crecen
juntos como amigos. Una pena que sus antagónicas clases sociales los lleven por
los derroteros de una lucha encarnizada.
Así somos por lo demás los
seres humanos, qué terrible.
Aparte de las secuencias
costumbristas, digamos de faena campestre, como por ejemplo la siega, el ordeño
de las vacas o la matanza del cerdo (impactante el contraste de la sangre en la
nieve), entre otras (lo que me devuelve a cuadros naturalistas extraordinarios.
Y por supuesto nos remite a otra obra maestra del cine como El árbol de
los zuecos, de Olmi) sigo impresionado, cada vez que la veo, por dos
secuencias demoledoras, a saber, una en la que vemos a Olmo y Alfredo
compartiendo una prostituta epiléptica. Sobrecogedora. Y otra, aún más
terrible, que logra producir un choque emocional en el espectador cuando "el camisa negra" Attila
y su mujer Regina (Laura Betti) dan captura a un niño, con el que acaban de un
modo monstruoso. Una escena que resulta vomitiva pero que nos avisa de los
horrores, de los límites, sobrepasados de largo, a los que puede llegar el ser
humano, al menos algunos seres-alimañas.
Soberbias las interpretaciones,
no sólo de los protagonistas/antagonistas De Niro y Depardieu, sino de todo el
elenco actoral, en el que sobresalen grandes como Dominique Sanda, Stefanía
Sandrelli, Burt Lancaster o el propio Sutherland, con su mirada desafiante y
desquiciada.
En cuanto a las localizaciones, aparte de Cinecittà (donde tanto
le entusiasmara filmar al maestro Fellini), la mayor parte de secuencias están
rodadas en la región de Emilia-Romagna, de donde era originario el director de El cielo protector (basada en la novela
homónima de Bowles).
Me entusiasma la estética de la
imagen de Novecento, con una
iluminación/fotografía concebida en función de las diferentes estaciones del
año. No en vano, es el maestro Storaro (uno de los mejores directores de
fotografía del mundo) quien se encarga de esta labor.
Aunque tenga una larga
duración, la película no pierde interés en ningún momento, si bien su director
se quejara de que el montaje final para exhibirse en salas de cine no acabara
de convencerle.
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